El año pasado concluí el Festival de Cine con la espectacular El fauno criollo, de Fernando Birri. Fue el mejor cierre posible, y decidí no ver más películas ese día porque, cuando una cinta te eleva a otro nivel es mejor dejarlo ahí y no embriagarse de más cine, porque no todas las bebidas son de calidad. En esta edición he roto la botella con Metegol (fuera de concurso), de Juan José Campanella, y la verdad, he pecado; esa era la cinta para cerrar, no para iniciar la fiesta.
Hay un problema grande a la hora de enfrentarse a la nueva obra del director de El secreto de sus ojos, y es la imperiosa necesidad de tomar a obras como Up, y la maquinaria Pixar, como referente para valorar otros productos no pertenecientes a la gran industria (aunque el dinero detrás de esta joyita argentina no es nada desdeñable). No es posible analizar una película a partir de otra, sería injusto, ilógico y absurdo.
La trama de Metegol es sencilla, con su relato moralista insertado, con personajes habituales… la verdad, no hay nada nuevo, y ahí radica la magia: en contar una buena historia con los recursos de siempre. La animación merece un paréntesis aparte, nada tiene que envidiarle a los grandes estudios; solo con fijarse bien en la textura de los jugadores del metegol o en los tiros de cámara en el estadio podemos apreciar el gran trabajo detrás de la peli.
¿De qué va la historia? Campanella, junto a Eduardo Sacheri y Gaston Gorali, adaptan un cuento de Roberto Fontanarrosa, Memorias de un wing derecho, para construir su relato: Amadeo debe enfrentar a El Grosso, mejor jugador del mundo, en un partido de fútbol.
Sí, Campanella se repite, vuelve a la nostalgia, a los lugares comunes de su obra, pero todo le queda perfecto. Además, con los constantes guiños al cine nos regalan secuencias maravillosas como la inicial donde parodian a 2001: Odisea en el Espacio. También es maravillosa la construcción de cada uno de los jugadores del metegol y los pueblerinos, lo cual le da una riqueza inmensa.
Tal vez la película no resulte tan satisfactoria a quienes no gustan del fútbol, y eso quizás sea un defecto; algo falla y la cinta no alcanza la universalidad deportiva o pasional a través del relato futbolístico, pero la verdad a mí no me preocupa mucho, porque el fútbol es solo religión mía, sino de millones personas.
Grupo 7
Con 16 nominaciones a los Goya y par de premios, me aventuré con la española Grupo 7. La trama es sencilla: durante los preparativos en Sevilla para la Exposición Universal de 1992, la venta de droga está por los cielos y un grupo de policías toma medidas poco ortodoxas para combatirlas.
Una película más sobre la delgada línea que separa el bien del mal pero con mucho ritmo y actuaciones más que correctas. El argumento se mueve entre la caída en picada de la moral de uno de los protagonistas y el intento de otro de reivindicarse y salir de su inestable existencia.
Con mucha violencia y noventa minutos contados de manera vertiginosa, los polis corruptos se ven envueltos en una vorágine provocada por ellos mismos debido a sus métodos y a los deseos de fama y de triunfar.
Entre tanto policía bueno y malo, se agradece una cinta como esta, donde no hay límites y no se pretende buscar héroes, sino personas que, como pueden, intentan eliminar una lacra de la sociedad.
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