En estos días Río de Janeiro está inmerso en sus fiestas carnavalescas, pero no solo las oficiales e institucionalizadas que comienzan el próximo día 24, sino las de las calles, donde amigos y vecinos se reúnen cada día para a golpe de cerveza y samba olvidar, al menos durante ese tiempo, la grave situación política y socioeconómica que afecta ao país mais grande do mundo.
En febrero, el calor es casi insoportable en Río de Janeiro. El mar, siempre de aguas frías, muestra tibieza. La gente pone un pare en sus preocupaciones y las dejan a un lado, mientras la ciudad se torna un torbellino de alegría.
Los carnavales callejeros ocurren fuera del calendario oficial de las fiestas que celebran la Semana Santa católica. Es grande la diferencia entre estos jolgorios populares y el desfile de las 12 grandes Escuelas de Samba del Estado fluminense, que muestran su mayor esplendor tras un año de grandes sacrificios económicos de sus equipos de mujeres y hombres, pobres en su mayoría. Son momentos sagrados aquellos en que los marchistas exhiben sus despampanantes disfraces, las gigantescas carrozas, su impecable orquesta (batería), su acople vocal, su ritmo apaisado en el paseo Marqués de Sapucaí. Casi todas estas escuelas nacieron en antiguos clubes de fútbol y se quieren con un sentido de pertenencia absoluto.
Los Carnavales de Río de Janeiro, uno de los más famosos del mundo, tienen otra cara, la popular, la del barrio, la de la gente sencilla, la de los creativos, de los que salen a marcha forzada del trabajo para unirse a los grupos que antes de los días del fiestón oficial ya están bailando y gozando en las calles de la llamada Ciudad Maravillosa.
El Carnaval de rúa (calle) es sabroso, distendido, sin la presión del desfile del Sapucaí, donde hay un especial esmero para ganar el concurso oficial de la fiesta ante los ojos de un exigente jurado y de 75 000 pares de ojos del público sentado en las gradas de cemento o en los camarotes de lujo para los ricos y los famosos a lo largo de sus 550 metros de largo.
Nadie organiza en particular las fiestas callejeras. Siempre existieron en las comunidades, pues antes de crear la pasarela oficial, inaugurada en 1984, las personas iban detrás de las grandes carrozas que se apoderaban de las principales avenidas de Río de Janeiro, algo ahora prohibido.
Pero el pueblo, con su sentido de pertenencia de los antiguos carnavales traídos por los esclavos africanos, siguió la tradición llevándola a las comunidades de vecinos. El espíritu callejero del Carnaval continúa libre en las calles, pequeñas y grandes, siguiendo una tradición cultural de siglos.
Son muchos los bloques —que pudieran compararse con las comparsas de otros países— que bailan por estos días en las vías. La voz de la arrancada vuela: “a tal hora y en tal lugar” (casi siempre un bar). Con los músicos no hay problema pues son también del barrio, y tocan samba y otros ritmos brasileños, pero sin la precisión de la competencia oficial. El que quiera se disfraza, el que no, acude con la ropa propia de un balneario, sandalia en el pie, para que la samba fluya. No hay que pagar entrada. Basta con el deseo de la diversión.
Hay 466 bloques inscriptos en la comisión rectora del Carnaval, pero crecen como una gustosa plaga, y los hay que se mueven a lo largo de una sola calle, sin recorrer el barrio, por pura comodidad. Calle arriba, calle abajo, sin un solo vehículo que interrumpa la marcha de la gozadera.
Fiesta de cerveza helada, de tardes y anocheceres, símbolo de la alegría popular. Con una filosofía de vida relajada —al menos en Río—. En esos días ningún problema logrará separar a los cariocas de una de sus fechas más importantes del año.
Hay bloques famosos, tradicionales, en los que participan miles de personas, como la Banda de Ipanema, que sale por las tardes en el lujoso barrio homónimo, donde se reúne la comunidad de gays, lesbianas y transgéneros que tienen un público simpatizante y seguidor, al que poco le importa la preferencia sexual de los grupos de la avanzada.
Si usted no es del barrio donde quiere divertirse y desfilar con algún bloque famoso, no hay problema. Tiene donde escoger, como el “Calienta… pero no sale”, donde la reina es la famosa sambista Beth Carvalho, quien encabeza la tribu de cantantes y músicos que no avanzan más allá de una cuadra.
Está también El Cachorro Caliente que se reúne en el barrio de Flamengo, cerca de la playa y recorre decenas de cuadras con la gente de ese simpático barrio. Muy cerca, en la playa homónima, aparece La Orquesta Voladora, con instrumentos de viento y percusión, y Sargento Pimienta, para quienes admiran a The Beatles en ritmo de samba.
Famoso es el Suvaco do Cristo, que se mueve en la base del Morro Corcovado, donde confluyen miles de turistas cada día para admirar la ciudad a los pies del Cristo Redentor y luego intentan un pasillo al son del rítmico cabaquiño; el Cordón de la Bola Prieta, Simpatía es Casi Amor, uno de los más célebres y antiguos, el Monobloque, donde se reúne una gran banda de 200 músicos al llamado de los cueros.
Entre los célebres está el Bloque Crudo, que tampoco se desplaza y con instrumentos del samba ejecutan pop y rock; Devotos de Marley, donde mezclan reggae con samba en homenaje al gran músico caribeño.
Este mes, mientras el Carnaval oficial se mueve por el enorme espacio del Marqués de Sapucaí, diseñado por Oscar Niemeyer, en el lugar donde se vive, bien o mal, el libre espíritu de los cariocas se regodea desde mucho antes en el fiestón de la calle, la de siempre, la de los tiempos en que la gente bailaba y correteaba por toda la ciudad detrás de las Escuelas de Samba.
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