Explican algunos entendidos que la reciente decisión rusa de retirar parte de sus fuerzas militares de Siria, ha permitido un giro alentador en las conversaciones que sobre el futuro de esa nación mesoriental se realizan en Ginebra entre los bandos contendientes.
En efecto, desde hace unas horas, las posiciones mutuas de Damasco y del titulado Alto Comité para los Negociaciones, que agrupa a los titulados rebeldes que reciben apoyo de Arabia Saudita y las monarquías del Golfo, han mostrado cierta flexibilización, al punto que ambas delegaciones entregaron propuestas que deben definir una hoja de ruta para el fin de la guerra.
El proceso, liderado por la ONU y auspiciado esencialmente por Rusia y los Estados Unidos, ha estado ejecutándose mediante encuentros de los grupos de trabajo por separado, con la intermediación como mandaderos de los enviados del máximo organismo internacional.
El propósito de los promotores de esta vía que pretende frenar cinco años de extrema violencia, es llegar a un consenso sobre la gobernabilidad en Siria y el establecimiento de los requisitos para una paz definitiva.
El empeño ha estado además precedido de un alto al fuego que hoy se cumple de manera casi total en el país, aún cuando persiste la lucha contra los grupos terroristas Ejército Islámico y Al Nusra, la versión siria de Al Qaeda.
Desde luego, no faltan escollos y omisiones importantes que resolver.
De hecho, un elemento clave que parece haber pasado a un segundo plano es la demanda opositora de la salida o la eliminación física (según términos textuales) del actual presidente Bashar El Assad para el logro de un arreglo adecuado.
Postura, desde luego, rechazada de plano por las autoridades de Damasco, que consideran que el tema constituye una línea roja imposible de traspasar, con más razón cuando precisamente el escenario militar favorece hoy al gobierno legítimo, y el liderazgo de El Assad goza de mayor prestigio interno y externo.
Otro elemento que queda sobre la mesa como un tema a asumir radica en la falta de representantes kurdos en Ginebra, aún cuando las milicias de ese grupo étnico y sus organizaciones políticas controlan diez por ciento del norte y el noreste de Siria, así como dos tercios de la frontera con Turquía, que precisamente los considera una amenaza y no ha dudado en realizar acciones militares en su contra con absoluto irrespeto hacia la soberanía e integridad territorial de Damasco.
Por demás, faltan también en Ginebra los representantes de los sectores opositores moderados que ya mantenían contactos con el gobierno de Bashar el Assad en busca de un arreglo negociado a la crisis nacional.
Moscú, altamente involucrado en Siria por razones estratégicas obvias, no ha cesado de defender la presencia de los kurdos y de los moderados en este diálogo, de manera que resulte lo más inclusivo y representativo posible, y por tanto no deje vacios nichos que puedan servir a los intereses de aquellos que, desde Occidente, Tel Aviv, Ankara y varias satrapías árabes, generaron el drama que desde hace un lustro se ceba sobre la nación y el pueblo sirios.
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