El anuncio fue relámpago y en alta voz, como para no dejar dudas. Yigal Palmor, portavoz de la cancillería israelí, declaró hace apenas unos días que su país no asistirá a la Cumbre sobre Desnuclearización del Oriente Medio, que se realizará en Helsinki, la capital de Finlandia, a fines de este año o inicios del 2013.
El funcionario precisó que “no es aceptable” semejante cita porque “no responde” a los intereses sionistas. Así de elemental y tajante.
La motivación de Tel Aviv es clara y goza, desde luego, con el más amplio apoyo de Washington, para el cual la “seguridad” de Israel es un tema tabú en cualquier tipo de foro regional o mundial.
Al fin y al cabo Israel es el único país de aquella convulsa área geográfica que cuenta con armas atómicas -unas 400- según cálculos recientes, así como con abundantes proyectiles tácticos nucleares para uso en batallas convencionales, entre otros artilugios de muerte y destrucción generosamente traspasados por Occidente.
Eso convierte el Estado sionista en una fuerza militar de primera línea en un escenario de trascenderte importancia geoestratégica, y por tanto el asunto no es negociar la destrucción de semejante “ventaja” bélica, sino evitar que otros logren semejante manejo del átomo que cuenten un día con la posibilidad de una respuesta militar similar, por muy asimétrica que resulte.
De hecho, el tema de los arsenales nucleares israelíes ha sido de los más llevados y traídos en los últimos decenios en el terreno de las especulaciones castrenses, y no fue hasta 1986 que se confirmaron algunas de las sospechas sobre la existencia de tales polvorines. Luego, en 2006, el propio Tel Aviv reconoció públicamente el antaño secreto a voces.
De acuerdo con un informe de la propia Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, CIA, “Israel es la quinta potencia del mundo en lo que a armas nucleares se refiere”, y su arsenal le permitiría borrar de la faz de la tierra cualquier objetivo que se proponga en la mayoría de los países árabes”.
Además, un documento del Congreso norteamericano que data de 1993, asegura que Tel Aviv “no ha declarado su capacidad respecto a las armas químicas que posee”, y afirma que 'tiene un programa de armas biológicas también sin declarar.”
De manera que lo que Washington y el sionismo pretenden es evitar a toda costa que ese poderío sea colocado sobre la mesa de negociaciones en la capital finlandesa, como si no existiese y solo fuese una cuestión de desbordada imaginería.
Mientras, se aprietan las tuercas contra naciones como Irán por insistir en el derecho internacionalmente avalado de hacer un uso pacífico de la energía atómica.
Así, en días atrás, y en el seno del exclusivista Consejo de Seguridad de la ONU, la representante gringa, Susan Rice, con el apoyo a dos manos de Gran Bretaña, Francia y Alemania, advirtió una vez más a Teherán que “el tiempo se acaba” para negociar un acuerdo que cercene la prerrogativa persa de proseguir con su programa atómico.
En pocas palabras, la insistencia en la ley del embudo, con boca ancha únicamente para aquellos elegidos del imperio, de manera de reproducir, ahora a escala mesoriental, los “días de fiesta” que para los círculos norteamericanos de poder significó la corta etapa de post guerra en que los Estados Unidos emergió como el único gran coloso atómico del orbe tras sus chantajistas bombardeos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaky en 1945.
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