De alguna manera estamos ya acostumbrados a tales cosas, aun cuando algunos ingenuos todavía piensen que ciertos gobiernos y estructuras resultan inigualables ejemplos de honestidad, corrección y decencia a la hora de informar.
Y hablo de costumbre y hasta de rutina, porque quien medianamente conozca algunos mecanismos instituidos por los círculos hegemónicos de poder en torno al manejo informativo, ha de recordar la “virtud” que les es inherente a tales personajes para sellar investigaciones y folders, y colocarlos a descansar en el silencio por decenas o cientos de años, hasta que un buen día (preferentemente cuando ya no existan protagonistas ni testigos) alguien autorice sacar a la luz algún que otro fragmento debidamente escogido y censurado.
Así por ejemplo, sucedió con muchos de los miles de papeles de la CIA en su larga actividad subversiva contra Cuba.
Así acontece aún con todo lo relacionado con la multifacética conspiración que planeó y ejecutó el asesinato en 1963 del presidente John F. Kennedy.
Y con seguridad ese es el silencioso y oculto destino que ya atraviesan las reales causas y las listas de los verdaderos implicados en los turbios episodios del 11 de septiembre de 2001, donde espectadores y víctimas aseguran haber presenciado explosiones programadas en los cimientos de las Torres Gemelas y de edificaciones aledañas, mientras que del presunto avión comercial estrellado contra el Pentágono no apareció ni un tornillo…en fin.
De todas formas, en otros casos tal vez menos comprometedores para ciertos personajes y entidades (según sus criterios y estándares sobre el asunto) la factura de espera es menos larga. Y justo en estos días ha sucedido así.
Resulta que en recientes declaraciones públicas, Condoleezza Rice, la cáustica consejera de Seguridad Nacional del díscolo expresidente George W. Bush, afirmó sin mayores miramientos que la invasión militar de los Estados Unidos a Iraq en 2003 para nada tenía que ver con la entonces proclamada intención oficial de “instaurar la democracia” en esa nación mesoriental.
“No fuimos a Iraq para llevar la democracia, fuimos para derrocar a Saddam Hussein. Era un problema de seguridad”, sentenció la exfuncionaria.
Esa versión echó por tierra en minutos la tan ampliamente difundida entonces, de que el ataque contra el gobierno de Bagdad perseguía “eliminar la dictadura vigente” y ofrecer “libertad” a los iraquíes.
Mentira que se suma a otro ya desprestigiado pretexto: el de desaparecer los arsenales de armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, cuya existencia nunca fue ni ha sido probada por los ocupantes.
De hecho, recuerdan analistas, la Rice no solo ayudó a implementar y justificar aquella guerra, sino que en 2008 proclamó a los cuatro vientos “su orgullo” por la orden de ataque dada por W. Bush.
En consecuencia, el amañado ciclo se repite…y hasta los promotores de más de una barbaridad llegan a contar sus tropelías en el más desprejuiciado tono anecdótico, como si se tratase de una simple travesura, no importan las decenas de miles de muertos y la cuantiosa destrucción material que semejantes “diabluras” hayan podido provocar.
Nada, cosas de quienes se siguen considerando por encima del resto de los humanos; al fin y al cabo valoran a los demás como seres de segunda con cuyas personas y prerrogativas pueden hacer cuanto se les antoje porque ellos son los “elegidos por el cielo” para ocupar el supremo cetro global.
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