Tradicionalmente fuera de lo habituales circuitos generadores de grandes y sonadas noticias, Canadá ha sido siempre más conocida por su enorme y llamativa geografía, su característica división entre zonas de habla anglófona y francófona, la abierta recepción de inmigrantes, y una vida nacional relativamente apacible.
De ahí que cuando corren nuevas sobre sonadas protestas en aquel país, una desmedida represión policial, y hasta la aplicación de draconianos edictos oficiales contra la libertad de expresión ciudadana, no pocos se preguntan con asombro hasta dónde llegará el trance que hoy afecta a las naciones industrializadas de occidente.
Y el asunto es claro. Canadá no ha podido escapar a las volteretas que desde 2008, y con cuna en el inmediato Estados Unidos, han puesto en jaque al universo capitalista desarrollado, echando por tierra sofismas como el titulado “estado de bienestar general” europeo, o la pretendida “sociedad de clase media” Made in USA.
El segundo gigante en el norte de nuestro hemisferio ha sido escenario por estos días de insistentes marchas en la provincia de Québec, donde decenas de miles de estudiantes decidieron hacer sentir su inconformidad contra una disposición oficial que incrementará el precio de las matrículas hasta en 70 por ciento durante los próximos cinco años, hecho considerado mayoritariamente como inaceptable.
La resistencia de los jóvenes, que dio pie a acciones de otros sectores sociales afectados por la crisis económica, recibió como respuesta oficial la violencia desmedida de la policía, que ha repetido al calco las palizas y arrestos que son hoy tan frecuentes en las ciudades norteamericanas y europeas.
Por si fuera poco, las autoridades de Québec decidieron poner en vigor la titulada Ley Especial 78, que restringe las aglomeraciones públicas a menos de 50 metros de los centros docentes, y obliga a informar a los cuerpos represivos de toda manifestación al menos ocho horas antes de producirse.
El propósito, denunciado por diversas personalidades y medios canadienses, es convertir por arte de magia en “ilegales” las acciones de protesta, y proceder a su represión sin ningún tipo de reclamo.
Sin embargo, la respuesta no se hizo esperar, y una vez conocida la decisión legislativa, no menos de diez mil personas salieron a las calles de Montreal en defensa de su derecho a la libre expresión.
Lo cierto es que, como en otras partes del universo capitalista desarrollado, parecería que en Canadá, a partir de las demandas estudiantiles, ha empezado a estructurarse un movimiento social de amplias dimensiones que apunta hacia otras anómalas aristas en aquella sociedad, y en especial a los problemas derivados de la actual crisis capitalista.
Vale recordar que en los años iniciales de la presente centuria, Canadá comenzó a renovar la estructura de su economía hasta hacer de los servicios su base esencial, junto al desarrollo de la alta tecnología, la informática, las comunicaciones, la industria aeroespacial, la biotecnología, y la microelectrónica, entre otras ramas.
Ello, sin olvidar sus importantes recursos naturales y la explotación de las materias primas.
No obstante, el estallido en suelo norteamericano de la actual debacle puso en jaque al inmediato vecino. De hecho, estudiosos aseguran que uno de los grandes problemas canadienses radica en que "todo nuestro tejido económico va hacia los Estados Unidos", por lo tanto, los traspiés del poderoso e influyente socio tienen un indefectible reflejo al otro lado de la frontera.
Según las estadísticas, las consecuencias inmediatas en Canadá se reflejaron en un freno al crecimiento del Producto Interno Bruto, PIB, que fue de apenas cero coma siete por ciento luego del primer impacto de la crisis, así como en el alza del desempleo a tasas superiores al nueve por ciento, las más elevadas desde la Segunda Guerra Mundial.
Los vaivenes del dólar han tocado también al dólar canadiense, que ha enfrentado sucesivas evaluaciones frente a la decaída moneda norteamericana, con un forzado encarecimiento de las exportaciones nacionales y su consiguiente falta de salida.
Ello, sin contar la reducción de los mercados a cuenta de la insolvencia de las economías estadounidense y europea, y de sus enormes endeudamientos.
En consecuencia, la bonanza ya no es un sello para el desempeño de Canadá en materia económica, y sus autoridades, lejos de intentar caminos independientes, parecen inclinadas a seguir atadas al barco Made in USA, una nave que hace aguas en medio de un mar proceloso y adverso, razón de más para que la gente reclame y diga NO.
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