En los últimos 18 años América Latina vive etapas históricas que, al decir del expresidente Rafael Correa, constituyeron un cambio de época, pues en un alto número de países asumieron gobiernos progresistas y, con ellos, renacieron también los movimientos populares como parte de la democracia participativa.
Uno de las negativas consecuencias del neoliberalismo en la región fue la desarticulación de los sindicatos y de los grupos y organizaciones que jugaron un papel importante durante los llamados “años del plomo”, o de las dictaduras militares que se mantuvieron hasta finales de los años 80, cuando Estados Unidos, que las impuso, se percató de que eran inservibles para sus planes.
Con el retorno de las consideradas democracias —de carácter representativo, pues nunca los pueblos tomaron los posteriores gobiernos—, entonces en manos de políticos de la rémora dictatorial o de derecha, también comenzó un renacimiento de los movimientos populares o sociales con diferentes nomenclaturas, según los sectores donde fueron formados.
Una de las características de estos movimientos es su carácter autónomo, no partidista, ya que surgieron de nuevo de manera espontánea mayoritariamente, o con nuevos preceptos, como ocurre, por ejemplo, con algunas centrales sindicales argentinas, a las que los trabajadores exigen más medidas de fuerza contra el actual gobierno.
Luego de la asunción en 1999 del presidente venezolano, ya fallecido, Hugo Chávez Frías, con su particular manera de ejercer la política, comenzó un amplio movimiento de masas tanto en su país como a nivel regional que colocó al frente de los gobiernos a líderes progresistas, diseñadores de un nuevo papel para el Estado, con la prioritaria divisa del mejoramiento económico y social de la ciudadanía.
Figuras descollantes pasaron a un primer plano, no solo en sus países sino a nivel mundial, entre ellos Néstor Kirchner y luego su esposa Cristina Fernández, en Argentina; Luiz Inacio Lula da Silva, en Brasil; Rafael Correa, en Ecuador; Evo Morales, en Bolivia; Fernando Lugo, en Paraguay; Daniel Ortega, en Nicaragua; Manuel Zelaya, en Honduras; Mauricio Funes, en El Salvador.
Un nuevo espacio político surgió en torno a los nuevos dirigentes latinoamericanos, integrado por cientos de movimientos populares en defensa de las nuevas conquistas, en especial para la gente más carente.
EN AUGE EL MOVIMIENTO POPULAR
Sin temor a los pueblos, los mandatarios que propugnaban la democracia participativa encontraron en los renacidos movimientos populares un apoyo importante para la concreción de sus ideas revolucionarias. Por primera vez hubo representaciones populares en Congresos, gobiernos estaduales y municipales.
Sindicatos, movimientos indígenas, estudiantiles, femeninos, campesinos: una sociedad en movimiento que organizó el Foro Social Mundial en 2001 en Porto Alegre, Brasil, al cual acudieron 12 000 asistentes de los cinco continentes. En el segundo encuentro, en la misma ciudad, hubo representación de 123 países y 60 000 participantes. Desde entonces, cada año, el Foro organiza campañas mundiales, pulen estrategias, comparten experiencias. Hasta hoy es una de las grandes fuerzas movilizadoras a nivel mundial y espacio de debate, conciliación, pensamiento y planes al futuro.
La defensa de los gobiernos democráticos resultó una de las tareas más importantes de los movimientos populares en Latinoamérica, y ejemplo de ello fue: Venezuela, cuando en el 2002 la oligarquía orquestó un fallido golpe de Estado contra Chávez; en Bolivia, en 2008, varios estados separatistas trataron de derrocar a Morales; en Ecuador, grupos policiales intentaron derrocar a Correa en 2010. A las calles se lanzaron en Paraguay cuando un golpe parlamentario sacó del gobierno a Lugo en 2012; y en Honduras, donde un acuerdo cívico-militar derrocó a las sombra y por la fuerza a Zelaya en 2009, sacándolo del país en horas.
Con las intentonas comenzó entonces de manera abierta lo que algunos politólogos llamaron la reconversión derechista. Es decir, que Estados Unidos, el padre de todos los males de Latinoamérica, comenzó su retorno, ya no con armas explícitamente, sino con métodos sucios, a la importante zona geopolítica de extraordinarios recursos naturales, entre ellos petróleo, gas, agua, diamantes, litio.
Aliados para sus planes imperiales siempre tuvo Washington en la región, entre ellos México —a pesar de ser humillado históricamente por su gigantesco vecino— Colombia, durante décadas en manos de la oligarquía nacional; Chile, siempre en su ambivalente desunión de la izquierda y ganancia de las derechas; entre otros Estados de mayor o menor importancia.
Billones de dólares ha gastado el imperialismo norteamericano para liquidar los gobiernos progresistas, y el empleo de las guerras sucias ha sido recurrente. No siempre logra sus propósitos, como ocurrió en los últimos comicios presidenciales en Ecuador, Nicaragua y El Salvador.
Una blindada maquinaria mediática, compra de políticos —desde presidentes y legisladores hasta empresarios de alto vuelo—, acaparamiento de alimentos y medicinas, atentados violentos, asesinatos de líderes revolucionarios y activistas sociales. Los métodos más deleznables son usados por Washington y sus secuaces para tratar de convertir a América Latina en su patio trasero.
CADA DÍA, LA CALLE
América Latina no es la misma de hace 18 años atrás. Aunque todos los países no son aliados de Estados Unidos, sí están en su nómina los más poderosos o los más dependientes. La llegada al gobierno de figuras como el argentino Mauricio Macri y el brasileño ilegal Michel Temer y sus reformas neoliberales han fortalecido de manera notable a los movimientos populares opositores.
Son miles esos grupos de distintos sectores —desde barriales hasta nacionales— que en los últimos años apoyan a los gobiernos progresistas, en tanto levantan banderas contra quienes pretenden eliminar los logros sociales implantados bajo los principios de la democracia participativa.
La comunicación por la red de redes constituye un método eficaz de comunicación global, lo que internacionaliza las luchas. En determinadas fechas acordadas, millones de personas toman las calles con sus exigencias en distintos países.
Así ocurrió el Día de la Mujer en 2016 cuando se internacionalizó la batalla, y bajo la misma consigna millones de féminas tomaron las vías para exigir sus derechos, en movilizaciones nunca vistas ya que fueron acompañadas por los grupos sociales.
Ahora, cuando Venezuela es acosada de una manera violenta por la derecha internacional, en decenas de países más allá de las fronteras suramericanas surgen Comités de Solidaridad con la Revolución Bolivariana, como hace décadas —y aún existen— los que apoyan a la Revolución cubana y su sistema socialista.
El escenario político de la región se va recomponiendo —cuando algunos decretaron la muerte de la izquierda en América Latina—, gracias a los movimientos populares que con características propias luchan por un bien común, el retorno a las vías democráticas y la recomposición del papel regulador del Estado, cada día más deprimido en algunas naciones.
“Fora Temer”, el grito de millones de brasileños que exigen la renuncia del mandatario de facto y elecciones directas inmediatas no solo sacuden Brasil, sino otros escenarios políticos, incluso lejos de Suramérica, gracias a la diáspora latinoamericana residente de manera mayoritaria en los Estados Unidos y Europa.
Una de las características de la actual lucha de los movimientos populares es la globalización de las reivindicaciones, pues el propósito es el mismo en definitiva: la eliminación de los monopolios capitalistas que demandan a los gobiernos la toma de medidas antipopulares.
Si en determinada época hubo batallas sectoriales —campesinos, obreros, estudiantes, indígenas—, ahora la caracterización de la lucha es la unidad de los movimientos, en los que confluyen sectores bajo una misma idea.
Un ejemplo de sincronización popular fue la respuesta masiva del pueblo a la embestida de Macri contra las ancianas de la Plaza de Mayo, que nunca han perdido la esperanza de recuperar los restos de sus hijos desaparecidos durante la última dictadura y vivos a sus nietos entregados al nacer.
En horas se movilizaron millares de ciudadanos frente a la Casa Rosada de gobierno para apoyar a las luchadoras que ofrecen un ejemplo de resistencia y ética ante los desmanes de los uniformados a los que Macri ahora defiende esgrimiendo una ley que reduce las penas de los criminales.
La lucha de los campesinos colombianos, aplastados por décadas por los regímenes bogotanos es respaldada por el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, una de las organizaciones populares más grandes del mundo, y junto a ellos las centrales sindicales.
Si una lección brinda a los políticos latinoamericanos estos grupos de resistencia pacífica es la unidad que les permite rápidas y certeras movilizaciones desde los puntos más lejanos de los países hasta las capitales.
Solo los movimientos populares serán capaces de cambiar la actual geopolítica latinoamericana. Ellos están destinados a detener la violencia fascista en Venezuela, a rescatar en los comicios a los políticos de vergüenza, a impedir la puesta en práctica de reformas capitalistas.
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