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sábado, 16 de noviembre de 2024

Cambiar la historia en tierra de tesoros

Este año la República Democrática del Congo (RDC) cumple el aniversario 60 de su independencia de Bélgica, pero aún queda mucho por avanzar para ponerse a tono con los nuevos tiempos...

Julio Marcelo Morejón Tartabull en Exclusivo 02/04/2020
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República Democrática del Congo-Pobreza
La pobreza se multiplica en uno de los países más ricos de África. (Tomado de religióndigital.org).

Sin dudas, las últimas seis décadas son las más convulsas de la historia congoleña por las profundas transformaciones políticas ocurridas tras su independencia en junio de 1960 bajo el breve liderazgo de Patrice Emery Lumumba.

Esa etapa resulta fructífera en la construcción de la conciencia nacional, por una parte, y del secesionismo de carácter tribal por la otra, así como de traiciones y decepciones promovidas por la geofagia occidental de la ex metropolis belga y de los Estados Unidos.

Los conflictos postcoloniales en la actual República Democrática del Congo (RDC) integran una muy enmarañada red de causas y consecuencias inagotables, pero que en cuya base están claramente definidos los intereses económicos nativos y foráneos, en principio, por ser este el país con mayor número de riquezas del continente.

Desde el ascenso de Lumumba al cargo de primer ministro y su enfrentamiento a la secesión katanguesa, concebida con la anuencia de las firmas mineras, hasta su asesinato perpetrado por los conspiradores asociados con Moisés Tshombe, la historia se fabricó en la penumbra.

Cuando en 1965 se consuma la traición comandada por Joseph-Désiré Mobutu (luego (Mobutu Sese Seko Nkuku Ngbendu wa Za Banga) o solo Mobutu Sese Seko, el país se hunde en el cieno de la cleptocracia y el clientelismo en un ámbito desmesurado de corrupción.

En 1996 se desató la Primera Guerra en el Congo, con la cual el líder guerrillero Laurent-Désiré Kabila derrocó a Mobutu, para lo que contó con el respaldo principalmente de dos países fronterizos de los Grandes Lagos africanos: Ruanda, y Uganda, aunque poco tiempo después la alianza estalló en pedazos.

Ruanda y Uganda rompieron con el gobierno de Kabila, y marcharon en ofensiva contra Kinshasa, la cual detuvo una coalición formada por Angola, Zimbabue y Namibia, miembros de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC).

La Segunda Guerra del Congo —o Guerra Mundial Africana— se extendió desde 1998 hasta el 2003, pero la paz alcanzada ese año no logró consolidarse y entre sus más graves secuelas están la dispersión de múltiples facciones armadas que saquean las regiones orientales donde se concentran grandes cantidades de recursos minerales.

Aún perduran las consecuencias de esa contienda que provocó la multiplicación de bandas armadas, así como impulsó a la palestra beligerante a nuevos señores de la guerra como Thomas Lubanga Dyilo y Bosco Ntaganda condenados por la Corte Penal Internacional (CPI) por perpetrar crímenes de guerra.

El primero creó la Unión de Patriotas Congoleños y su ala militar, las Fuerzas Patrióticas de Liberación del Congo. Fue sentenciado a 14 años de prisión, mientras que a Ntaganda (alias Terminator), desertor del Ejército y segundo de Lubanga, se le penó a 30 años, pero en junio próximo la CPI evaluará la apelación hecha por sus abogados.

Todo lo anterior es parte del maridaje que une a la violencia —persistente en el oriente congoleño— con la posesión y explotación de muchos de sus recursos minerales como la combinación del colombo-tantalita o coltán, obtenidos mediante el trabajo semiesclavo e infantil y traficados ilegalmente.

EL EXPOLIO

Las denuncias sobre la explotación ilícita de las riquezas congoleñas por sujetos transnacionales se diversificaron, aunque siguieron aumentando en los pasados 10 años, si en 2009 Isabel Cuello indicó que el “oro, coltán, casiterita y otros minerales continúan siendo exportados masiva y fraudulentamente de la RDC”, el asunto persiste.

Ese año se hizo público un estudio del Senado congoleño en el cual se estimaba que más de 40 toneladas de oro, valoradas en 1 200 millones de dólares, se exportaban anualmente en forma ilegal y se confirmaba el aumento significativo del nivel de exportaciones fraudulentas de minerales desde el año 2008.

Según un informe del Banco Mundial del 2015 el caso de la RDC es atípico, “pues combina uno de los niveles de renta más altos en lo que respecta al PIB (Producto Interno Bruto) del sector de recursos naturales y uno de los niveles de ingresos más bajos”.

El documento asegura que la renta fue de 9 880 millones de dólares, pero las autoridades solo recibieron 3 950 millones en ingresos.

En las sesiones de la XXX reunión cumbre de la Unión Africana (2018), el comisario de Comercio e Industria Albert Muchanga precisó que “África pierde anualmente 80 000 millones de dólares en flujos financieros ilícitos, de los cuales un 70 por ciento proviene de las industrias extractivas, y particularmente de los recursos minerales”.

Esas mermas —apuntó— “son el resultado de una variada gama de métodos contables particularmente creativos practicados por las corporaciones multinacionales”.

Por su parte, el economista Florent Musha acota que el Congo Democrático “no exporta productos acabados y listos para ser utilizados por Apple, Samsung u otro gran utilizador de baterías en el mundo. La RDC exporta un producto minero para ser procesado”, lo cual resulta una limitante en sus perspectivas de desarrollo.

Lo del Congo Democrático es una cuenta pendiente extendida más allá de los 60 años de independencia y que evidentemente no se solucionará con aplicaciones de recetas coyunturales, las cuales pueden aplicarse a una estructura enferma pero no salvarla. Ante este país africano se alza el gran desafío de cambiar la historia.


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Julio Marcelo Morejón Tartabull

Periodista que apuesta por otra imagen africana


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