De Cuba Barack Obama viajó a la Argentina que bajo el mandato del derechista neoliberal Mauricio Macri, se anota en pocos meses decenas de miles de despidos, alza brutal de los alimentos, la electricidad y los energéticos, liberalización del mercado cambiario a favor de las divisas extranjeras, y vergonzosas negociaciones para satisfacer las demandas de los titulados fondos buitres.
Con todo, el presidente norteamericano no tuvo reparos en “cumplir con su trabajo”, esa socorrida frase con la cual los soldados interventores en Asia Central y Oriente Medio suelen definir, desde una escaramuza con “terroristas islámicos”, hasta la destrucción de un hospital, la masacre de civiles, o la tortura a prisioneros.
De manera que, a tono con su “empleo”, el mandatario felicitó profundamente a su par bonaerense por la “buena marcha” de su gestión y lo “prometedor” de sus planes inmediatos, y dijo que Argentina ahora avanza por el buen camino en materia de relaciones con el gran vecino del Norte.
¿Y podía ser de otra forma? Imposible. Porque es evidente que entre los círculos de poder imperiales las últimas décadas de gobierno popular han sido de sus tragos más amargos en nuestra región, en consecuencia, asistir al apuntalado reverdecimiento de la derecha es poco menos que una fiesta para sus intereses destinados a hacer del Sur hemisférico una recompuesta majada.
Hay quienes hablan de una pretendida tradición de “política pendular” en América Latina, donde unas veces unos intereses están arriba, luego abajo, y más tarde retornan a la cumbre.
Solo que hasta ahora, donde se ha cumplido semejante postulado, ha sido solo en el recambio en el gobierno de la partidocracia corrupta nacida en estas tierras como aliada permanente de los sectores de poder de los Estados Unidos.
Por tanto, la ofensiva derechista actual, con registros sensibles de su actividad agresiva y devastadora en Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y la propia Argentina, no admite la simple y engañosa explicación del famoso “péndulo”, sino que resulta producto exclusivo de una coordinada labor de zapa orquestada por los grupos reaccionarios estadounidenses y su aplastante universo mediático, que tienen en la derecha nativa sus puntas de lanza internas.
Y la lista de “instrumentos de trabajo es larga”: guerra económica y financiera, obstáculos políticos, protestas callejeras de alta y depredadora violencia, campañas porpagandísticas tergiversadoras de la realidad, alentadoras del desencanto y promotoras de calumnias y sucios rumores sobre la dirigencia progresista, así como el ejercicio de la habilidad de no dejar escapar el menor error, incapacidad e ineficacia de cada nuevo proyecto económico, político y social para desprestigiarle y proyectarle como un bodrio cargado de y insuficiencias y deshonestidades. Ello sin obstar, si es factible de su ejecución, la remoción por la vía del golpe militar o institucional de los incómodos líderes populares en ejercicio.
Añádanse además las “salpicaduras” externas materializadas en sanciones de todo tipo, acciones diplomáticas hostiles, y hasta la adopción de documentos tan preñados de peligrosidad como el que reza que Venezuela constituye un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos, cuya vigencia más prolongada fue sancionada recientemente por el propio Barack Obama pese al más amplio repudio regional e internacional.
No obstante, la gran diferencia favorable de estos tiempos radica que ya no se trata de actos hostiles contra netos perdedores.
Hoy la agresividad y el injerencismo apuntan contra colectivos humanos que ya probaron el dulce de la autodeterminación y del ejercicio por manos propias del poder, y esas conquistas tangibles son menos factibles de borrar, destruir, y sepultar.
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