La reciente visita del Papa Francisco a Chile y Perú muestra las diferencias en la recepción popular cuyas reacciones demostraron que la Iglesia Católica debe resolver las diferencias con sus seguidores, o en pocos años el respeto por el clero pasará a un nivel irrisorio.
América Latina ha sido, históricamente, católica. Millares de indígenas, los verdaderos dueños de sus tierras, murieron a causa de una colonización aprobada, dijeron los curas, por la mano de Dios, tratando de destruir, en vano, las creencias propias de los pueblos autóctonos.
Distintos Papas han visitado esta región de 600 millones de habitantes, plural en culturas y religiones, en busca del rescate de sus seguidores, que han emigrado a otras iglesias, en especial la evangélica, mientras las comunidades originarias practican las suyas, a pesar de los sufrimientos infligidos.
En su quinto viaje a Latinoamérica, el Sumo Pontífice de origen argentino, conocía de las dificultades que encontraría en Chile, donde su estancia estuvo rodeada de una frialdad extrema de la población, debida, entre otras experiencias negativas, por un alto número de denuncias contra los sacerdotes católicos por abuso sexual de menores.
A solo un 23% de los chilenos le interesó la visita pastoral, mientras al resto le resultó indiferente, según una encuesta difundida por BBC Mundo, la que también destacó que de 1 al 10, el Papa tenía un puntaje de 6,8 en la región latinoamericana.
En Chile, a pesar del protocolo exquisito brindado por la presidenta saliente, Michelle Bachelet, observadores indicaron que existía un ambiente poco acogedor para el Papa argentino que aterrizó en Santiago el pasado día 15 y tres días después salía apresurado para Perú.
La percepción de esas fuentes, entre ellas los medios de prensa locales, es que la población católica en Chile ha disminuido un 40%, en especial a raíz de que se conociera por las victimas los abusos físicos, sexuales y psicológicos a que los obligaban los representantes de Dios en la tierra.
En su visita pastoral, el Papa puso énfasis en Chile en pedir perdón a quienes fueron perjudicados en contra de su voluntad, con secuelas de por vida, por los actos de miembros del clero chileno.
El gobierno de Bachelet estimó en 1.5 millones de personas las participantes en las misas y encuentros sostenidos por el visitante, en un universo de más de 17 millones 373 000 831 de ciudadanos, que en décadas pasadas viajaban desde los más alejados puntos del país para recibir la bendición papal.
Días antes del inicio de la visita, más del 80% de los chilenos protestaron por los 7 000 millones de pesos chilenos (unos 4 000 000 de dólares) que gastó el Estado para acoger al Papa, mientras elementos más radicales quemaron cinco parroquias en Santiago de Chile, la capital.
Las demostraciones de rechazo a lo que representa Francisco dejaron más de 80 detenidos, lo que ratifica que le resultó casi imposible salvar su iglesia en el país andino, donde se presenta una sociedad cada vez más laica.
Para Bachelet la visita papal resultó un espaldarazo a su gestión. Hundida en las encuestas en los dos últimos años, al final de su mandato -que pasará al derechista Sebastián Piñera-, se va recuperando en el apoyo popular. No obstante, las relaciones entre la Presidenta y la Iglesia Católica no son tan cálidas, ya que el gobierno aprobó en fecha reciente la despenalización del aborto, absolutamente prohibido por Roma.
Sin aglomeraciones, recibidos tras el aterrizaje por alumnos de las Iglesias Católicas, ya el Papa estaba avisado. ¨Va a encontrar una iglesia en crisis. Son casos gravísimos de más de 80 abusos¨, admitió el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, al periódico chileno La Tercera.
A pesar del perdón público pedido por Francisco, los fieles sufrieron la contrariedad de que el obispo de Osomo, Juan Barros, uno de los presuntos involucrados en el escándalo sexual, lo acompañó en el escenario de la misa en el parque central de la capital. Al ser el mismo quien confirió esa jerarquía al prelado, cuando comenzaron los primeros señalamientos en su contra instó a los fieles a no dejarse llevar por los ¨zurdos¨ y ahora lo respaldó públicamente.
Con relación a su reunión en Temuco, donde hubo capillas de campo incendiadas, tres helicópteros forestales quemados y un tiroteo contra una patrulla policial, Francisco saludó en mapuche, almorzó con 12 personas del mundo rural en una casa de religiosas, en el que no estaba representado el pueblo originario más abusado de Chile y en su vecina Argentina. Su comparecencia resultó, en opinión de analistas, irrelevante, ya que no analizó los reclamos mapuches y la represión de que son víctimas.
Sin hablar con el presidente electo Piñera, aun cuando él estaba presente en una reunión con empresarios y hombres de negocios, el Papa viajó a un Perú que lo esperaba en un tono diferente, a pesar de los grandes escándalos de corrupción y abuso de poder que rodea al gobierno del conservador Pedro Pablo Kuczynski, conocido como PPK.
Desde su llegada, otro ambiente percibió el jefe de la iglesia católica en Perú, donde lo recibieron millares de personas en sus distintos recorridos, a pesar del conflicto interno que atraviesa el país tras las denuncias de corrupción al Presidente PPK y el indulto concedido por este al dictador Alberto Fujimori.
Algunos medios indicaron que los políticos, entre ellos el Mandatario, se aprovechaban de la presencia del Papa para utilizarlo como un referente para la esperanza de un pueblo que vive angustiado entre la corrupción y el narcotráfico y lleva semanas de protesta en la calle tras la liberación de Fujimori, condenado a 25 años por distintos crímenes.
Luego de su viaje a un incrédulo Chile, Francisco se vio motivado por multitudes de personas muy humildes que acudieron a su prédica en contra de la corrupción, a la que llamó ¨un virus que lo infecta todo y tanto daño hace a los pueblos latinoamericanos¨.
En realidad habló de lo que querían escuchar los peruanos que viajaron a El Porvenir, en la provincia de Trujillo, calificada como la de mayor número de muertos por homicidio: 19,5% por cada 100 000 habitantes. El Pontífice clamó contra la inseguridad y el ¨sicariato¨ que acaba con la juventud.
Tras hablar de las inundaciones que el pasado año arrasaron esa zona, también se refirió a “Otras tormentas que están azotando estas costas y tienen efectos devastadores en la vida de nuestros hijos. Tormentas que nos cuestionan como comunidad. Se llaman violencia organizada como el sicariato y la inseguridad que esto genera, la falta de oportunidades educativas y laborales, las falta de techo de tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad”.
No dio soluciones a esos graves problemas, pero el abnegado pueblo peruano inmerso en la pobreza seguramente vio en el carismático Pontífice a alguien que los entendía.
El Papa se despidió contento de Perú, que le dio una despedida a lo grande, luego de los tragos amargos en Chile. El pueblo, al que le habló de los males que les agobian, intentaron al menos encontrar en la Iglesia Católica la esperanza que le han arrebatado sus gobiernos.
Francisco se fue con su comitiva, sin convencer a los chilenos de sus buenas intenciones y sus pedidos de perdón, y dejando en los peruanos la idea de que con su presencia de ahora en adelante todo mejorará.
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