En su irrupción hacia el Este de Europa, y con la exacerbación de la irresponsable farsa ucraniana, Washington y sus comparsas europeas siguen incitando demonios ante las fronteras de Rusia.
Así, mientras Moscú espera las prometidas por Washington “respuestas escritas” a sus demandas frente a los provocadores avances de la OTAN, desde su pretendida segura Oficina Oval, bien lejana del probable escenario de guerra, el presidente Joe Biden anuncia el envío adicional de tropas y alijos a “naciones aliadas” aledañas al “enemigo”, autoriza a otros a remitir armas a Ucrania, y concuerda con incrementar los movimientos de cerco para “disuadir” al Kremlin.
Desde luego, han de alborozarse y felicitarse Biden y quienes le dirigen e instruyen por la “inmediata determinación” de su “primera línea eurooccidental”, esa que recibiría sin dudas las iniciales y demoledoras andanadas rusas en caso de poner el píe donde no debe, la cual, de manera solícita, ha respondido a este nuevo halar la cuerda gringa decretando una movilización de sus ejércitos y el reforzamiento de sus posiciones orientales.
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Así, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, señaló en nota pública que el bloque militar “continuará tomando las medidas necesarias para proteger y defender a todos los aliados”.
“Siempre responderemos a cualquier deterioro de nuestro entorno de seguridad, incluso reforzando nuestra defensa colectiva”, alegó.
La mofa es la misma. El Pacto Atlántico se alebresta porque Rusia acantona tropas dentro de su territorio para asegurar su defensa, sin dudas un “terrible sesgo agresivo” para quienes, fuera de sus nativos predios, merodean, armas en mano, los patios ajenos.
Y, en esa rueda, llegan a Ucrania envíos militares al por mayor, instructores, tropas, y hasta saboteadores y profesionales del terrorismo, al tiempo que, según listas abiertas, todos y cada uno de los otanistas ofrecen aviones de combate, buques, vehículos blindados, y artillería y carne de cañón fresca para salvaguardar las viejas y raídas glorias hegemonistas del gran socio de ultramar.
En pocas palabras, el nítido reflejo de hasta dónde una clase política europea es capaz de desentenderse de sus intereses nacionales y regionales, y de su identidad y personería a escala internacional, para ofrecer a sus conciudadanos en bandeja como porción extinguible en los primeros fuegos, de manera que quien les doma a punta de fusta pruebe a ver si cumple su loca fantasía de salvar el pellejo propio sobre un mundo en ruinas.
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Porque lo que se está jugando en el Este de Europa no es otra cosa que el inevitable cambio de época mundial, del ruinoso absolutismo global Made in USA a un orden multilateral donde habrá que compartir, respetar, escuchar, negociar y decidir en conjunto y de manera civilizada y racional… y el Washington de hoy no está ni medianamente listo para semejante escenario.
Lo peligroso, y en mucho, es que tengamos que llegar como civilización a poner a rodar cabezas de manera definitiva porque existan semejantes orates con inmenso poder, y tantos retraídos, oportunistas, dóciles e incapaces como para obviar un NO de sesgo bien rotundo.
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