Costa Rica comienza el año electoral en América Latina, cuando el próximo día 4 celebre elecciones presidenciales y legislativas, las que se distinguen por un esperado alto grado de abstencionismo (30 %) y de electores indecisos (36 %), lo que augura una segunda vuelta.
Son 3 322 328 los ciudadanos convocados a la liza, en la que participan 13 postulados a la presidencia, aunque solo cuatro de ellos, indican encuestadoras, tienen posibilidades de pasar al balotaje. Si alguno de ellos, lo cual es improbable aunque no imposible, ganara el 40 % o más de las boletas obtendría la inmediata victoria.
Además del sustituto del actual mandatario Luis Guillermo Solía, del Partido Acción Ciudadana (PAC), ese día también serán elegidos los 57 parlamentarios que compondrán la Asamblea Legislativa en el período 2018-2022.
Los candidatos de mayor relevancia en la liza —considerando el partido al que pertenecen, la trayectoria personal o la intención de voto— son cuatro.
Fabricio Alvarado Muñoz, representante de la derecha cristiana, es el aspirante del partido de Restauración Nacional, y tiene como eventuales votantes a la comunidad evangélica, de sostenido crecimiento en el país. Se caracteriza por sus posturas conservadoras contra el aborto, el matrimonio igualitario y la fertilización in vitro. Es el único representante de su partido en el Legislativo. Logró numerosas adhesiones en los últimos días luego de rechazar la reciente resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que aprueba el matrimonio igualitario. Tiene un 17 % luego de un despegue de 14 puntos porcentuales en diciembre pasado.
Aparece también Juan Diego Castro, del Partido Integración Nacional (PIN), de derecha. Abogado considerado un populista que ganó notoriedad por su discurso antipolítico y de mano dura, es comparado por los ticos con Donald Trump por su verborragia y sus posiciones confusas. Su Partido posee también solo un escaño en la Asamblea Nacional. Alcanza un 16 % de las intenciones de voto, en un empate técnico con Alvarado.
Antonio Álvarez Desanti, por el Partido Liberación Nacional, pertenece a la primera fuerza de oposición en la actualidad, con mayoría en la Asamblea Legislativa. Era presidente, por segunda vez, de ese organismo cuando renunció para presentarse a los comicios. Ocupa la tercera posición entre las intenciones de voto (11 %), según la última encuesta este mes del Centro de Investigación y Estudios Políticos (Ciep) de la Universidad de Costa Rica
El Partido Unidad Social Cristiana (PSCU), parte del obsoleto bipartidismo, lleva como postulado a Rodolfo Piza Rocafort. Ante este político se presenta la difícil tarea de lograr la confianza de la ciudadanía, luego de que dos de sus expresidentes —Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodiguez— fueran denunciados por corrupción y enriquecimiento ilícito. Piza se ubica con un 9 % de posibles votantes, según la Encuesta de Opinión Pública Ciep-ECP efectuada a finales de enero.
Como representante del oficialista PAC, de tendencia socialdemócrata, aparece Carlos Alvarado, quien tiene pocas chances luego de que el actual mandatario, aunque se autoproclamaba progresista, no supo o no pudo quebrar la inercia de una economía neoliberal impuesta a esa nación centroamericana. Solo cuenta con un 6 % de apoyo popular.
Para analistas ticos, ninguno de los candidatos tiene posibilidades de alcanzar el 40 % de los votos necesarios para ganar en una primera vuelta.
Los indecisos componen más de la tercera parte de los habilitados y el abstencionismo alcanza un 39 % para el presidente y un 52 para los legisladores.
Las cifras, que por experiencias comiciales anteriores pueden darse como ciertas con un mínimo porcentaje de diferencia, se corresponden con el desinterés ciudadano hacia políticos que poco ofrecen para cambiar el panorama socio económico costarricense.
Esa nación figura en la actualidad entre las de mayor desigualdad en materia social, racial y de políticas públicas, según precisó un informe del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés).
El estudio realizado en el mundo por UNFPA con el sistema Gini de medición arrojó que Costa Rica ocupa el puesto 86 de los 98 de la muestra.
Gini se rige por el 0 % —medida ideal— hasta el ciento por ciento, que muestra desigualdad absoluta en un país.
Con un 48,53 % de un ciento por ciento, la nación tica se ubica como una de las de menos oportunidad de igualdad en Latinoamérica, en la décima posición por debajo de Uruguay y El Salvador, y por encima de Brasil, Chile y Colombia.
La desigualdad se observa más en los sectores de mujeres y jóvenes, los más marginados en una sociedad machista y discriminatoria.
El gobernante que surja de los comicios, tiene ante si otros graves problemas.
Las primeras preocupaciones de los costarricenses —para los cuales los programas de los candidatos contienen promesas muy difíciles de cumplir— son el desempleo, en torno al 9,4 % en el último trimestre del pasado año; la inseguridad ciudadana; y la corrupción.
Costa Rica registró el pasado año la cifra más alta de homicidios de su historia, con una tasa de 12.1 por cada 100 000 habitantes debido a las guerras intestinas entre bandas de narcotraficantes, en las cuales mueren civiles inocentes.
La lucha contra la corrupción aparece como uno de los ejes centrales de la campaña, pues su aumento compromete a los políticos y alimenta la apatía y la despolitización. Sin excepción, los candidatos plantearon distintas fórmulas para contrarrestar el flagelo que escandalizó a la ciudadanía durante el llamado escándalo del cementazo, presunto tráfico de influencias de miembros de los tres poderes y varios partidos políticos (en especial el gubernamental PAC) para favorecer al empresario de la construcción Juan Carlos Bolaños.
Otro tema que ha dividido a los eventuales votantes es el fallo reciente de la CIDH, el cual legalizó de facto el matrimonio entre personas del mismo sexo. Candidatos como Alvarado festejaron el veredicto, pero después se retractaron ante la postura de las Iglesias y una gran parte de la población, que auguraron el fin de la familia costarricense.
La volatilidad del voto, muy en sintonía con los desencantados con la política, y los indecisos sobre quién podrá hacer un mejor gobierno, es un peligro que se cierne sobre los aspirantes. Quien se acercó más a compartir los intereses de la población, quizás pueda llegar al balotaje de abril próximo.
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