La resolución 2254 sobre Siria, aprobada por unanimidad en el Consejo de Seguridad de la ONU, subraya «el estrecho vínculo entre el alto al fuego y un proceso político paralelo». Al liquidar el conflicto, esto favorecería una caída de las tensiones en el Medio Oriente.
Pero hay un problema: de los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU hay 3 –Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña– que son precisamente los países que más gravemente han violado «la soberanía y la integridad territorial de la República Árabe Siria» que, según el texto de la resolución, dicen «respaldar fuertemente». Son precisamente esos países los que organizaron «el creciente flujo de terroristas hacia Siria», problema sobre el cual –según la resolución– ahora «expresan la mayor preocupación».
O sea que el alto al fuego depende principalmente de esas 3 potencias de la OTAN y de Turquía, puesto avanzado de la guerra secreta contra Siria, así como de otros miembros de la alianza atlántica, comenzando por Alemania. Y depende también de Israel, otra potencia implicada en esta y en otras guerras. ¿Qué intenciones tendrán esos países?
En todo caso, los hechos valen más que las palabras.
El 18 de diciembre, o sea precisamente el mismo día que el Consejo de Seguridad de la ONU daba a conocer la «hoja de ruta para la paz» en Siria, la OTAN anunciaba el envío de barcos de guerra alemanes y daneses y de aviones Awacs a Turquía para reforzar sus «defensas en la frontera con Siria», lo cual es en realidad un golpe directo contra Rusia, cuya intervención contra el Emirato Islámico está modificando a favor de Damasco el rumbo de la guerra. Y al día siguiente la OTAN anunciaba también que ya está listo el primero de los drones Global Hawk que serán desplegados en la base de Sigonella [en Italia], con los de Estados Unidos, en funciones de «vigilancia terrestre», o sea para realizar misiones de espionaje contra países que están en la mirilla de Estados Unidos y la OTAN.
También ese mismo día en que el Consejo de Seguridad de la ONU lanzaba la «hoja de ruta para la paz» en el Medio Oriente, Alemania anunciaba la entrega a Israel del quinto submarino de ataque nuclear Dolphin. Como señala la publicación alemana Der Spiegel, los submarinos de ataque Dolphin que Alemania ha entregado a Israel están modificados para posibilitar el lanzamiento de los misiles de crucero atómicos Popeye Turbo, con un alcance de 1 500 kilómetros, que son una variante de los misiles estadounidenses. Con esos submarinos de ataque, rebautizados por Israel como Rahav (Poseidón) –cuyo costo sobrepasa los 2 000 millones de dólares y que han sido financiados en un tercio por el gobierno alemán–, Israel refuerza su posición como única potencia nuclear en el Medio Oriente, mientras que Irán –que, al contrario de Israel, es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear– renuncia a las armas atómicas y Siria se despoja de su arsenal químico, que había sido concebido como un medio de disuasión contra los arsenales nucleares y químicos de Israel.
El 19 de diciembre, o sea al día siguiente del momento en que el Consejo de Seguridad de la ONU reafirmaba «la soberanía y la integridad territorial de Siria», Israel destruía en Damasco un edificio de apartamentos entero, con varios misiles disparados por 2 de sus aviones de guerra, para asesinar al militante libanés Samir Kuntar, en una acción que también costó las vidas de numerosos civiles. Después de pasar 30 años en las cárceles israelíes, por haber luchado por la independencia del Líbano y de Palestina, Samir Kuntar, liberado en 2008 como resultado de un intercambio de prisioneros, había integrado las filas del Hezbollah y se había sumado a la lucha contra el Emirato Islámico, lo cual le valió que Washington lo pusiera en su listado de «terroristas mundiales».
Mientras tanto, Francia, que como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU respaldó el alto al fuego en Siria, anunciaba haber recibido un primer pago de los 7 000 millones de dólares pactados por la venta de 24 aviones de guerra Rafale a Qatar: el régimen que ha venido alimentando –incluso a través de la infiltración de comandos– la guerra en Siria después de haber participado en la guerra que destruyó Libia. Lo cual ha venido haciendo junto con Arabia Saudita, monarquía que después de haber financiado con miles de millones de dólares el Emirato Islámico y otros grupos terroristas, ahora participa en la coalición encabezada por Estados Unidos contra ese mismo Emirato Islámico, además de promover recientemente la creación de una «coalición islámica contra el terrorismo».
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