Convertidos en administración de la conflictiva región de Quebec en 1976 y 1981, los separatistas acaban de reasumir el gobierno local en la persona de Pauline Marois, electa primera ministra luego de unas “reñidas elecciones”, según el calificativo textual de varios medios de prensa.
Esta vez, sin embargo, el festejo por la victoria se vio opacado cuando un ciudadano angloparlante irrumpió armado en el cinematógrafo de Montreal donde la titular anunciaba el éxito en las urnas. El atacante dio muerte a una persona e hirió gravemente a otra, en un suceso un tanto inédito en Canadá, donde no se registraba un crimen político desde l970.
Las informaciones aducen que el hecho fue expresión de la inconformidad de ciertos sectores de ascendencia inglesa con las intenciones de Marois de “reforzar las leyes diseñadas para asegurar el dominio de la lengua francesa” en Quebec.
Y es que el diferendo interno entre los quebequenses y el resto de la sociedad canadiense es de vieja data, y se remonta a los tiempos en que el ahora territorio de Canadá estaba bajo el mando compartido de Francia e Inglaterra como potencias coloniales dominantes.
Las violentas disputas entre ambas metrópolis no dejaron de reflejarse en esa parte del Nuevo Mundo, y finalmente, para 1759, Londres derrotó a los súbditos de París en América del Norte. Así, Quebec, conocida hasta entonces como Nueva Francia, quedó en aquella rica geografía como un gran bolsón francófono empeñado en no ceder un ápice en sus raíces originales.
Desde entonces a la fecha se han sucedido movimientos políticos y sociales que de una u otra forma han abogado por diferentes variantes para Quebec, bien como “sociedad distinta”, bien como “asociado autónomo”, bien como “país independiente”.
De todas formas, Quebec ha mantenido el predominio del idioma francés, al punto que Canadá se considera hasta hoy una nación bilingüe, y en buena medida el territorio ha ensayado fórmulas de desarrollo propias en múltiples áreas, que marcan ciertas distancias con respecto al resto de la nación, de cuna esencialmente británica. No obstante, los lazos con “la otra parte” de Canadá son sumamente estrechos, y no han dejado de influir en que algunos criterios separatistas no afloren a ultranza.
Quebec, de hecho, es la región más extensa de Canadá. Su tamaño suma dos veces y media el de Texas y su población ronda los siete millones de habitantes. Posee además importantes recursos naturales, pero a la vez ha logrado un significativo desarrollo en ramas claves como la electrónica, la computación, la industria aeroespacial, la farmacéutica, la biotecnología, y los servicios financieros.
Y justo en ese escenario ya se han ejecutado referendos separatistas que no lograron mayoría. Y es que, al decir de analistas, entre buena parte de los quebequenses primaba, al menos hasta los años noventa, el deseo de una titulada “soberanía-asociación”.
Precisamente en esos años, una encuesta realizada por la Globe and Mail-CBC arrojó que si bien 62 por ciento de los consultados apoyaba la independencia, 41 por ciento temía que un paso de esa magnitud influyese negativamente en su nivel de vida.
De hecho, precisan fuentes académicas, y a pesar de que esta época ha sido testigo del desmembramiento de varias naciones a escala global, la separación de Quebec del resto de Canadá supone no pocos retos para ese territorio de habla francesa.
Entre ellos se incluyen los posibles reclamos de tribus indígenas sobre sus patrias ancestrales sumadas hoy a Quebec; la asunción por ese “nuevo Estado” de una parte importante de la deuda externa canadiense; las lógicas compensaciones al país actual por el costo de la escisión; el surgimiento de una moneda propia; el seguro éxodo de buena parte de la población quebequense de origen inglés; y la estructuración de una política externa nacional, incluida la permanencia o no del territorio en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que hoy integran los Estados Unidos, Canadá y México.
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