Y esa evaluación se reitera una y otra vez en la misma medida en que discurren encuentros y conferencias destinados a intentar dar una solución política a la guerra impuesta desde el exterior al pueblo sirio, que ya se ha cobrado más de 310 mil muertos, 13 millones de desplazados y la destrucción de buena parte del país.
Los más recientes esfuerzos para un arreglo han tenido lugar días atrás en Astaná, la capital de Kazajastán, previos a las esperadas conversaciones que bajo el auspicio de la ONU eligieron por sede a Ginebra en las postrimerías de este febrero.
Sin embargo, en los primeros, fue evidente que ni la oposición ni sus promotores foráneos (incluida Turquía como organizadora, con Rusia e Irán, de los encuentros), acudieron a ambas citas con un verdadero deseo de poner fin a la crisis.
De hecho, la segunda vuelta debió posponer sus inicios por la tardanza de los titulados rebeldes y de Ankara, maniobra que solo permitió intercambios insustanciales.
Mientras, en Ginebra, la línea no ha sido diferente. Así, ha resultado evidente la malsana intransigencia de los llamados opositores y sus aliados foráneos, que lejos de abogar por un entendimiento equilibrado, insisten en que una “nueva Siria” pasa necesariamente por la inexistencia del actual legítimo gobierno nacional encabezado por Bashar el Asad.
En consecuencia, los escasos intercambios apenas han rodado en torno a temas de procedimiento y representatividad, con la característica, en este último aspecto, de que los mismos opositores no han podido ponerse de acuerdo en torno a sus respectivos niveles de presencia en la todavía ausente mesa de diálogo.
Por su parte, quienes han generado el intencional desmembramiento de Oriente Medio y Asia Central a cuenta de sus intereses hegemónicos y la prevalencia sionista y reaccionaria en la zona, renovados los cargos incluso en la Casa Blanca, se embrollan en sus propias contradicciones al hablar de combatir el terrorismo del Estado Islámico, EI, y Al Qaeda, y luego negar toda colaboración en ese sentido con Rusia a menos que Moscú “distinga a los rebeldes opositores de los grupos extremistas”
Concreta barrabasada política del recién estrenado secretario de Estado Rex Tillerson, que al parecer no se ha dado por enterado de que quienes han asistido con todas las garantías a Astaná y Ginebra son precisamente los representantes de esa “oposición armada” aparentemente no ligada al terrorismo. Título, por supuesto, que no la exime de sus trifulcas intestinas y sus propias ambiciones particulares y sectoriales, no pocas veces encontradas.
Y es que el asunto es insistir en la demonización de la negociada y legítima presencia en los escenarios bélicos de la aviación militar rusa y los combatientes de Irán y el Hizbolá libanés, sencillamente porque han cambiado el curso de la guerra junto al ejército nacional, y colocado en la picota el plan original de también desmembrar a Siria como ya se ha hecho con Afganistán, Iraq y Libia.
Al final, la historia del surgimiento del Estado Islámico a cuenta de los servicios secretos sionista, norteamericano y británico, con el apoyo de las satrapías árabes y el extremismo yihadista, no es ya una revelación inédita, sino público entramado de larga y sangrienta data.
No por gusto, indican analistas, la “coalición internacional” liderada por Estados Unidos ha sido larga e intencionalmente inefectiva en la zona, incluso al actuar contra el derrotado EI en la ciudad iraquí de Mosul, y su abierto y libre desplazamiento a suelo sirio para seguir la guerra de desgaste contra Damasco, bajo el vuelo indiferente de los aviones militares y los muchos drones norteamericanos y sionistas involucrados en tan destructivo conflicto.
No obstante, que a pesar de tan complicado escenario Rusia e Irán insistan en la paz negociada, incluso en acuerdo con Turquía, habla de la seriedad de su compromiso con la estabilidad y gobernabilidad en Siria, y, por supuesto, de la legítima y firme defensa de sus intereses geopolíticos en un área estratégica que, por cierto, está bien, bien, bien lejos de Washington o Londres.
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