Bajo el lema “No Kings”, millones de ciudadanos estadounidenses tomaron las calles el fin de semana último en una de las mayores movilizaciones cívicas de la década. Las protestas, organizadas por más de 300 colectivos, se extendieron por los 50 estados del país y marcaron un punto de inflexión en la confrontación entre sociedad civil y poder ejecutivo.
Se estima que se realizaron más de 2.700 actos de protesta en todo el territorio estadounidense y en diversas ciudades del extranjero -como Londres, París, Roma y Madrid- con el respaldo de organizaciones civiles como la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), la Federación de Profesores Estadounidenses, 50501, la Campaña por los Derechos Humanos, Indivisible y MoveOn.
Una narrativa en disputa
El movimiento “No Kings” surgió como respuesta al cierre prolongado del gobierno federal y a lo que los organizadores califican como “deriva autoritaria” del presidente Donald Trump. “No tenemos reyes” fue el mensaje central, replicado en pancartas, redes sociales y discursos públicos.
Mientras, medios como CNN y Univision destacaron el carácter pacífico y festivo de las marchas, voceros conservadores intentaron deslegitimarlas, al acusar a los manifestantes de “subversión organizada”. Esa polarización mediática revela una lucha por el control de la narrativa nacional.
Las protestas generaron efectos concretos: presión legislativa, varios senadores demócratas retomaron el debate sobre el presupuesto federal y exigieron garantías institucionales; reconfiguración del discurso opositor, el tono creativo y patriótico de las marchas ha reposicionado la resistencia como legítima y transversal, y visibilidad internacional.
                        
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