Por supuesto, a estas alturas del juego es evidente lo que muchos denunciaron en su momento, cuando al calor del inicio del despliegue de su sistema antimisiles en Europa, la Casa Blanca se esforzaba por “convencer” a los rusos que no serían las víctimas claves de la posibilidad norteamericana de propinar un golpe nuclear sin respuesta de la víctima.
Y es que en un breve lapso de tiempo los sectores ultraderechistas han dejado atrás los ropajes de pretendidas “ovejas” para ceñirse la cofia de “lobo feroz.”
Ya no es solo colocar artilugios tecnológicos alrededor del gigante euroasiático para intentar neutralizar su poder atómico y transformarlo en un blanco inerme, sino que además el despliegue bélico imperial en Oriente Medio, Asia Central, Asia-Pacífico y Europa del Este, como una tenaza de cierre único, resulta un hecho plenamente consumado y sin freno…y para el Kremlin nada de esto es desconocido ni asumido a la ligera.
Ucrania ha sido, sin dudas, el más reciente y arriesgado paso de la estrategia expansionista imperial, y la debacle instigada por Washington y sus aliados en aquel país persiste en el universo mediático derechista como la “obra maléfica” de un Moscú altanero, ambicioso, guerrerista y engreído, las pintas adecuadas para concitar temores, recelos y justificar toda acción agresiva.
En este último escenario, el Occidente capitalista no perdona al Kremlin la ulterior y legítima reinclusión de Crimea a su originario contexto geográfico, ni el firme reclamo de Moscú en defensa de los ucranianos de origen ruso que en el Este son víctimas de los ataques xenófobos de las neofascistas autoridades instaladas en Kiev con la anuencia hegemonista.
En consecuencia, y a tono con su masiva y manipuladora propaganda anti rusa, los círculos militaristas norteamericanos han dado el visto bueno para ir colocando sus efectivos casi a la vista de las fronteras occidentales del gigante euroasiático.
Las recurrentes “maniobras militares conjuntas” en el Báltico y Europa Central son una de las vías para el nuevo despliegue de armas y hombres en el Viejo Continente, mientras que el “compromiso con las asediadas autoridades ucranianas” resulta el pretexto para el rearme y modernización de los sectores castrenses que en Kiev responden a pie juntillas a los planes expansionistas foráneos.
Por estos días, además, las agencias noticiosas germanas indicaban el arribo a la base norteamericana de Spangdahlem, en las región de Tréveris, de cuatro aviones de combate F-22 "Raptor", de última tecnología, como “demostración de “nuestra resolución y nuestro compromiso con la seguridad europea", según afirmó de inmediato el general Frank Gorenc, comandante de la fuerza aérea estadounidense en Europa.
El “Raptor”, indican expertos en la materia (remitido a Alemania a tono con la crisis ucraniana, según confirmó el propio Pentágono) es una nave que se estima difícil de detectar y que gasta 44 mil dólares por hora de vuelo a partir de sus complicaciones tecnológicas.
Y como complemento económico a semejante escalada, Rusia anunció que varias de sus empresas acaban de ser incluidas a partir de este septiembre en la lista de entidades locales sancionadas por los Estados Unidos a cuenta de la situación en Ucrania.
La nota respuesta del Kremlin indicó con meridiana claridad que "la ampliación de las sanciones anunciadas por Washington no es sólo otra manifestación de la incapacidad de la administración estadounidense de evaluar en forma adecuada lo que ocurre en Ucrania, sino la continuación de la línea típica de los círculos gubernamentales norteamericanos que consiste en la destrucción consciente y continua de las bases para la normalización de las relaciones ruso-norteamericanas".
En consecuencia, Moscú anunció que prepara una respuesta adecuada y aseguró que, al decir del presidente Vladímir Putin, “intimidar, contener o aislar a Rusia, es algo que nunca logrará nadie.”
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