Hace justamente diecisiete años, y a unos meses de ocurrir los todavía insuficientemente investigados ataques terroristas del 11 septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, el ex asesor de seguridad nacional Zbigniew Brezezinski, tan “ducho y obsesivo” en materia de expansionismo, escribía para una publicación francesa: “Quien controle Eurasia, controla dos de las tres regiones más productivas y desarrolladas del planeta.”
“En consecuencia, decía, tenemos que asegurarnos de que ningún poder adquiera los medios para sacar a los Estados Unidos o debilitar su fuerza en esa zona.”
En pocas palabras, código, ley y mandato para hacer de China y Rusia, justo dos gigantes locales, los principales enemigos estratégicos de Washington.
Se explican, entonces, las invasiones militares en Afganistán e Iraq, el desmadre libio, el genocidio en marcha en Siria, y el tejido de alianzas reaccionarias y terroristas vigentes en Oriente Medio y Asia Central como ejecutoras de los designios hegemonistas.
Y si bien del otro lado esta política de cerco ha incentivado importantes respuestas políticas y militares, tanto en Moscú como en Beijing, las acciones de orden económico no han sido menos potentes y prometedoras.
Así, en 2013, a instancias de China, fue promovido el ambicioso plan integrador de la llamada Ruta de la Seda, destinado a revivir, en las condiciones de nuestra época, el libre trasiego mercantil y de intercambio multifacético que muchos siglos atrás involucraba los espacios euroasiáticos, desde las costas chinas en el Pacífico, hasta los mares Negro y Mediterráneo, en el sureste europeo.
Un trazado que si entonces utilizaba las míticas caravanas de animales de tiro, hoy se asiste de modernos ferrocarriles de alta velocidad, autopistas de nueva generación, líneas aéreas, espacios marítimos y enlaces informáticos.
Según el presidente chino, Xi Jiping, orador principal en la reciente Cumbre de la Nueva Ruta de la Seda, celebrada en Beijing por estos días, el proyecto puede constituir la gran esperanza del comercio internacional, al compartir sus oportunidades de desarrollo y aspirar al progreso equilibrado y justo de las naciones en un entorno global signado hoy por tendencias proteccionistas inmovilizadoras y perjudiciales.
Así, las metas del plan de marras pueden concretarse en: “paz, cooperación, apertura, inclusión, aprendizaje y beneficio mutuo”, un llamado que convocó en la capital china a veintiocho jefes de Estado y Gobierno, junto a numerosas personalidades, incluido el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, quien precisó que la Ruta de la Seda alberga muchos de los principios esenciales del máximo organismo internacional y apoyará el cumplimiento de la Agenda global de Desarrollo para el 2030 gracias a su enfoque multilateral y multidimensional.”
Proyecto, además, del que ya forman parte un importante número de naciones, incluida Rusia, que paralelamente ha confirmado su alianza estratégica con China frente a los riesgos y presiones que las apetencias hegemónicas y agresivas les imponen.
Según medios informativos presentes en Beijing, el presidente chino propuso invertir más de 100 mil millones de euros adicionales para el completamiento y consolidación de la Ruta.
De ellos, 13 mil 300 millones irán al fondo actual para el desarrollo de la iniciativa; 50 mil 400 millones serán para préstamos; 8 mil millones estarán destinados a ayudas a países en desarrollo y entidades de las naciones integrantes de la Ruta; mientras se prevé que el sector financiero mueva otros 40 mil millones para la expansión de firmas en el extranjero. Por añadidura, en el plazo de cinco años se calcula que los participantes de la iniciativa importen 1,8 billones de euros a China.
Xi Jiping anunció, además, que la nueva Ruta de la Seda estaría abierta a todos, incluyendo África y las Américas, aunque geográficamente no estén situadas en el trazado histórico de esa milenaria vía.
Desde luego, quienes atizan el temor y la ojeriza contra China y Rusia no cesan en sus campañas para definir este gigantesco plan como “un burdo ejercicio geopolítico” destinado a implantar el “control económico de Beijing” sobre un importante número de países, mientras que Rusia pretende sacar lascas a través del incremento de su influencia en Asia Central y Oriente Medio. Malsanos criterios que intentan ocultar el hecho evidente de que el mutuo beneficio y la equidad forman parte esencial de tan estratégico diseño.
Fundamentos estos últimos, por cierto, totalmente ajenos a la reciente y unilateral decisión oficial de los Estados Unidos de abandonar a toda prisa acuerdos multilaterales como el Tratado de libre comercio del Pacífico, que con su virtual congelación no ha hecho otra cosa que incentivar a muchos de sus frustrados miembros a poner sus ojos en las seguras y equilibradas ofertas chinas.
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