Está claro a estas alturas que luego de los atentados del Estado Islámico, EI, este noviembre en París, y las destrucción de un avión ruso de combate por Turquía sobre territorio sirio, se está acelerando una renovada ofensiva occidental con el fin de concretar el fin último de una agresión bélica que se extiende por más de cuatro años: el derribo del legítimo gobierno de Damasco, a lo que se suma ahora la neutralización del apoyo castrense de Moscú al presidente Bashar El Assad.
De manera que el proclamado combate contra los terroristas en boca de algunos líderes de Occidente suena a frase hueca, y en todo caso se está tomando como un pretexto para intentar infiltrar en suelo sirio a efectivos militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, incluidas las misiones de la fuerza aérea pretendidamente coaligada, de manera de controlar territorio y establecer puntos de apoyo para una titulada “oposición siria” armada que ha sido, en buena medida, íntima aliada del ahora repudiado EI.
Ciertamente, la masacre de personas inocentes en la capital francesa semanas atrás pareció marcar un punto de inflexión en la tozudez con la que Washington y sus aliados venían actuando en Siria como progenitores netos del Estado Islámico.
Desde Occidente se empezó a hablar de una “amplia alianza antiterrorista”, que ya no podía desconocer a Rusia, ligada desde poco antes a operaciones militares de apoyo solicitadas legalmente por Damasco.
Pretendida convergencia de fuerzas, vale insistir, que más que cortar las manos a los terroristas prohijados por los intereses imperiales, apunta a complicar el terreno de operaciones para el Kremlin y el Ejército Nacional sirio, a la vez que colocar una sobrilla aliada sobre las cabezas de los grupos armados internos que, según manipuladas versiones mediáticas, “difieren de Al Qaeda y del EI”.
En ese escenario intervencionista ocurre entonces el derribo por Turquía de un avión militar ruso sobre territorio sirio, arbitraria medida que apenas ha recibido críticas en Occidente, puesto que se inserta sin dudas en el intento de boicotear el apoyo de Moscú a las autoridades de Damasco en su lucha contra el Estado Islámico y otros grupos mercenarios.
Ello, sin olvidar que Estambul se viene beneficiando a manos llenas con el tráfico ilícito de petróleo que los yihadistas roban a Siria, y cuyo valor se calcula en no menos de dos mil millones de dólares por año.
Episodio que la Turquía oficial ha negado enfáticamente, aún cuando hace apenas horas el alto mando ruso mostró vistas satelitales de largas caravanas de camiones cisternas cargados de hidrocarburo sustraído por el EI mientras pasaban tranquilamente la frontera hacia suelo turco.
Lugar de donde, recuerdan otras fuentes, en los últimos días partieron hacia Siria unos dos mil mercenarios y 120 toneladas de pertrechos militares, destinados a las filas terroristas.
Si a ello se suma el anuncio de Alemania de sus intenciones de remitir fuerzas militares a Siria, y la insistencia pública de Barack Obama de eliminar al legítimo gobierno de Damasco, entonces no parecería aventurado concluir que las tensiones y riesgos pueden acrecentarse mucho más en aquel país mesoriental cuya destrucción y desmontaje es lo único admisible para los intereses hegemonistas.
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