Justo al cumplirse dos décadas de los derribos de las Torres Gemelas de Nueva York y de una limitada porción del Pentágono por aviones comerciales secuestrados por terroristas, persisten los reclamos de los familiares de las más de tres mil víctimas fatales de los ataques para logar la desclasificación de las investigaciones en torno al publicitado siniestro.
De hecho, un comité de los dolientes advirtió al presidente Joe Biden que no sería bienvenido a la tradicional ceremonia anual de recordación de este 202l si no cumple su promesa de que se abrirán puertas para develar todo lo que no se ha dicho aún sobre los atentados.
Y en ese escenario, según se dijo, el Buró Federal de Investigaciones se ha visto forzado a declarar que hará lo posible por favorecer la desclasificación, pero que, de acuerdo con precisiones del actual inquilino de la Casa Blanca, se actuaría “con total respeto a las rigurosas normas sobre la invocación del privilegio de los secretos de Estado” promulgadas durante los mandatos de Barack Obama.
En pocas palabras, que del saco se podrían esperar no más que unos pocos granos, lo que confirmaría el reciente criterio de uno de los sobrevivientes y testigo de sospechosas explosiones en las bases de los cimientos de las Torres Gemelas, de que la verdad verdadera sobre los acontecimientos está destinada al sueño eterno.
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Y en esa cuerda —hemos escrito otras veces— no son pocos los que asumen que los atentados terroristas contra la Torres Gemelas y el Pentágono están cundidos de sospechosas incongruencias, y precisan que el abierto maridaje de Washington con los extremistas islámicos desde mediados de los setenta del pasado siglo en Afganistán fue el desencadenante de lo ocurrido en Nueva York y Washington poco menos de un cuarto de siglo después.
Otros recuerdan que para tener claridad de los orígenes de un acto de esa naturaleza hay que buscar a sus beneficiarios directos, y en este caso citan en lugar preferente a los grupos belicistas y hegemonistas dentro de la cúpula política gringa, con amplio y abierto margen de fuerza durante gobiernos conservadores de la época como el de Ronald Reagan o el de George W. Bush.
Lo cierto es que las investigaciones “decisorias e incisivas” del atentado estuvieron a cargo del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, NIST, una agencia del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, que concluyó que las explosiones y el fuego derivados del impacto de los aviones comerciales lanzados sobre el World Trade Center socavaron las estructuras de ambos inmuebles y provocaron su desmoronamiento total.
De entonces a la fecha la propaganda nada cándida que avala el informe de la NIST no se ha cansado de machacar el contenido del legajo, y hasta se incluyó tiempo atrás un documental donde los compulsados diseñadores de los edificios casi se cortan las venas ante las cámaras admitiendo que “algo no estuvo bien” en la concepción original de ambas torres.
No obstante, no pocas fuentes, entre ellos varios altos mandos de los bomberos neoyorquinos, afirman que tanto las Torres Gemelas como el aledaño y muy nombrado Edificio 7 fueron derribados esencialmente por explosiones controladas que provocaron la demolición instantánea de sus cimientos.
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Por demás, otras fuentes cuestionan desde hace mucho varios asuntos relativos al golpe terrorista, como la injustificada demora de los aviones militares enviados a interceptar a las naves secuestradas, la abulia de los organismos de vigilancia y seguridad del país en torno a los públicos trajines de los complotados cuyos expedientes ya se conocían mucho antes de los ataques, la verdadera capacidad de Al Qaeda para organizar y planear una acción terrorista de tanta complejidad, junto al estrepitoso e incontenible derrumbe total de los edificios siniestrados, entre otras interrogantes.
Eso sin contar que en el boquete que dejó la pretendida nave aérea atacante en las paredes del Pentágono no fue localizado rastro alguno de su cuantioso andamiaje porque “se calcinó por completo”, al decir de ciertos investigadores, ni hubo daños colaterales en jardines o en el alumbrado público ubicados a pocos metros de la brecha, lo que hace pensar en el impacto de un proyectil de menor porte y no en un avión como causa de la hendidura.
Por demás, para estas fechas, uno de los intereses de los familiares de las víctimas se relaciona con posibles demandas contra los países de origen de los presuntos terroristas islámicos integrantes de Al Qaeda, lista a la que se integran importantes aliados de los Estados Unidos en Oriente Medio, lo que constituye un dilema para la política global hegemonista de la Casa Blanca.
Por lo pronto, y como ya hemos señalado en más de un artículo precedente sobre tan horrendo atentado, lo cierto es que aún sin las verdaderas respuestas y aclaraciones, es evidente que no todos en los Estados Unidos se creen la historia del 11 de septiembre de 2001 contada desde unas “alturas” donde la doblez, la manipulación y los bajos instintos fermentan en las calderas de personajes e instituciones que han hecho plato habitual de la indecencia política y de imponer sus particulares aspiraciones.
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