Sobre el espíritu de quien arriba a una tierra extranjera ha de producirse cierta conmoción. El ojo descubre ávido un paisaje inexplorado, lo posee profanamente, escrutando cada rasgo de ese nuevo rostro que revela una ciudad. Más adentro, el espíritu confronta lo objetivo con aquello cimentado en la imaginación; los sentidos se cruzan con lo ignoto y la realidad adquiere también los nuevos matices que el o la viajante ofrecen.
Fruto de esos contactos y deslumbramientos han surgido cartas, libros de memorias, crónicas, autobiografías. Si bien por mucho tiempo estas se consideraron literatura menor, en décadas recientes han comenzado a llamar la atención de la crítica, pues en dichos textos se albergan interesantes claves para reconstruir historias de la vida cotidiana, la subjetividad, las relaciones entre clase, género, raza e identidad nacional, la hondura de los procesos migratorios, entre otros aspectos.
Muchos de estos textos corresponden a mujeres que, en sus distintos trayectos trasatlánticos y continentales, legaron obras que hoy permiten reconstruir los rastros de las subjetividades y experiencias particulares de su género, y constituyen puentes de intercambio cultural. Tomando como centro esa posibilidad de hermanamiento desde la literatura femenina de viajes se desarrolló entre el 5 y el 7 de marzo en el Centro Cultural Dulce María Loynaz el ciclo de conferencias “Viajeras en La Habana, trayectos de ida y vuelta”, dedicada al análisis de las experiencias de viaje de siete mujeres de Cuba y España, con el apoyo de la Consejería Cultural de la Embajada de España en Cuba.
La Infanta Eulalia de Borbón, María Zambrano, Zenobia Camprubí y María Teresa León comparten con las cubanas Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ofelia Rodríguez Acosta y Dulce María Loynaz su condición de mujeres viajeras y como tal sus obras fueron conectadas desde las disertaciones de académicos de la Isla: Carlos Venegas, Reinaldo Montero, Nuria Gregory, Zaida Capote Cruz, Teresa Díaz Canals, Aitana Alberti y Luisa Campuzano, bajo la moderación de la escritora española Isabel Segura. La idea de realizar este evento en la misma ciudad que inspirara otrora a estas mujeres parte de la intención de Segura de posicionar en los mapas urbanos, físicos y mentales, itinerarios recorridos por viajeras de aquí o de allá, como una manera de conocer, recorrer y revisitar estos lugares desde un canon no hegemónico.
Autora de los libros Guía de Mujeres en Barcelona (1995), La Habana para mujeres (2002) y Viajeras a La Habana (2008) con la fotógrafa Pilar Aymerich, Segura buscó con el evento lecturas que, de este lado del Atlántico, evaluaran la producción de visitantes que dejaron textos escritos sobre la ciudad de las columnas, así como las de cubanas que escribieron sobre España.
“Son miradas poco tópicas”, reflexionó la historiadora, pero todas “en el fondo alcanzan una visión compleja de la ciudad y unos puntos de vista complementan a otros”. La mirada del extranjero sobre un lugar resulta para Segura bien interesante si se complementa con la de los nativos. “Cuando viajas llevas una maleta y en ella va también todo tu contexto. Esa maleta y esa persona situada en otro espacio, en otro tiempo y lugar, producen visiones nuevas que probablemente las mujeres y hombres de allí no han llegado a tener.”
Efectivamente, La Habana a la cual arriba en 1893 la única representante de la corona española que visitó la Isla en la etapa colonial, Eulalia de Borbón, embelesa por su encanto, y le hace afirmar que “al partir, mi corazón se ha apretado como si nunca más tuviera que volver a pisar esta tierra tan fecunda, este país encantador donde los sentimientos son tan vivaces como las plantas y los árboles… Me ha parecido que dejaba atrás una parte de mí”.
Sin embargo, para Zenobia Camprubí, también española, el país que la acoge en 1936 tras su exilio junto con su esposo Juan Ramón Jiménez, le resulta “bello en un sentido pagano, pero le falta grandeza y diversidad y no ofrece lo suficiente para querer quedarse uno aquí”.
María Zambrano y María Teresa de León comparten su pasión por la Isla. Para la primera, Cuba se convierte en su patria prenatal que es “la poesía viviente, el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal”. Por eso, la llama “sustancia poética”, “mi secreto”. La otra sabe calar la profundidad de la historia nacional y en su libro Memoria de la melancolía afirma: “Hoy tengo superpuestas dos Cuba diferentes: una desdibujada y triste, otra ardiente. Una donde la palabra pueblo se escamotea en las linotipias de los periódicos y la otra donde se repite es esta palabra diariamente alta y limpia”.
Durante su conferencia, Campuzano explicó que las personas que viajan llevan consigo los saberes de su espacio, plasmados en el texto como huellas. Según la directora del Programa de Estudios de la Mujer, las llamadas escrituras del yo son construcciones literarias estudiadas por la crítica contemporánea que, como tales, no constituyen una fuente de verdad objetiva, “sino que por el contrario implican a sus autores tanto en un proceso de objetivación, en verse puestos en papel, como en un construirse para otros y para sí mismos, en un reconocerse fuera de sí, en poder leerse como textualización forzosamente selectiva y manipulada de sus sentimientos y experiencias, textualización inscrita por lo demás en convenciones y colocadas en una tradición formal”.
En los textos de viajes escritos por mujeres es fácil constatar su interés por descubrir la situación de las otras mujeres, la educación y la mirada al universo de lo privado.
De esto modo, se completan fragmentos de la historia, en la que solo aparece una mirada hegemónica de lo público-masculino.
A decir de la investigadora Nara Araújo en su libro El alfiler y la mariposa, la literatura de viajes se ha estudiado “como espejo de costumbres de sociedades diferentes, o relato autobiográfico cercano a la ficción”. Asimismo, su vinculación al estudio de la ideología, la antropología cultural y la etnografía, apunta nuevas dimensiones a los textos de viajeros y viajeras. La estudiosa expone que esta literatura socava la antigua dicotomía entre lo público y lo privado, pues al narrar lo doméstico, lo íntimo, lo familiar, lo emocional, lo sexual, llega al espacio social amplio mediante la escritura. “Las mujeres que viajan participan de esa manera en una dimensión espacial de lo público; cuando escriben sus textos con el fin de publicarlos luego, esa dimensión se multiplica como una forma de autoridad social. La interrelación entre lo público y lo privado quizá se hace más evidente entre los textos de viajeras porque las exigencias propias a esa forma discursiva las obliga a participar como sujetos enunciativos en espacios abiertos”, sustenta.
En su acercamiento a la autobiografía Para arrancarme del nativo suelo y las memorias Desde mi salida de Cuba de la escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, Campuzano asegura que “un libro de viajes debe leerse como un denso palimpsesto en el que se superponen múltiples voces y experiencias”. Escritas entre 1838 y 1839 por la entonces joven literata, ambas obras demuestran las inconformidades de La Peregrina con la situación de España, especialmente la de las mujeres de Sevilla, enfrascadas en los roles domésticos tradicionales, al tiempo que nos hablan de las paradojas, contradicciones y ambigüedades de las mujeres coloniales con aquellas que se encuentran en la periferia.
También evidencia Zaida Capote este imprescindible posicionamiento ideológico cuando se escribe del país ajeno, al comparar los textos de dos escritoras contemporáneas: Dulce María Loynaz y Ofelia Rodríguez Acosta. Un verano en Tenerife, escrito en época del gobierno franquista, constituye para la investigadora testimonio del apasionamiento, crónica de un largo viaje a la isla natal de su esposo en la cual la escritora asume como propia la tierra canaria. Por su parte, en Europa era así (1941) Rodríguez Acosta se asume como mujer moderna y libre, y deja constancia de lo que su actitud desprejuiciada escandaliza a las otras mujeres que encuentra en su periplo. “Una imagen se borra, la otra, en cambio, se perfila, se distingue; ambas reconocen el territorio español como el espacio de la identidad, no hay distancia posible. La geografía se ignora, la cultura, lo mismo que el abrazo, se impone”, resume la investigadora.
Aunque no existen muchos ejemplos de obras literarias de este tipo en los tiempos actuales, autoras cubanas como Wendy Guerra, Karla Suárez y Mylene Fernández Pintado poseen textos narrativos en los cuales se expresa la vivencia de la mujer viajera. La última sesión del Ciclo de Conferencias dedicó su atención además a los intercambios académicos entre mujeres de Cuba y España en la actualidad, una manera de unificar visiones entre ambos países con profundas raíces culturales.
Desde las paredes del Centro Cultural Dulce María Loynaz, en la sala coincidentemente llamada Federico García Lorca, la mirada de María Teresa León embrujaba. Las fotos familiares junto con su esposo Rafael Alberti recuerdan algunos espacios de La Habana que juntos visitaron. Una cantora de estos días, de abuelo asturiano y abuela canaria, entona entonces una habanera, canción de puerto hecha entre Cuba y España. “La graciosa ciudad blanca de La Habana, cerraba su sonrisa”.
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