Cuatro muertos, entre ellos un agente policial y el atacante, además de cuarenta heridos, fue el saldo del episodio terrorista que hace apenas unas horas sacudió a la capital del otrora gran imperio británico.
No se trata de una experiencia nueva, ni para los londinenses, ni para muchos otros ciudadanos de la Vieja Europa, involucrada de lleno durante los últimos años en las destructivas e hipócritas acciones expansionistas de los círculos norteamericanos de ultraderecha en Asia Central y Oriente Medio.
De hecho la capital británica acumula desde tiempo atrás otros momentos de violencia extremista, junto a París, Bruselas, Madrid o Ankara.
Los autores no suelen variar: se trata de terroristas de origen musulmán capaces de las peores atrocidades a partir de su distorsionada intepretación del Corán, y de los llamados a una retorcida yihad o “guerra santa” contra “infieles y traidores”.
En esta ocasión, el autor de la tragedia en el puente de Westminster, fue indentificado por Scotland Yard como Khalid Masood, de 52 años, ciudadano británico nacido en el condado de Kent, con un historial de violencia por el cual ya había sido requerido por la justicia local.
Según las versiones, Masood atropelló a numerosos transeuntes con su vehículo y luego se dirigó al Parlamento donde apuñaleo a un agente policial antes de ser abatido por otros uniformados.
Poco después, y por intermedio de su “departamento de propaganda”, el Estado Islámico, EI, se atribuyó la autoría del ataque como parte de su “venganza” contra los integrantes de la pretendida coalición occidental que lidera los
Estados Unidos.
Por si fuera poco, horas más tarde, cuerpos especiales rusos abatieron a un grupo de extremistas que intentaron atacar una base militar en Chechenia, también evidentemente ligados a los grupos terroristas de origen islámico.
Y visto en forma lineal, algunos podrían culpar de cuanto está aconteciendo en materia de inseguridad internacional a los musulmanes cultores de la violencia desmedida, algo que sin dudas resultaría una interpretación enteramente parcializada, sencillamente porque el auge del terrorismo islámico ha sido posible gracias a su maridaje con Occidente, las satrapías árabes y el sionismo israelí, que lo han utilizado en la imposición de sus aspiraciones de poder regional y global.
Ahí está la historia de los “románticos lazos” de Washington y sus aliados con Al Qaeda, con el mismísimo Ozama Bin Laden y con los Talibanes, en los tiempos en que se procuraba el descalabro del gobierno progresista de Kabul y el desgaste de las tropas soviéticas que acudieron en su apoyo.
Un maridaje que, aún luego de los nunca totalmente esclarecidos sucesos del 11 de septiembre de 2001, reverdeció durante el proceso de derrocamiento violento del gobierno de Libia y la actual guerra que ya por seis años azota a la nación siria.
Y en este último episodio, aún en desarrollo, han sido también los mismos oscuros intereses ya citados los que, mediante su protección a los titulados “opositores armados” al gobierno legítimo de Damasco, han hecho y aún hacen llegar todo tipo de socorro a los extremistas de Al Nusra (la Al Qaeda siria) y el EI, vapuleados en los últimos meses por las tropas oficiales, los combatientes de Irán y el Hizbolá libanés, y la aviación militar de Rusia.
De manera que el más reciente atentado en Londres y los ocurridos en buena parte de Europa con anterioridad, tienen como sustrato vital esa sucia y oportunista alianza que nunca ha sido sepultada del todo a pesar de circunstanciales desavenencias entre los ahijados y los padrinos que insisten en criar cuervos aún cuando de vez en vez reciban algún que otro picotazo.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.