Sin dudas el 2017 no tiene buena pinta en el terreno militar para los integrantes del terrorista Estado Islámico, EI. En Iraq las fuerzas militares locales y los integrantes de la timorata coalición dirigida por los Estados Unidos reiniciaron los combates por completar la ocupación de Mosul.
Mientras, en Siria, la liberación de Alepo ha dado paso a nuevas ofensivas bélicas de Siria, Rusia, Irán y el Hizbulá libanés, apuntando contra los golpeados reagrupamientos de los yihadista en Al Raqa y otros espacios del territorio nacional.
En consecuencia, el panorama —insisten diversos analistas— no parece nada fácil para ese engendro nacido de una controvertida combinación de intereses, desde una Casa Blanca que observó y apoyó inmutable la integración y desarrollo de tales contingentes extremistas con la esperanza de derrocar en Siria al gobierno legítimo de Bashar al Asad, hasta una Turquía que, siendo cómplice y facilitadora de los movimientos del EI, ahora denosta de sus brutales acciones, es víctima recurrente de ellas y teme que los grupos kurdos que la combaten salgan fortalecidos de la actual contienda.
Ello, sin olvidar que el EI ha tenido sustantivo sostén de la derecha árabe y del sionismo israelí, la primera, empeñada en limpiar Oriente Medio de gobiernos laicos y de la preesencia iraní; y el segundo, desesperado por hacer caer la resistencia histórica de Damasco y evitar la influencia de Teherán y Hizbulá en el área.
En fin, una mescolanza complicada con relación a un violento y fanático sujeto que, según los estudiosos, ha logrado calar en muchos islamistas severamente resentidos y sectores poblacionales víctimas de las desgracias que se han multiplicado luego de la violenta y variopinta desestabilización derivada de las cruzadas antiterroristas Made in USA en Afganistán, Iraq, Libia y Siria; todas con un permanente y crónico sustrato hegemonista.
No olvidar que ya en la década de los 80 del pasado siglo Washington se convirtió en un importante impulsor de esas tendencias extremas (incluidos Osama Bin Laden y Al Qaeda) en sus esfuerzos por promover la derrota de la Unión Soviética en suelo afgano, a donde esa desaparecida potencia mundial acudió en socorro de las autoridades progresistas locales acosadas por los titulados yihadistas. Entonces, la premisa imperial (que no ha cambiado para nada) era que batir a Moscú resultaba más trascendente que lidiar con “tres o cuatro musulmanes fanatizados”.
De todas formas, el jugar con fuego ha salido bien caro a sus promotores, no ya por la extensión descontrolada del terrorismo dentro de las propias fronteras de aquellos que le apañaron y han sido sus tradicionales cómplices, sino además porque motivaron la efectiva actuación militar rusa en Siria, interesada no solo moralmente en la integridad de ese país, sino además en no ceder un ápice de un espacio geográfico estratégico para su propia defensa nacional ante los planes de cerco decretados por la ultraderecha estadounidense y del resto de Occidente.
Una Rusia que, incluso junto a Irán y otros aliados, es capaz de promover altos al fuego y negociaciones entre las partes contendientes sin tomar en cuenta a una trasnochada y díscola “coalición Occidental” que más parece haber estado jugando a la guerra contra el EI que tomándose al asunto con la seriedad y responsabilidad que le correspondería.
De todas maneras se trata de un mal que, al decir de algunos estudiosos, posiblemente no termine con la posible derrota ni la desaparición del Estado Islámico, porque, sin dudas, individuos y grupos quedarán dispuestos a seguir intentando matanzas y ataques indiscriminados por todo el planeta en nombre de una retorcida interpretación de su fe.
Lo proyectaba precisamente un rotativo latinomericano, que en reciente comentario sobre la expansión terrorista global indicaba que la sensible pérdida de territorios en Iraq y Siria “no le ha impedido al EI intentar atemorizar al mundo, al lanzar ataques con decenas de muertos en Estambul y Bagdad en los compases iniciales de 2017.”
En pocas palabras: los hegemonistas nos han hecho el “brutal regalo” de destapar la caja de pandora del terrorismo global y lamentablemente todo indica que todavía podríamos asistir a renovados coletazos de semejante bestia más allá de la formal desarticulación de las organizaciones y grupos entregados a tales desmanes… Vivir para ver…
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