Lo primero… primero. La fanfarria mediática centrada de lleno en los avatares diplomáticos de las dos decenas de “excepcionales líderes” reunidos en esa ciudad germana, mientras la represión policial más severa contra los oponentes a la concertación de los poderosos resultaba apenas un asunto meramente colateral. Desde luego, no era precisamente la tan noticiosa histeria “patriótica” de la oposición venezolana.
Puertas adentro, además, la expectativa de asistir al primer cara a cara entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y su par norteamericano, Donald Trump, aderazado con las mil y una conjeturas que el nuevo ejecutivo de los Estados Unidos despierta entre sus propios aliados.
Con todo, más que del Grupo de los veinte puede hablarse con fundamento de diecinueve más o menos de acuerdo, junto a una oveja negra capaz de cualquier dislate.
Desasosiego, por cierto, con no pocos fundamentos. De hecho, según el analista Walter Martínez, de Venezolana de Televisión, la propia anfitriona de la Cumbre, la canciller alemana Angela Melker, ya había advertido que Trump no es precisamente un “socio confiable”, en tanto que su ministro de exteriores, Sigmar Gabriel, expresó horas antes del cónclave de Hamburgo su preocupación con respecto a la posibilidad de que “Estados Unidos pueda comenzar una guerra comercial con Europa”, por lo que insistió en el diálogo con Washington.
Y como se esperaba, Trump no dejó de hacer de las suyas. Así, se desmarcó de todos los restantes dirigentes presentes en la Cumbre al confirmar que su país no acatará los Acuerdos de París sobre cambio climático, rememorando la misma posición individualista y aislacionista del expresidente George Bush en la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en 1992, donde entonces se negó a suscribir un compromiso global favorable a la reducción de las emisiones de carbono a la atmósfera.
Pero, sin dudas, el plato fuerte resultó el diálogo entre Putin y Trump, que sobrepasó con creces el tiempo oficialmente planificado.
Vale recordar que antes de esta signficativa reunión, el presidente norteamericano había recibido en Washington al presidente ucraniano, Piort Porochenko, al que prometió su “apoyo contra la agresión rusa” a aquel país, y luego, camino a Alemania, visitó a Polonia, donde repitió textualmente la misma diatriba contra Moscú, esta vez para contento de los “leales aliados de Varsovia”.
Sin embargo, en presencia de Putin, encuentro que resultó un “honor”, según sus propias palabras, Trump llegó a concertar mecanismos de consulta con Moscú para analizar el caso ucraniano, y admitió que Rusia no ha tenido nada que ver con las recientes elecciones presidenciales norteamericanas.
Por si fuera poco, fue capaz de compartir la iniciativa de establecer un alto al fuego en al Sur de Siria, donde convergen las ilegales fuerzas de la “coalición internacional” liderada por Washington, con los destacamentos del ejército nacional sirio, los combatientes de Irán y el Hizbolá libanés, y la aviación militar rusa, empeñados estos cuatro últimos en defenestrar a los terroristas del Estado Islámico, cuya génesis se debe en medida decisiva a los planes hegemonistas de la Casa Blanca con relación a Oriente Medio y Asia Central.
De todas formas, valga recordar, como dato curioso, que días antes de la cita en Hamburgo, los blindados sirios T-72B3, de fabricación rusa, utilizaron por primera vez cohetería guiada en su ofensiva contra los yihadistas, en tanto bombarderos estratégicos TU-95 de la fuerza aérea del Kremlin atacaron posiciones terroristas, también por primera vez, con los novísimos misiles de precisión aire-tierra X-101, capaces además de transportar cabezas nucleares.
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