Luego de prolongadas negociaciones y más de un desacuerdo en ciertos temas puntuales, finalmente se anunció por estos días la concreción de un Acuerdo de Libre Comercio del Pacífico, que reúne a doce naciones, entre ellas, y como cabeceras, los Estados Unidos y Japón, las segunda y tercera economías del orbe después de China.
Según los informes, suman parte además de este protocolo Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam; que reunidos conforman cuarenta por ciento de la economía mundial.
Los analistas remiten los antecedentes del recién suscrito documento a la Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, realizada en 2002 en México entre los gobiernos de Chile, Nueva Zelanda, Singapur y el país sede; mecanismo al que luego se incorporaría Brunei.
“No obstante —aseguran varios textos sobre el tema— el verdadero impulso ocurrió cuando Estados Unidos expresó su interés por la zona Asia Pacífico”.
Recordemos queen marzo de 2008, Washington, deseoso de contrarrestar la creciente influencia económica de China y asegurar su expansionismo cerca de las fronteras del gigante asiático, se unió a estas negociaciones para terminar acaparando el protagonismo.
En consecuencia, “el 22 de septiembre de ese año el entonces presidente George W. Bush dio a conocer al Congreso la intención de su país de adherirse a dicha negociación”.
Con relación al reciente término de las discusiones y el protocolo que establece el citado Tratado de Libre Comercio, si bien desde los primeros momentos no faltan los apologistas, también son muchos los que advierten sobre las intenciones que albergan los más poderosos firmantes con relación a aquellos menos favorecidos.
Para no pocos analistas, la concreción del acuerdo de Libre Comercio del Pacífico se inscribe en los planes norteamericanos de acrecentar su influencia en esa parte del mundo colindante directamente con China, país considerado un fuerte contrincante a la hegemonía de los Estados Unidos en el planeta, y que no forma parte del nuevo acuerdo.
Además, según otros estudiosos, y teniendo en cuenta los antecedentes de anteriores tratados de libre comercio impulsados por Washington, la intención medular es derribar mecanismos arancelarios e impositivos externos para que las mercaderías de factura Made in USA retornen al comercio mundial y se hagan valer en los países miembros menos desarrollados, en detrimento de los productores nacionales avasallados por la competencia monopólica, como ha sucedido con México luego de su adhesión al Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En los propios Estados Unidos estos tipos de acuerdos que, dicho sea de paso, han sido parte del programa de gobierno de Barack Obama, no encuentran tampoco un respaldo unánime ni mucho menos. El propio presidente ha debido batallar duro con el Congreso para lograr la vigencia de la llamada “vía rápida” para aprobarlos oficialmente sin mayor oposición, ya que no son pocos los legisladores que temen que una rebaja de aranceles permita también la entrada en los Estados Unidos de producciones externas baratas que perjudiquen a industrias y establecimientos agrícolas de sus respectivas regiones y donde radican la mayoría de sus electores.
A la vez,sindicatos y organizaciones laborales de variado tinte no esconden su alarma ante con la posibilidad de que empresas nacionales se radiquen en el exterior en busca de mano de obra más barata.
De manera que,como bien dicen algunos estudiosos, en esta componenda siempre hay ganadores y perdedores, solo que hasta hoy entre los primeros solo se cuentan los grandes y ricos intereses, y entre los segundos las clases menos favorecidas.
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