Ni imaginar que dirían por estos días los líderes del Viejo Continente que casi cinco décadas atrás proclamaban la necesidad de que esa región no terminase convertida en un apéndice de la política exterior norteamericana.
Una nada despreciable herencia política que incluso llegó a plantearse edificar un aparato de defensa propio que limitase la dependencia militar con relación a los Estados Unidos, el socio mayor dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, así como la vigencia de instituciones económicas y políticas regidas esencialmente por las aspiraciones y necesidades netamente europeas.
Sin embargo, en los últimos tiempos el giro del Viejo Continente ha sido diferente, y en nuestros días la visión generalizada sobre Europa Occidental y los nuevos socios nacidos de la debacle política en el Este, no es otra que la de vergonzantes alabarderos de las tendencias hegemonistas que rigen la actitud y las acciones de los círculos derechistas estadounidenses.
Así, Europa se transformó en instrumento dócil en el premeditado desmembramiento de Yugoslavia, la creciente y peligrosa hostilidad con respecto a Rusia, la aventura imperialista en Ucrania y el “plato fuerte” expansionista materializado en la devastadora injerencia militar en Asia Central y Oriente Medio.
En consecuencia, los líderes de añejos imperios coloniales se mordieron la lengua y recogieron calladamente sus “viejas glorias”, para transmutarse en aliados absolutos de programas agresivos ajenos, con todo lo que ello comporta en materia de desprestigio y riesgos.
Bajo la égida del gran aliado de allende el Atlántico, tropas europeas han actuado en Iraq y Afganistán. Sus bases y aeropuertos han servido para retener clandestinamente a presuntos “enemigos” en calidad de secuestrados. Sus especialistas en interrogatorio han golpeado y torturado, y sus dineros y arsenales han permitido (bajo el liderazgo Made in USA) la eclosión terrorista que, bajo una alianza oportunista, ha actuado últimamente en Libia y Siria, y que hoy, presuntamente sin control, muerde otra vez la mano de sus progenitores.
En consecuencia, ciudadanos europeos y de otras nacionalidades han encontrado la muerte y la mutilación en las calles de París o Bruselas (los casos más recientes de acciones terroristas) a cuenta de aberradas criaturas como el titulado Estado Islámico, que junto a variantes locales de Al Qaeda y otros segmentos yihadistas consideran llegada la hora de actuar por su cuenta para establecer su “califato” universal y sacar de por medio a cuando “infiel” le resulte posible.
De ahí que no suenen del todo limpias las afirmaciones de trascendentes figuras políticas occidentales, entre ellas máximos dirigentes europeos, cuando ahora hablan de represalias tremebundas contra los extremistas islámicos, de nuevas guerras sin fin contra el terrorismo, y hasta establecen rasgos demoniacos para algunas de esas entidades en cuyo ADN nadan sus propios “refinados” genes.
Lo cierto y objetivo es que Washington y sus aliados europeos, el sionismo, y la ultra derecha árabe, matrizaron a los asesinos, les proveyeron de armas, entrenamiento y recursos, y con ello no hicieron otra cosa que potenciar también la inseguridad en casa, a tal grado, que hace apenas unas horas el propio presidente norteamericano, Barack Obama, en la Cuarta Cumbre sobre Seguridad Nuclear, con escenario en Washington, “alertó a la comunidad internacional sobre la amenaza de un ataque nuclear a manos de los lunáticos del grupo Estado Islámico, y pidió ayuda para mejorar la seguridad atómica mundial.”
Obama precisó que existe el riesgo de que los extremistas islámicos accedan a material nuclear y logren construir artefactos de ese tipo para usarlos contra plantas atómicas o en atentados de gran envergadura.
Y mientras eso sucede, Europa debe asumir también el flujo multiplicado de inmigrantes desde las cercanas zonas de conflicto generadas por sus propios gobiernos “coaligados” con los Estados Unidos, y que solo en los primeros tres meses de este año ya alcanza la cifra de 169 mil personas.
Y lo ha hecho de la peor manera. Es decir, cerrando sus fronteras, dando la espalda a aquellos a los que contribuyó a convertir en desplazados forzosos, y violando todas las disposiciones internacionales humanitarias al transferirlos indiscriminadamente a Turquía mediante la promesa de pagos multimillonarios a las autoridades de Ankara y de agilizar la definitiva presencia de ese país en las filas de la Unión Europea.
Jesús
3/4/16 9:32
Indudablemente. El gran problema radica en cómo terminó la llamada Guerra fría. Después del colapso de la URSS, EEUU se creyeron vencedores en una guerra que nunca existió. La URSS fue autodestruida y no vencida.
Washingtos, desde 1991 se ha atribuido el derecho de hacer y deshacer regímenes a su antojo: Yugoslavia, Irak, Libia son algunos ejemplos. Rusia tenía cuando la crisis yugoslava un presidente alcohólico que no era más que una marioneta y no supieron o pudieron defender a su aliado de los Balcanes.
Cuando la historia estuvo a punto de repetirse esta vez en Siria y luego de haber sido engañados em Libia, Rusia unilateralmente emprendió el camino contra el EI y apoyando a su aliado sirio. Esto desde luego no ha gustado nada a EEUU que ya se ha dado cuenta que sus días de policía mundial han terminado.
Europa vive todavía bajo el temor que dictó Bush II "o estás conmigo o contra mí" y ninguno de los políticos del llamado viejo continente han dado prueba suficiente de soberanía para llevar a cabo una política exterior independiente.
Lamentablemente veremos peores días en la UE. Cómo terminará este proyecto no creo que muchso de los que lo diseñaron lo tengan muy claro.
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