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viernes, 15 de noviembre de 2024

¿Envidia trasnochada?

Washington parece inclinado a meter mucho más las manos en Hong Kong, como si fuera un émulo del Londres de las primeras décadas de siglo XIX...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 01/07/2020
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Soberanía-Hong Kong-China
El primero de julio de 1997, hace veintitrés años, Hong Kong se reintegró territorialmente a China para no separarse ni ser separada jamás.

Sin dudas, además del siempre presente deseo de desestabilizar a la República Popular China, puede haber algo de trasnochada pasión por la “conquista” en la reiterada cadena injerencista de la Casa Blanca en el tema de Hong Kong, un asunto plenamente interno, propio y local del gigante asiático.

Parecería que los seguidores de Donald Trump hubiesen decidido reeditar la apropiación violenta por el imperio británico de aquel puerto chino en 1842 para asegurar el lucrativo tráfico de opio (una suerte de narcotráfico retro de corte oficial), ahora impugnando su reintegro, desde el primero de julio de 1997, a la soberanía china bajo la fórmula de “un país, dos sistemas”.

Por tanto, armados de rostros de concreto, los personeros que dirigen la política estadounidense no pierden tiempo en promover disturbios internos en Hong Kong en alianza con pretendidos “movimientos ciudadanos” muy comunes en estos días en aquellos escenarios internacionales donde se pretende ajustar las clavijas hegemonistas, a la vez que poner en tela de juicio toda legislación o disposición concertada entre Beijing y las autoridades hongkonesas.

Así, por estos días ya se habla de posibles sanciones del Departamento de Estado contra funcionarios chinos que —a juicio de tan “oportuno interesado”— “socavaron el acuerdo entre China y el Reino Unido de respetar la autonomía de Hong Kong durante 50 años luego de que los británicos renunciaran a la ciudad en 1997”. Todo indica que, en principio, dichos ejecutivos y sus familias no podrán obtener visados para viajar a los Estados Unidos.

Ese es el distorsionado pretexto. La verdad radica en que Washington no puede ver con buenos ojos que Beijing, a tono con las responsabilidades que le competen en materia de defensa de la integridad del país, trabaje en una ley de defensa nacional aplicable a ese territorio autónomo, y destinada a conjurar las acciones que, alentadas desde el exterior, intentan dar marcha atrás a los acuerdos reivindicativos materializados hace veintitrés años.

Eso por un lado. Por el otro, demonizando la legislación china —y para ello ya se infla por el Departamento de Estado una suerte de campaña mundial de descrédito— se pretende afectar el tráfico económico actual en Hong Kong, uno de los elementos reconocidos en el acta de reintegro territorial a China, bajo el subterfugio de que una vez aprobada la ley de seguridad nacional ese puerto ya no sería el espacio autónomo concebido originalmente.

Dos propósitos casablanqueños se vislumbran en este sentido. El primero, golpear un establecimiento financiero y comercial de larga data, justo en instantes de serio peligro de recesión global a partir de la pandemia de la COVID-19, de manera que China no salga indemne del trance, mucho menos frente a la debacle que se pronostica para la primera potencia capitalista y para una administración gringa probadamente incapaz e irresponsable en materia sanitaria.

El segundo, que no se cierren los nichos hongkoneses utilizables para fomentar disturbios internos, comprar aliados locales, y ejecutar toda suerte de operaciones de desestabilización y violencia, como las ocurridas durante los últimos meses.

Solo que esa óptica ya no cabe con relación al gigante asiático. Ni China es hoy un dragón con pies de barro a merced de imperios extranjeros, ni los “nuevos conquistadores” tienen los suficientes recursos ni poder para doblegar a una nueva potencia global de incontenibles bríos. Ya no bastan unos cuantos veleros artillados y una bandada de sajones prepotentes para tales sucios menesteres.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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