Está probado que en nuestra época los poderes fácticos y mediáticos de signo retardatario siguen imponiendo con fuerza sus líneas y enfoques con relación a los temas y escenarios que merecen o no acaparar la atención mayoritaria de los “consumidores globales de información”.
Así, indicaban hace poco algunos colegas, en nuestros días y desde hace meses, los más altos por cientos de productos divulgativos se concentran, por ejemplo, en los resultados de las elecciones norteamericanas, la trifulca política que su resultado ha generado, y en cada palabra, acción o medida procedente de la administración del debutante Donald Trump, ligado todo, por demás, a las líneas de ataque que tradicionalmente apuntan contra la imagen e integridad de aquellos y de aquello que resulte incómodo para los círculos de poder que aspiran a la conquista del trono universal.
Es la dinámica de conformar ideas, percepciones, mentes y criterios por encima de todas las realidades, y que se adereza con un ampio paquete de intencionadas exclusiones, omisiones y tergiversaciones que se añaden a semejante poción, capaz de hacernos ver azul aquello que objetivamente es rojo, o de no percatarnos de un rascacielos en pedazos que se nos viene encima aún cuando lo tengamos frente a nuestras narices.
Y en este tan trastocado y malsano universo mediático han sido ubicados con carácter eterno la amplia y diversa geografía africana y los cientos de millones de seres humanos que la pueblan, cuyas cadenas de calamidades apenas merecen unas pocas y escuálidas citas.
En todo caso Africa es noticia para significar brutales “guerras tribales” propias de “salvajes” o apoyar operaciones de conquista y control por los poderosos (incluso bajo pretendidos mantos humanitarios) de los valiosos recursos naturales que alberga “la cuna del género humano”.
Conflictos que cuando cubren espacios con relatos y gráficos espeluznantes, cuidan de escarbar en sus raíces, en su mayoría determinadas por el caprichoso reparto de territorios y grupos humanos implantado en el Continente por las ex metrópolis colonialistas y las grandes empresas transnacionales, a lo que se suma la depauperación generalizada que históricamente impusieron esos mismos agentes externos a cuenta de hacer prevalecer sus intereses de conquista y dominio.
Así que no es de extrañar que ahora mismo, mientras se dedican espacios desbordantes a “asuntos de civilizados”, apenas podemos leer unas líneas sobre el drama humano por el cual, afirman organismos especializados, diecisiete millones de seres humanos podrían morir de inanición en el llamado Cuerno Africano a partir de la hambruna oficialmente declarada en Sudán del Sur, y la extendida sequía en Jibuti, Eritrea, Etiopía, Somalia, Sudán, Uganda y Kenia.
El escueto informe periodístico resulta casi totalmente lineal cuando añade que solo en el ya citado Sudán del Sur están en riesgo “cinco millones y medio de personas, el cincuenta por ciento de población de ese país”, según las advertencias de varias entidades de la ONU.
La información cierra indicando que decenas de miles de refugiados de la citada región africana se hacinan hoy en campos de refugiados donde priman condiciones infrahumanas, a la espera de la mermada ayuda que les llega casi a cuenta gotas, y de que a alguien se le ocurra intentar colocar en primer plano y con carácter de emergencia la grave crisis que les golpea.
Solo que, evidentemente, para los grandes medios de comunicación dominantes hoy por hoy son más importantes la satanización de los “incómodos” o cualquier frase digital de Donald Trump, que el cese de la existencia de unos millones de “seres de segunda” en esa tierra también de “segunda” llamada Africa.
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