Aunque poco se ha escrito de Dolores de la Torriente Urdinavia, solo basta adentrarnos en su vida y obra para darnos cuenta de que esta mujer no solo fue una de las periodistas más leídas de su época, sino una figura destacada dentro de la cultura cubana del siglo XX, opinión con la que coinciden varios estudiosos, que también la consideran una de las mejores críticas de artes plásticas, en especial de la pintura cubana, y del muralismo mexicano.
No basta el reencuentro con su imagen o biografía para mantener viva su presencia. Se hace inevitable profundizar en su labor como periodista, crítica, ensayista, conferencista, luchadora social y revolucionaria, pues en ella se integran todas las manifestaciones de su talento creador.
Loló, como se le conoce, nació en Manzanillo, el 22 de agosto, aunque hay incongruencia en cuanto al año, si fue en 1906 ó 1907. En su terruño natal, lo cual describe como “pintoresca población olorosa a río y bosque, a barco y madera”, permaneció muy poco tiempo, debido a reacomodos familiares derivados de los inciertos primeros años de la República.
Muy pequeña vino a La Habana y es donde cursó la enseñanza primaria. También estudió bachillerato y en la Universidad cursó varios años de Filosofía y Letras. Desde pequeña atesoró anécdotas y recuerdos con su temprana sensibilidad para captar escenarios y detalles.
Tal y como lo evoca en su libro Testimonio desde dentro, pasear por La Habana Vieja, visitar las iglesias y detenerse en la Catedral, y finalizar en la Plaza de Armas, constituía una verdadera fiesta. Sin olvidar los recreos infantiles en el Parque Central.
La muchacha provenía de una familia de tradición patriótica. Convencida de servir a Cuba, tempranamente se vinculó con a la lucha. Al periodismo lo hizo como una actividad decisiva en su trayectoria pública, siendo José Antonio Fernández de Castro el paradigma que guió sus primeros pasos en esta profesión.
PERIODISTA, CRÍTICA, ENSAYISTA… Y REVOLUCIONARIA
Con apenas 18 años acumuló un rico expediente revolucionario, al participar en el Congreso Nacional de Estudiantes, dirigido por Julio Antonio Mella. También asistió al Primero y Segundo Congreso Nacional de Mujeres y estuvo en las primeras filas en las luchas obreras y en el enfrentamiento a la dictadura de Machado. Llegó a ser secretaria de Defensa Obrera Internacional y activista de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, y se afilió al Partido Comunista.
Desde 1930 hasta que marchó a México, Loló desarrollará una intensísima actividad política. Integra las brigadas organizadas por la Confederación Obrera para visitar las zonas rurales, donde afianza su vocación de servicio al país, a su cultura, y a su destino. Es en esta época cuando comienza a utilizar el seudónimo de Sonia, debido a su militancia política, pero otro sería el más permanente en su labor periodística: María Luz de Nora, el que usó por primera vez en Alma Mater.
Sus trajines revolucionarios la condujeron a su primer arresto. En 1934 fue a Estados Unidos invitada por organizaciones obreras y culturales, pero fue apresada. Luego regresa a Cuba e ingresa de inmediato en la Prisión Nacional de Mujeres de Guanabacoa, donde permanece recluida cerca de dos años.
Iniciándose el año 1937 parte exiliada a México. Poca experiencia profesional tenía cuando el presidente Lázaro Cárdenas le encarga integrar un equipo de periodistas. Con el poco bagaje, que ella reconoce insuficiente, acepta un cargo de reportera en el periódico Novedades, publicación que se estrenaba entonces y de la cual Loló fue reportera, redactora e, incluso, editorialista, hasta 1946.
Fue en tierra azteca donde se formó como periodista. Allí residió veinte años y trabajó en varios periódicos sin dejar de colaborar con publicaciones cubanas, entre ellas Prensa Libre, y la revista Bohemia. Fue en Cuadernos Americanos, y también en Bohemia, donde encontró —como apunta Virgilio López Lemus, uno de los estudiosos de su obra—, “el medio para fundir en su labor como escritora y periodista, el ensayo”.
Sus conocimientos sobre arte, especialmente en cuanto al muralismo mexicano, se ahondaron en la contemplación viva de las obras originales y el contacto con los creadores. Cultivó la amistad, no sólo con pintores, sino también con escritores, poetas, músicos, mexicanos y de otros países latinoamericanos.
Viajar de México a Cuba era para ella una necesidad espiritual. En la patria veía a sus padres, ofrecía conferencias, reencontraba a sus amigos, volvía al Malecón habanero, y visitaba algunas provincias, en aras de “descubrir algo nuevo”, solía decir.
También en viajes cortos precisó detalles de historia y costumbres en Guatemala, Venezuela, Brasil, Colombia, Ecuador, Costa Rica, entre otros países.
Su primer libro en 1946 fue La Habana de Cecilia Valdés, un recorrido por la ciudad en las primeras décadas del siglo XIX. Otros como Mi casa en la tierra, memorias de los primeros treinta años de la Republica; El mundo ensoñado de Abela, Estudio de las artes plásticas en Cuba, aparecen entre 1950 y 1960.
Poco antes del triunfo de la Revolución viaja a Europa por motivos de salud. Ello no le impidió continuar sus colaboraciones. Luego del triunfo de la Revolución decide venir a Cuba —igual que Pablo de la Torriente Brau, su primo-hermano y entrañable compañero de ideales—, para ver un pueblo en revolución, y para acompañarlo.
Entonces funda en Bohemia la sección Esta es la Historia y Lectura para un viernes, unas de las más leídas. Participa en el Primer Congreso Nacional de Escritores y Artistas y es una de las personalidades fundadoras de la UNEAC. En l963 obtiene Mención en el Concurso Casa de las Américas.
Resulta evidente que a Loló la guiaba el propósito de contribuir a la reafirmación de la identidad nacional; traer el pasado al presente como enseñanza y, al mismo tiempo, como confrontación, por lo que no cabe dudas que ella nunca escribiera para complacer a la galería, ni por oportunismo. Sus juicios respondían sólo a sus más acendradas convicciones políticas y estéticas. Tampoco se puede negar que en sus años, ella representa una de las voces más influyentes del periodismo de opinión en Cuba.
Ya en los setenta, aunque continuó escribiendo, sus problemas de salud se agravan. Aun así, se mantuvo en Bohemia. Fue entonces cuando se dedicó a reorganizar sus libros y darle los toques finales a una novela, hasta que murió en agosto de 1983.
Recordarla solo como periodista resulta difícil, porque ni siquiera la ficha biográfica puede ocultar la pasión y la lucidez conque esta mujer vivió cada minuto de su vida. En ella se cumplía la sentencia martiana de que el escritor diario no puede pretender ser sublime, sino agradable.
De la obra y de la vida de Dolores de la Torriente Urdinavia, los estudiantes, los jóvenes graduados y los profesionales del periodismo, también, podemos derivar lecciones perdurables.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.