Al menos eso se colige de la tormenta de sanciones, declaraciones, imputaciones y duros adjetivos propalados por más de un personaje de la nueva administración norteamericana contra Teherán a raíz de un nuevo ensayo persa dentro de su programa de fabricación de misiles defensivos. Diatriba que muchos en este planeta no consideran justificada ni mucho menos, a la luz de un vistazo objetivo al pretexto que se esgrime y al devenir de las complicadas relaciones bilaterales de Washington e Irán.
Porque, si el recién estrenado presidente Donald Trump apuesta por “los Estados Unidos primero”, no es un pecado entonces que los demás gobiernos del orbe aspiren a que sus naciones también gocen de seguridad, prosperidad y reconocimiento a escala global.
La diferencia radica en cómo plasmar ese proyecto: si llegar a la cima aplastando los derechos y los cráneos ajenos, o mediante una actuación sensata, racional, equilibrada y políticamente realista.
En consecuencia, es bueno que quienes tienen poderes decisorios sepan actuar con mesura, rodearse de criterios objetivos y asumir los parámetros de su tiempo… Y el nuestro, por ejemplo, cada vez admite menos el ejercicio de las ínfulas hegemonistas y el verbo amenazante y prepotente.
De ahí que suenen desusadas las amenazas y advertencias de bravucón de barrio lanzadas contra Teherán desde el más alto cargo oficial norteamericano, pasando por su vice y su secretario de Defensa, en torno los presuntos riesgos militares que puede enfrentar Irán si persiste en fortalecer su seguridad y su potencial defensivo, o acudiendo a la falacia de que nada menos que los iraníes son los creadores del terrorista Estado Islámico, al que, valga la realidad, tienen asido por el gaznate en Siria junto a las tropas de Damasco, el apoyo de las fuerzas rusas y los combatientes del Hizbulá libanés.
Y, ciertamente, un buen favor se harían los que denostan de Irán si intentasen conocer al menos su historia más reciente, y el sempiterno papel injerencista de los Estados Unidos en la nación persa, base de toda la ulterior desavenencia mutua.
Debe recordarse que en sus añejos afanes de control geopolítico y energético, impuso Washington en Irán la violenta dictadura del Sha Muhammad Reza Pahlavi, le dio seguro cobijo al criminal monarca una vez derrocado por el pueblo persa, y promovió la hostilidad y el aislamiento contra la Revolución islámica apelando, además, en este sucio empeño, a su santa alianza con el sionismo israelí y los gobiernos reaccionarios árabes.
Y es que para la política expansionista Made in USA en Asia Central y Oriente Medio es un serio valladar la presencia de un Irán fuerte, cohesionado y con creciente influencia en un espacio geográfico esencial en los intentos de establecer su trasnochado trono global.
Lo decía un reciente análisis al que algunos harían bien en prestarle atención: “…la dignidad y el orgullo nacional iraní es un profundo y arraigado sentimiento y también la conciencia de pertenecer a una de las primeras cunas de la civilización humana, y todo ello ha creado una identidad que está por encima de los regímenes que le han gobernado durante su larga historia”.
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