Si las cosas no cambian y se cumplen los reiterados vaticinios de los especialistas, Barack Obama será el último presidente de la “primera economía global”, y su sucesor, sea demócrata o republicano, se convertiría —con buena suerte— en el mandatario del segundo poder productivo y financiero del orbe, detrás de China.
Y eso, que dicho así tal vez no comunique toda la trascendencia del hecho, representa sin embargo el golpe más terrible que ha sufrido el orden capitalista mundial desde sus más remotos orígenes, allá, en los talleres artesanales de las hoscas ciudades medievales.
Los analistas lo han dicho más de una vez: entre 2016 y 2018 China pasará a ser la primera economía mundial, colocando en un segundo plano la ya desgastada hegemonía que Estados Unidos ha desplegado durante muchísimos años.
Y lo interesante es que el ganador de la porfía no se proclama precisamente un país apegado al capitalismo, todo lo contrario.
No se trata solo de conclusiones de orden subjetivo. Los datos concretos avalan ese recorrido del gigante asiático que estaría por cambiar muchas cosas en este mundo.
China es hoy el primer gran acreedor de Estados Unidos y sus productos han inundado virtualmente el mercado interno de esa potencia imperial.
Beijing, además, es el primer consumidor de energéticos y metales industriales a escala global, y su industria automovilística ocupa también la cabecera del orbe.
En la carrera hacia la cima aparecen otros escalones vencidos. Así, por ejemplo, hace apenas unos días, el portal digital Bloomberg, especializado en el trasiego internacional de mercancías, reveló que al cierre de 2012 China se convirtió en la nación más importante del planeta, desde el punto de vista comercial, a cuenta de sus volúmenes de exportaciones e importaciones.
La citada fuente consideró que “mientras la suma de las importaciones y exportaciones norteamericanas en el pasado año ascendió a 3,82 billones de dólares, el comercio total de China alcanzó los 3,87 billones”.
Y lo más notable y decisivo: el gigante asiático se adjudicó en ese período un superávit de más de 231 mil millones de dólares, en tanto Estados Unidos tuvo un déficit de casi 728 mil millones.
El fenómeno comercial chino no deja de asombrar, según explican analistas del Banco Mundial, porque todavía el volumen general de la economía estadounidense resulta superior que el de la economía china, sin embargo la capacidad mercantil gringa no cesa de enredarse, al punto que la primera potencia capitalista es el mayor importador del mundo.
En cuanto al sensible terreno energético, vale recordar que desde el pasado septiembre, Beijing anunció estar lista para que todas sus transacciones petroleras se realicen en su moneda nacional, el yuan, desplazando definitivamente al dólar norteamericano de esas operaciones.
Es, sin dudas, un severo golpe a un monopolio establecido desde 1970, cuando Estados Unidos y Arabia Saudita acordaron que el dólar regiría los mercados energéticos globales.
Porrazo de tal magnitud, que especialistas norteamericanos admitieron que esa decisión china afectará a Washington “más de lo que nadie se imagina.”
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