El asunto viene desde la campaña electoral entre la demócrata Hillary Clinton y el presidente electo Donald Trump.
Encuadrado en la tradicional práctica de sacarse los trapos sucios en público para elevarse al primer rango ejecutivo, el Partido Demócrata no dudó en presentar al aspirante republicano como un “títere de Rusia aupado por Vladímir Putin” y “denunció” la injerencia del Kremlin en los comicios que dieron un sonado triunfo al díscolo empresario.
Entonces, la publicación por el sitio WikiLeaks de miles de escandalosos correos electrónicos de la Clinton sobre el tema eleccionario se intentó atribuir a la subrepticia irrupción de los rusos en los sistemas digitales demócratas, a fin de apoyar la candidatura de Trump.
Y si bien el FBI, el organismo encargado de la lucha contra el espionaje externo en los Estados Unidos, obvió semejante tesis, tanto la Agencia Central de Inteligencia, CIA, como la propia Casa Blanca, no dejaron de insistir en el pretendido “intervencionismo de Moscú”.
Sin embargo, hace apenas unos días Craig Murray, ex embajador británico en Uzbekistán y ligado a WikiLeaks, reveló que los comprometedores e-mail le fueron entregados en mano, en un parque del propio Washington, por una figura del Partido Demócrata, como acto personal de “repulsa ante la corrupción de la Fundación Clinton y el juego injusto contra Bernie Sanders durante las primarias”. Sanders, como se recuerda, fue un duro rival de la aspirante en su camino hacia a candidatura partidista.
En consecuencia, precisó Murray, los correos puestos a la luz, y que ahora se dice perjudicaron a la Clinton en las votaciones del pasado 8 de noviembre, no tienen origen externo, y mucho menos provienen de actividades rusas de espionaje, hackeo o injerencia.
Y como hasta el presente no han aparecido desmentidos oficiales o argumentos verdaderamente enjundiosos contra esta revelación, todo indica que poco o nada hay de cierto en el tinglado mediático inflado por determinados sectores políticos norteamericanos contra el Kremlin en lo que concierne al asunto de marras.
En cambio, eso sí, los analistas no han dejado pasar por alto los pronunciamientos del ex diplomático británico directamente ligado al tema, y destacan que este mentís es otro golpe contra quienes, a estas alturas, todavía pretenden hacer ver que el triunfo electoral de Trump se debe a maniobras externas y golpes de mano ilegales.
Una manera de actuar que contrasta, dicen, con lo ocurrido en la madrugada del 9 de noviembre, cuando sorpresivamente y de manera inédita se dejaron de dar datos públicos sobre el conteo en las urnas (en el cual Trumb iba claramente delante), y voceros demócratas aseguraron públicamente que los resultados finales demorarían un buen tiempo, en lo que ciertos medios locales atisbaron como una suerte de posible “golpe de estado” contra el impredecible canditado republicano.
Mientras, otros especialistas consideran que la insistencia de la CIA en culpar a Rusia, algo que se contrapone al juicio del FBI, se debe a que Trumb ha anunciado que en el caso de Siria cesará los suministros financieros y de pertrechos a los pretendidos rebeldes opuestos al gobierno de Bashar el Assad, y que dará prioridad a la eliminación definitiva del terrorista Estado Islámico, EI, que Moscú combate junto a las tropas de Damasco.
La CIA, se sabe, es precisamente de los promotores de la alianza con grupos extremistas como Al Qaeda y el propio EI, en el intento por imponerse en Asia Central y Oriente Medio y apretar el cinturón bélico sobre las divisorias rusa y china.
En pocas palabras, es evidente que los días que esperan a la nueva administración norteamericana, específicamente en estos temas, no serán tan placenteros como alguien pueda imaginar. Y es que la pugna de intereses y criterios parece ser grande, y cuando eso ocurre en una sociedad como la norteamericana puede esperarse cualquier cosa… y a buen entendedor…
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