Primero en desarrollar el arma atómica y en utilizarla contra la civilización humana en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, los Estados Unidos persisten en la experimentación y extensión de toda suerte de tecnologías bélicas cada vez más sofisticadas y destructivas.
Parecería un desafuero en el caso de autoridades oficiales que suelen declararse altamente preocupadas por la tenencia real o inventada de artilugios de exterminio masivo por determinados gobiernos y naciones que –coincidentemente- no resultan de la simpatía de las fuerzas políticas que encabezan la primera potencia capitalista del orbe.
Autoridades que, por demás, no han vacilado en invadir otros países y ocuparlos a viva fuerza durante un buen número de años, bajo el pretexto de destruir arsenales peligrosos que en verdad nunca aparecieron.
Pero, en fin, es una historia de contrasentidos bien argumentada y conocida, mientras en los laboratorios militares Made in USA la ciencia persiste en el servicio al mal.
Es el caso de las recientes noticias divulgadas por medios internacionales de prensa en el sentido de que la División de Bioefectos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos estudiará los cambios que provoca la radiación de las armas de energía en los seres vivos a nivel molecular, en el contexto de una investigación que tiene como fin la elaboración de nuevos artefactos militares.
Se trata de un millonario proyecto que incluye entre sus estudios “conocer el efecto de las explosiones concentradas de ondas de radio y microondas de alta potencia sobre las proteínas, el ADN y los metabolitos humanos”, de manera de implementarlas como armas de combate.
De hecho, según analistas del servicio informativo Rusia Today, el ejército norteamericano ya está dotado de pertrechos de ese tipo denominados Sistema de Rechazo Activo, y que consiste en una antena que emite una señal de microondas que es absorbida por la piel, “elevando la temperatura del cuerpo hasta cerca de 55 grados centígrados en apenas unos segundos, y provocando dolores intensos e insoportables”, por lo que se considera eficaz en la dispersión de los enemigos o las operaciones antidisturbios.
Se supo además que en 2007 las tropas norteamericanas desplegadas durante la invasión a Iraq comenzaron a usar esos rayos desde vehículos terrestres dotados de las correspondientes antenas emisoras, con un alcance de alrededor de setecientos metros.
Semejantes pertrechos recuerdan experimentos anteriores ejecutados por los Estados Unidos en materia de emisiones de rayos de alta energía, como la fabricación en 1958 por el investigador Samuel Cohen de la titulada bomba de neutrones, destinada a erradicar toda manifestación de vida y dejar intactos buena parte de los inmuebles y bienes materiales de los “enemigos”.
Ese artilugio, que se ensayó en 1963 en Nevada, dejó de desarrollarse en 1978 por las protestas populares en su contra, y fue retomado en 1981 bajo el gobierno del republicano ultraconservador Ronald Reagan, se basa en el elevado grado de penetración de las emisiones de neutrones derivadas de las radiaciones que se generan en el instante de una explosión nuclear.
Textos especializados precisan que “al detonar una bomba de neutrones se logra poca destrucción de estructuras y edificios, pero mucha afectación y muerte de los seres vivos, (tanto personas como animales), incluso aunque estos se encuentren dentro de vehículos o instalaciones blindados o acorazados.”
De ahí que los expertos “incluyan estas bombas en la categoría de armas tácticas”, pues permiten la continuación de operaciones militares en el área a cargo de unidades dotadas de protección.
De manera que, a partir de estos antecedentes, no es materia inédita la permanente alteración de los sectores belicistas de los Estados Unidos por hacerse de artefactos de alta sofisticación que apunten al mayor daño humano entre los “oponentes”, como uno de los escalones en la marcha hacia el acariciado trono global.
En consecuencia, la perversión del uso de todo tipo de radiaciones ya está desde hace buen tiempo en los catálogos del Pentágono.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.