El Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil sorprendió en su reciente VI Congreso con la elección de la senadora Gleisi Hoffmann como su presidenta, la primera en la historia de esa agrupación fundada por Luiz Inacio Lula da Silva y otros obreros metalúrgicos en Sao Paulo, como una opción política durante los llamados años del plomo (1964-1985) de la dictadura militar.
Hoffmann (1965), abogada, ex jefe de gabinete de la presidenta, representa en el Congreso al Estado de Paraná, y preside en el Senado Federal la Comisión de Asuntos Económicos. En octubre del pasado año resultó electa vicepresidente de la Comisión de Asuntos Económicos en el Parlamento Suramericano (Parlasur).
Esa es la mujer que dirigirá la vida del PT, creado el 10 de febrero de 1980, por un núcleo de trabajadores al que se integraron católicos vinculados a la Teología de la Liberación e intelectuales de izquierda. Se trataba de la aproximación de varios sectores a los movimientos sindicales y a la Confederación de las Clases Trabajadoras, el embrión de la actual Central Única de Trabajadores, la mayor y más aguerrida del país.
No fue esta una reunión de rutina para el PT, que ya viene de 13 años al frente del gobierno, y que constituye la fuerza de izquierda más poderosa del gigante sureño, a pesar de ciertas irregularidades de algunos de sus miembros, muy criticadas por la masa militante y la población que le apoya.
Para el partido, que se mantuvo en el Palacio de Planalto con Lula da Silva entre el 2003 y el 2010, y continuó desde esa fecha hasta el pasado año, comandado por la destituida presidenta Dilma Rousseff, la ocasión fue propicia para un balance crítico y autocrítico de la situación política nacional y la posibilidad de pasar a la vanguardia con vistas a las presidenciales del 2018.
La historia del PT, a pesar de los reveses sufridos en los últimos años —como el escándalo del 2005, cuando varios de sus dirigentes fueron acusados y algunos condenados por corrupción, y luego el golpe parlamentario contra Rousseff— lo sitúan, sin embargo, lejos del descrédito de las agrupaciones de centro y de derecha que operan en Brasil y pusieron al frente del país a un personaje sórdido como Michel Temer.
El presidente del antiquísimo Partido Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB) y exvice de Rousseff organizó y financió mediante los grandes capitales la salida de la mandataria, a quien hasta ahora no se le han probado las acusaciones de responsabilidad en el manejo —no robo— de los fondos públicos.
Analistas políticos, incluidos conservadores, coinciden en Brasil en que Temer, además de ser el representante de Estados Unidos y de la oligarquía nacional, tiene una carpeta de acciones de delincuencia que involucran a decenas de legisladores, senadores y ministros en la actualidad.
Su mantenida presencia en el Palacio se debe, entre otros factores, en que la derecha no encuentra un sustituto que sea aceptado por los grandes movimientos populares que exigen su renuncia y, en su lugar, elecciones directas y libres.
EL PAPEL DEL PT
Es en este contexto que el PT de Lula da Silva y de Hoffmann tiene la necesidad de unir a sus militantes, donde confluyen corrientes conservadoras y otras más hacia la izquierda o radicalizadas, como Muda Brasil (Cambia Brasil), y sectores juveniles que están pujando por una renovación más profunda en la conducción y en la orientación ideológica.
En el VI Congreso quedó claro que la senadora Hoffmann, quien alcanzó el 61,8 % del respaldo de los más de 2000 delegados a la cita partidista en Brasilia, deberá desplegar su arsenal político para, además de conciliar las diferencias ideológicas del PT, crear una nueva imagen, más parecida a la de los movimientos populares que ya hicieron una huelga general en mayo, anunciaron otra para el 30 de este mes y se mantienen movilizados de continuo en exigencia de la salida de Temer y las elecciones directas.
De ahí que los debates políticos se centraran en la responsabilidad del Partido ante el nuevo escenario político en el que ordenan los grandes capitales, y la definición de los rumbos a tomar para retornar al Palacio de Planalto de la mano de Lula da Silva, el político considerado con mayores posibilidades de ganar los comicios.
A pesar de las campañas mediáticas en su contra y de las acusaciones del sistema judiciario (uno de los grandes aliados de Temer), el expresidente que transformó la vida de 48 millones de brasileños pobres que pasaron a la clase media baja tiene grandes posibilidades de volver al gobierno, si no fueran tan poderosos sus enemigos, capaces de las mentiras más abrumadoras.
De ahí que Hoffmann, en un análisis de lo ocurrido en el VI Congreso, afirmara que se hizo un balance de la actuación del PT en los últimos años para proponer alternativas más osadas, “que nos permitan volver a gobernar Brasil”, con más de 200 millones de habitantes y una poderosa fuerza económica en Suramérica, miembro del grupo BRICS.
Para quienes conocen la historia política brasileña está claro que han sido los tres gobiernos consecutivos del PT, y el último año de Rousseff, los que transformaron de manera positiva el país con una serie de programas sociales, que Temer y su camarilla tratan de exterminar, además de adoptar una serie de medidas y reformas en discusión contra la clase obrera y los sindicatos.
Varias resoluciones fueron adoptadas durante el cónclave, las cuales demuestran que las bases petistas están unidas políticamente, lo que, según Hoffmann, “ha decepcionado a quienes quieren ver luchas internas y fuertes divisiones en el seno del Partido”.
El PT tiene una gran oportunidad para recobrar la confianza del electorado. Temer apenas posee el 5 % de apoyo popular, con una economía sin signos de crecimiento estable y un desempleo que afecta a 14 millones de personas.
Desde que asumió, el PMDB y sus más importantes políticos, al igual que los de la Social Democracia Brasileña (PSDB), están envueltos en escándalos de corrupción de la petrolera estatal Petrobrás, la constructora Odebretch y la firma de frigoríficos JBS. Unos robaban, otros pagaban sobornos y las denuncias de los directivos de esas firmas mencionan a diputados, senadores, ministros. Y hasta al mismísimo presidente, llamado “camaleón” político, que sumió a Brasil en el caos, a pesar de su sonrisa de botox y sus palabras apaciguadoras.
La derecha brasileña, y de ello es consciente el PT, tratará de impedir por cualquier medio la postulación de Lula da Silva, a quien, a más de un año de las presidenciales, tiene un 48 % de apoyo popular, según Datafolha.
El exmandatario es acusado, sin pruebas, de una supuesta serie de irregularidades de sus gobiernos y de acumulación de propiedades, aunque él sigue viviendo en su modesta casa de siempre en Sao Paulo y no se le ha comprobado fortuna alguna.
Por eso le corresponde al PT, el más poderoso partido brasileño, que en una coyuntura tan compleja como la actual, demostrar su honestidad ante las grandes masas, radicalizarse en democracia y, sobre todo, aliarse a los poderosos movimientos populares del país, entre ellos las grandes centrales sindicales, el Movimiento de los Sin Tierra, la Unión de Estudiantes, y otros sectores comunales y barriales.
Si los líderes petistas y la militancia no están al lado del pueblo en una hora como esta, donde los políticos oficialistas demostraron su sistema de podredumbre, les resultará muy difícil recobrarse como para entrar en elecciones y ganarlas.
Medios políticos coinciden en que el PT salió fortalecido de su VI Congreso, con una presidenta reconocida como una luchadora de principios en el Senado, y lideresa de la corriente Construyendo un Nuevo Brasil, mayoritaria, además.
Su principal oponente para ocupar el cargo fue el senador Lindbergh Farias (31 % de sufragios) de Cambia Brasil, la cual posee tendencias más radicales.
Que hayan elecciones directas ya, como exige el pueblo, resulta difícil en estos momentos —el PT advirtió que no participaría en indirectas a través del Congreso Nacional— pues solo se realizaría mediante una Enmienda Constitucional, ya presentada, pero que a los legisladores no les interesa encauzar mientras le da tiempo a Temer para que implante sus reformas neoliberales, como la laboral y de las jubilaciones.
Tampoco parece posible que al presidente lo destituyan por impugnación como a Rousseff, pues aun cuando hay diez solicitudes al respecto, la mayoría fueron rechazadas por la Cámara de Diputados, bajo la jefatura de Rodrigo Maia, también presuntamente implicado en crímenes de corrupción.
Temer ha dicho en reiteradas ocasiones que no renunciará bajo circunstancia alguna, a pesar de la presión ejercida en su contra por la media, en especial el ultraderechista diario O Globo, el que, dicen, pone y quita presidentes en Brasil.
En ese escenario, el PT debe reunir fuerzas con otros partidos, pues la derecha carece de candidatos, después de la caída por corrupto del delfín del PSDB, Aecio Neves, mientras los conservadores temen a figuras como el misógino Jair Baldonado, o el advenedizo en política Joao Doria.
En caso de que Lula fuese inhabilitado —dado el interés de los derechistas de desacreditarlo—, entonces el PT tiene que echar a andar el llamado Plan B y buscarle un sustituto aunque no sea de sus filas, pero sí lo suficientemente fuerte como para evitar que otro conservador asuma las riendas.
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