Tras varias jornadas, un número importante de estudiantes estadounidenses continúan con las protestas y las manifestaciones de solidaridad con el pueblo de Palestina en varias universidades. La muerte de más de 34 mil personas en Gaza—la mayoría de mujeres y niños— y una crisis humanitaria sin precedentes motivó a un considerable sector de la juventud a protagonizar sentadas y otros actos de rebeldía, como rechazo al apoyo brindado por su país al genocidio de Israel.
Los alumnos reclaman el cese definitivo de la inversión académica hacia el estado judío y el rompimiento de las relaciones con los centros educativos y profesores israelíes. Tanto las demandas como las acciones, catalogadas por el propio mandatario Joseph R. Biden como una prueba a los principios de la libertad de expresión y el estado de derecho ante la violencia y persecución policial, ocurre mientras el gobierno de Benjamín Netanyahu comienza las operaciones militares en la ciudad de Rafah; lugar donde se encuentran miles de desplazados con condiciones de vida sumamente precarias.
Ello, en un contexto en el que medios nacionales y extranjeros se hacen eco de unas supuestas declaraciones ofrecidas por un alto funcionario anónimo de Washington a CBS News, en el que asegura que Estados Unidos (EE.UU.) detuvo la semana pasada un envío de bombas a Israel por temor a que pudieran ser usadas a gran escala contra Rafah.
De acuerdo con lo publicado, la carga constaba de 18 mil bombas de dos mil libras (900 kilogramos) y 17 mil de quinientas libras (225 kg). A fin de cuentas, una filtración bastante conveniente si tenemos en cuenta que, amparados en la Ley Leahy, el Congreso estadounidense estudia si las constantes ayudas autorizadas por su ejecutivo cumplen con sus estándares de derechos humanos.
Ya desde marzo Israel había entregado sus garantías de cumplimiento, sin embargo, el Departamento de Estado, que tenía hasta este miércoles para informar su veredicto al Legislativo, solicitó una prórroga para corroborar o desmentir lo que instituciones de todo tipo, incluida la Organización de Naciones Unidas, han denunciado desde el comienzo de la escalada.
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Así, la administración Biden, que a finales de abril aprobó una partida por 26 mil millones de dólares en asistencia adicional a Israel, se haya en una especie de encrucijada ante las recientes fricciones entre ambas naciones como consecuencia de la presión internacional por el injustificado comportamiento de Netanyahu, y la desaprobación de la ciudadanía estadounidense, lo cual puede influir en las elecciones federales del próximo noviembre.
Incluso, mucho antes del conflicto actual, las habituales encuestas de Gallup indicaban que la simpatía del electorado demócrata de base se estaba moviendo en las últimas dos décadas de Israel a los palestinos. Una tendencia contraria a la que marcaban los simpatizantes del Partido Republicano, los cuales abrieron una brecha mucho mayor a la que existía con sus contrincantes a inicios de este siglo.
Un fenómeno que pudiera explicarse a partir de la manera en la que las gestiones republicanas y demócratas de los últimos años han enfocado su política exterior en el Medio Oriente. Pero, indiscutiblemente, uno de los grandes legados de Netanyahu una vez salga del círculo político israelí será el de haber influido en la ruptura del consenso bipartidista que durante décadas proporcionó a Israel una postura invariable en la política estadounidense.
Sin embargo, al menos por ahora, los cambios en el electorado demócrata apenas han influido en la coalición partidista. De hecho, solo 37 miembros de la Cámara de Representantes se opusieron a la ya mencionada ayuda. Hasta el líder de la mayoría en el Senado, Chuck Schummer, a pesar de sus constantes críticas a Netanyahu, pareció sumarse a la retórica del presidente de la Cámara, Mike Johnson, e invitar al líder israelí a participar en una sección conjunta del Congreso.
En esto quizá tenga que ver la influencia de la Comisión Estadounidense Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés) y otros grupos de presión proisraelí. Desde la presidencia de Barack Obama el AIPAC se volvió mucho más agresivo a la hora de financiar primarias contra demócratas críticos con Israel.
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Sin ir más lejos, este año se comprometió a gastar 100 millones de dólares para derrotar a los congresistas que con más fuerza han criticado el genocidio; entre ellos, Jamaal Bowman, de Nueva York, y Cori Bush , de Missouri.
De cualquier forma, las últimas palabras parecen tenerlas las figuras emergentes y a mitad de carrera, con ambiciones y sin problemas de ganar relevancia a costa de la adopción de una postura crítica hacia el apoyo a Israel. Tal y como es el caso de los senadores Crhis Van Hollen, de Maryland; Chris Coons, de Delaware o Tim Kaine, de Virginia.
Porque hasta la fecha Biden sigue militando en el bando de los políticos que tienen una visión distorsionada y alejada de lo que representa Israel hoy para la democracia global. Aun cuando ha recrudecido su discurso en los últimos meses, ha dicho que sostendrá su apoyo incondicional. Algo que pudiera pasarle factura en los próximos comicios, sobre todo, ante el aparente descontento del votante liberal con tendencia centrista y del elector joven.
Un grupo etario este último al que ha apostado a partir de la recalificación de la marihuana como droga menos peligrosa, la cancelación del préstamo estudiantil a unos 206 mil deudores y de las propuestas sobre el derecho al aborto.
Si bien las recientes manifestaciones no significan que ya tenga perdido el voto de este importante grupo, sí le convendría andarse con cuidado. Más, cuando Donald Trump parece que se aprovechará de este escenario para convertirlo en uno de los pilares de su campaña. Que ya es mucho decir entre tanta insensatez.
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