En efecto, con un tweet y unos siete minutos de alusión pública, el flamante presidente de los estadounidenses, Donald Trump, proyectó en días pasados su divina solución a las casi endémicas matanzas que tienen lugar en las escuelas de la primera potencia capitalista.
Así, luego del más reciente degolladero ocurrido en un plantel educacional de la Florida, con un saldo de diecisiete muertos y al menos una veintena de heridos, el jefe de la Oficina Oval concluyó que tales crímenes obedecen a “mentes alteradas”, y por tanto, promovió una mayor vigilancia en los centros de estudio “para preservar a nuestros niños y maestros”.
El citado episodio, vale ampliar, estuvo a cargo de un joven con antecedentes de comportamiento violento, identificado como Nikolas Cruz, quien ingresó disparando en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland.
“Quiero que sepan —dijo Trump a sobrevivientes y víctimas a través de un mensaje televisivo de siete minutos— que nunca están solos y nunca lo estarán. Ustedes tienen personas que se preocupan por ustedes, que los aman y que harán todo lo posible para protegerlos”.
Ah, y añadió una recomendación digna de los “seres sensibles y amorosos” que suelen ocupar la Casa Blanca: “…respondan al odio con amor, respondan a la crueldad con bondad”, enfatizó una y otra vez.
Solo que para muchos espectadores, las preguntas siguen siendo las mismas desde hace bastantes años: ¿Por qué son tantos los adolescentes y jóvenes que en los Estados Unidos resultan proclives a ejecutar tales masacres? ¿Por qué se mantiene inalterable la venta, exposición y exaltación del uso de las armas en aquella sociedad? ¿Por qué el odio al semejante y el eliminarle a como dé lugar sigue siendo un asunto de culto en el universo mediático norteamericano?
Las repuestas, por supuesto, no pueden esperarse de Trump ni de aquellos que, tras “angelicales” conclusiones, reciben apoyos millonarios de productores y comerciantes de todo tipo de pertrechos y artilugios de muerte; de quienes hacen negocio con las guerras; de los que traumatizan a miles de personas remitiéndolas a conflictos agresivos externos en defensa de intereses hegemonistas; y de los que siguen perpetuando por todos los medios de difusión posible la violencia y el “espíritu” del gatillo alegre para acceder a sus pretensiones, sacarse obstáculos del camino y escalar en poderío, riqueza y caudal intimidante sobre todos los que le rodean, percibidos además como “amenazas permanentes.”
Desde luego, lo cierto es que no poco se ha hablado de estos asuntos durante los últimos tiempos, pero lo real es que nada efectivo se hace para frenar semejante ola de aberración mortal. Una lógica consecuencia de que, quienes objetivamente dirigen el país desde sus elevadas cumbres, no congenian con el llevado y traído control de armas, o con contradecir la visión de que matar a otro enaltece y afianza la imagen pública del ejecutor.
Y la plaga es imparable. A horas de los mortales sucesos de la Florida, se daba a conocer que la alarmada abuela del adolescente Joshua O’Connor, de 18 años de edad, le denunció a la policía de Everett cuando descubrió que preparaba una matanza en una escuela de esa localidad del Estado de Washington.
En efecto, al personarse en la vivienda, la policía encontró los planos de cómo el adolescente ejecutaría la masacre, una nota donde expresaba su impaciencia por ir a clases “y reventar el mayor número posible de cabezas”, y un fusil de guerra AK-47 y varias granadas de mano escondidos en un estuche de guitarra.
La detención de Joshua O’Connor se produjo poco después en las aulas, a donde había acudido con un arma blanca y cigarrillos de marihuana.
Sí, señor Trump: menos locos, más vigilancia… y amor y bondad…
Tron
19/2/18 11:40
Que se puede esperar de un pais que genera violencia hacia el exterior ,pretender que no la promueva hacia el interior es de iluso,
GUNGBOY WESTERN made USA
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