Si al frente de los Estados Unidos estuviesen verdaderos estadistas y no improvisados extremistas con ínfulas de monarcas globales, hace ya buen rato que la pretendida coalición internacional liderada por la Casa Blanca hubiese abandonado el territorio que ilegalmente ocupa en el norte de Siria, y reconocido que su plan de utilizar como punta de lanza al terrorismo islámico se hundió en el fracaso.
Y es que política y legalmente resulta inaceptable y bochornoso que se pretenda usurpar y administrar una porción de territorio ajeno “porque me da la gana”, y ahora, para colmo, utilizar a oportunistas locales para armarlos, entrenarlos y ponerlos a custodiar esa nueva “posesión” como futura base de agresión y desestabilización contra las legítimas autoridades nacionales, incluso con el no desechado retorno del uso del terror a manos llenas.
Porque eso y no otra cosa es el más reciente “invento” injerencista de Washington al decretar la formación en el norte de Siria de una titulada “fuerza de seguridad fronteriza” de treinta mil efectivos que agrupe a los remanentes del derrotado Estado Islámico; de Al Nusra, la versión siria de Al Qaeda; de los “rebeldes” de las Fuerzas Democráticas Sirias; y de los elementos oportunistas kurdos.
El interés es establecer un espacio beligerante con Damasco, desde donde las fuerzas fragmentadoras y sectarias extiendan su actividad sediciosa de manera de destruir el Estado sirio y avanzar en el plan de dominio geoestratégico en Asia Central y Oriente Medio, dirigido con especial intencionalidad contra la cada vez más decisiva influencia de Moscú y Beijing en el espacio internacional.
Un plan que avalan y comparten el Israel sionista, las satrapías árabes, los aliados intervencionistas de Occidente, los grupos fanáticos, y los comparsas de turno en cada zona de conflicto inducido, impulsores precisamente de bestias genocidas e irracionales como el ya mencionado Estado Islámico, barrido en suelo sirio por el Ejército Nacional con el apoyo determinante de Rusia, Irán y el Hizbolá libanés.
Y como para los desquiciados que dirigen la primera potencia capitalista lo único que vale es hacer predominar sus caprichos, primero desembarcaron y desplazaron sus fuerzas militares en Siria sin pedido ni aprobación de nadie para apoyar la ofensiva terrorista destinada a desmembrar a otro país de la región, y ahora, en medio de la más aplastante derrota de tales planes, para intentar incrustarle una cuña permanente que no deje en paz a los vencedores.
Y para ello no hay reparos siquiera con relación a tradicionales aliados como Turquía, que ha expresado su más alto grado de inconformidad con la alianza en Siria entre los Estados Unidos y las facciones oportunistas kurdas, cuyo entrenamiento y apertrechamiento militar es considerado por Ankara como una seria amenaza a su seguridad.
El gobierno turco ha dicho en consecuencia que no permitirá bajo ningún concepto la formación de las tituladas unidades fronterizas en el norte sirio, y que destruirá por la fuerza a tales “grupos terroristas” concebidos por Washington y sus más íntimos socios de aventuras injerencistas.
Por demás, no debe olvidarse que en Siria permanecen bases y agrupaciones armadas de Moscú, Teherán y el Hizbolá libanés comprometidos legal y profundamente con mantener la integridad de esa nación mesoriental, lo que implica que los planes de la Casa Blanca pueden derivar en un conflicto internacionalizado de consecuencias imprevisibles, desatado –vale insistir una y otra vez- sobre la inadmisible premisa del cercenamiento del territorio sirio por la mascarada de coalición antiterrorista que lidera Washington.
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