El asedio es un delito penado por la ley, como la defensa propia es un reconocido derecho también presente en los códigos. De manera que quien cerca y agrede es tan culpable como totalmente inocente resulta el que custodia y protege su integridad por todos los medios.
Y en el caso de Corea del Norte la fórmula es enteramente válida desde que, a fines de la Segunda Guerra Mundial, decidió Washington la partición de la península y el inicio de una de las más largas porfías mundiales de los últimos siete decenios.
No contentos con el forzoso tajo, en los años cincuenta del pasado siglo, los Estados Unidos provocaron la devastadora Guerra de Corea contra las autoridades socialistas del Norte, que concluyó en un alto al fuego todavía vigente ante la derrota de los invasores. El Sur fue desde entonces espacio para el despliegue de decenas de miles de tropas gringas e incluso de armas nucleares apuntadas contra Pyongyang, y punto de origen de miles de provocaciones y actos agresivos contra el “indeseable” vecino.
Y es que, como ya habíamos escrito antes en esta misma sección, a los sectores belicistas norteamericanos corresponde la mayoritaria e histórica responsabilidad por la división artificial de toda una nación lejana y ajena, por la guerra fratricida que aún técnicamente no ha concluido, y por las peligrosas tensiones subsiguientes en aquella región del Lejano Oriente.
En otras palabras, si los más de 80 millones de coreanos han debido vivir en una patria cercenada, divididas las familias por angustiantes decenios, en medio de una cruento enfrentamiento armado en la quinta década del pasado siglo, y entre riesgos multiplicados hasta el día de hoy, ha sido esencialmente por la empecinada intervención política y militar de la Casa Blanca en un territorio que se le antoja “vital” en sus aspiraciones hegemonistas.
¿Cómo se puede entonces criticar y demonizar a la República Popular Democrática de Corea y acusarla de “peligro a la paz mundial” cuando ejerce el probado derecho a la defensa propia? ¿Aspiran acaso los agresores a que se mantenga inerme ante el poderío bélico de la primera potencia capitalista, claramente inclinada a golpear cuando lo estima conveniente? ¿Es un crimen universal desarrollar concretamente armas nucleares y misiles portadores cuando del otro lado de la divisoria los del enemigo coliman tu cabeza? ¿Alguien merece condena por acumular una fuerza disuasoria que aleje la agresión que ronda tu puerta?
Lo demás es neta palabrería, ante la realidad de que una Corea del Norte militarmente fuerte e integrante del “club nuclear universal” ya es para el adversario un interlocutor de nueva e indeseada categoría.
De hecho, un cerril y díscolo prepotente como Donald Trump quiso hacer época mediática con su pretendido diálogo con Pyongyang, al final burda propaganda, y su conversión en el primer presidente gringo en pisar la zona desmilitarizada entre las dos Coreas, para luego abortarlo todo insistiendo, como ahora lo hace su sucesor demócrata, en que la RPDC, sometida a un grueso paquete de sanciones Made in USA como sempiterna palanca de presión, debe cesar incondicionalmente sus programas atómicos y de misiles mientras Washington potencia y suma a toda prisa nuevas armas de destrucción masiva.
Así, justo hace apenas horas, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, confirmó a la prensa que los Estados Unidos “sigue comprometido con las sanciones a Pyongyang”, e instó a la Organización de Naciones Unidas a obligar a la RPDC a abandonar sus planes defensivos, tal y como hizo el presidente Harry S. Truman en los años 50 para intentar internacionalizar la agresión militar al Norte.
Una “demanda” gringa, vale precisar, que vuelve a salir a la luz mientras Rusia y China se encuentran trabajando en conjunto para presentar ante el Consejo de Seguridad una resolución destinada a levantar las sanciones contra el Norte “con la intención de mejorar los medios de vida de la población civil”, y el gobierno norcoreano ratifica el carácter punitivo de tales restricciones y confirma su legítimo derecho a fortalecer su defensa ante un enemigo enconado e irresponsable.
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