La ONU puede tener (y de hecho tiene) no pocos defectos, pero por el momento es el único mecanismo de negociación global y, por tanto, no es para nada una buena señal pasarla por alto o intentar manipularla.
De ahí que cuando se dice ser un político, hay que andarse con cuidado a la hora de calificar a la máxima tribuna mundial y evaluar las determinaciones y criterios que asume la mayoría de sus integrantes.
Y es que si se desdice gratuitamente de una entidad de tamaño alcance porque no nos gustó determinado enfoque, solo estamos promoviendo el caos, la desidia y la desvalorización de lo poco con lo que cuenta el género humano para intentar dirimir sus mayores y más peligrosos entuertos.
Así, a fines del pasado año, y de manera inédita, Naciones Unidas logró por primera vez aprobar un documento que estigmatiza a las autoridades sionistas por la permanente construcción de asentamientos judíos en regiones ocupadas militarmente en Palestina, en detrimento de los derechos elementales de la población árabe.
Washington, ya sea demócrata o republicano, se había encargado siempre de vetar toda alusión a la agresividad de Tel Aviv a cuenta de una “estrecha amistad” que desde hace muchos decenios llevó a Israel a convertirse en el primer receptor de la ayuda militar norteamericana al extranjero a cambio de custodiar y hacer valer los intereses hegemonistas de la Casa Blanca en Oriente Medio.
Y al cierre de 2016 se produjo el “milagro” de la abstención oficial estadounidense, que propició el avance de la declaración de marras y, como respuesta, la desobediencia y la ira del sionismo, que llegó a tildar de traidora a la saliente administración de Barack Obama.
Un Donald Trump cercano a ocupar la Oficina Oval se encargó entonces, con su acostumbrada incontinencia verbal, no solo de defender al régimen de Benjamín Netanyahu, sino además, de colocar en tela de juicio la personería de la ONU y hasta la futura presencia norteamericana en esa entidad.
La repuesta sionista se trocó entonces en acelerar la construcción de colonias hebreas en otros espacios árabes, en abierto reto a las disposiciones del máximo organismo mundial, que, hace apenas unos días, volvió a expresar su rechazo a la continuación de una práctica que constituye un verdadero robo de tierras a un pueblo que ya ha perdido la mayoría de su patria a cuenta de la insolente rapiña del sionismo y la complicidad de sus protectores y aliados.
En efecto, informaciones de prensa indican que la decisión de Israel de construir más de cinco mil nuevos asentamientos judíos en territorios palestinos ocupados recibió en este febrero el total rechazo de la ONU, mediante la adopción de un documento donde se da cuenta de la alarma mundial por semejante programa.
Un vocero de Naciones Unidas llamó, además, a Tel Aviv a no adoptar medidas unilaterales que afecten la solución del tema palestino a través de la creación de dos Estados soberanos, e instó a las partes a regresar a las negociaciones de paz sobre la base de las resoluciones adoptadas por el Consejo de Seguridad, que está listo, dijo, para ayudar en el proceso.
Y, al menos en esta ocasión, un Trump ya presidente pareció dar un leve giro al timón, para indicar que, si bien el tema de los asentamientos no afecta el logro de la paz en Palestina, “la expansión de las colonias existentes más allá de sus fronteras actuales podría no ayudar a lograr ese objetivo.”
De manera que por ahora, añadió el mandatario, Israel debería frenar la ampliación de su colonización de Cisjordania. Un asunto que, precisó, tratará en breve con las máximas autoridades sionistas, de las que se reafirmó como gran amigo y defensor.
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