Cierto, como apuntó el Papa Francisco en la losa del Aeropuerto Internacional José Martí al inicio de su reciente visita a Cuba, que la humanidad parece abocada a una guerra mundial por etapas.
Y los orígenes de este cuadro de colores apocalípticos no están ya en el pretendido litigio entre dos potencias nucleares de diferente signo ideológico, porque desaparecida la Unión Soviética en el ocaso del siglo veinte, aquel esquema presunto generador de entuerto dejó la vida de un abrupto tajo.
El asunto es que muerto el “brutal enemigo y competidor”, el retorcido sustento mental de la Guerra Fría no desapareció, y mientras algunos incautos imaginaron un venidero mundo de concordia y entendimiento, las fuerzas oscuras del hegemonismo interpretaron el instante como la puerta ancha hacia el dominio absolutista e inmovilista de los Estados Unidos sobre todo lo viviente.
Es lo que se traduce claramente de los repetidos enunciados acerca del “fin de la historia”, “la victoria total del capitalismo”, y el “deber de Washington de evitar a toda costa la reorganización o surgimiento de nuevas potencias” que pudiesen poner en tela de juicio los cánones omnímodos que solo corresponden a la primera potencia imperial.
De manera que sin “monstruos de dientes nucleares” del otro lado del mar, los círculos de poder norteamericanos se dieron a la tarea de estructurar el planeta a su gusto y conveniencia.
Una “tarea” que —dicho sea de paso— encontró asideros sospechosamente muy convenientes en los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra la Torres Gemelas y el Pentágono, rodeados de tantas incompresibles, manipuladas y controvertidas tachaduras como el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963, según criterios de no pocos analistas.
Al son de “con USA o contra USA” en la voz gangosa del entonces presidente George W. Bush, se inició entonces la marcha sobre los Balcanes, Asia Central y Oriente Medio, con las miras estratégicas enfocadas contra Rusia y China, ya encarriladas en derroteros ascendentes a escala global, y abiertamente conscientes de que la titulada post Guerra Fría no es más que un burdo sofisma.
Riesgos enormes han ido desenterrándose en los últimos tiempos, al punto de que para los halcones estadounidenses la idea de utilizar armas de destrucción masiva en sus afanes expansionistas ya no resulta un tema tabú, y se trabaje incluso intensamente en la confección de una pretendida sombrilla atómica que justo brinde a USA la posibilidad de atacar el “enemigo” previa anulación de su capacidad de respuesta.
En pocas palabras, la versión tecnológicamente corregida y aumentada de la no tan lejana etapa en que el mundo solía ir a la cama bajo el pavor de no saber si vería el próximo amanecer.
No obstante, algo ha ido cambiando a contrapelo de las ambiciones y sueños de los “elegidos globales”.
En materia económica, la dinámica China logró meses atrás desplazar a los Estados Unidos del trono internacional, y junto a otros países emergentes en materia productiva y financiera, están colocando en abierto retroceso al díscolo dólar norteamericano como autócrata patrón de pago.
Mientras, en materia de geopolítica militar, una reverdecida Rusia, actuando además con pleno derecho a la defensa propia, ha derrumbado el mito de que al final Washington se sale siempre con las suyas.
Así, una figura pública como Paul Craig Roberts, ex asesor político y económico del ultraderechista presidente Ronald Reagan, afirmó hace apenas unos días que a, partir de este octubre “cambió el equilibrio de poder en el mundo para dar paso a una era donde son muchos los que ya no se dejan intimidar por Washington”.
El también analista recordó cómo el presidente ruso, Vladímir Putin, en su discurso ante la ONU por el aniversario setenta de la máxima organización internacional, plantó cara frente a lo que calificó de “arrogancia desbordada de la potencia hegemónica”, a la que definió además como “amenaza para la soberanía, y con ello para la libertad, de los pueblos y países”.
Poco después, Rusia iniciaría sus efectivos bombardeos contra al terrorista Estado Islámico en Siria, criatura al servicio del expansionismo hegemónico, que incluyen un episodio bélico que Craig Roberts caracteriza como definitorio y sobre el cual escribió textualmente: “los misiles de crucero rusos lanzados desde el Mar Caspio alcanzaron objetivos del EI en Siria con una precisión milimétrica y mostraron a los vasallos europeos de Washington que el escudo antimisiles norteamericano no podría protegerlos si ellos permiten que se les empuje a un conflicto con Rusia”.
En consecuencia, es evidente la certeza del citado estudioso (compartida por otros muchos en el orbe) de que la hora del poderío ilimitado va pasando a ser simple y rabiosa frustración para quienes de forma consuetudinaria han envenenado no pocas mentes en el planeta con la historieta de “nación líder y privilegiada” y de “impotencia e imposibilidad ajenas para ponerle coto”.
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