Por: Adalys Pérez
En fecha tan temprana para la revolución cubana, como el 14 de abril de 1961, en medio de la Campaña de Alfabetización y a tres días de que se iniciara la invasión yanqui por Playa Girón, Fidel dejó inaugurada la primera Escuela Nacional de Instructores de Arte del país, con una matrícula de cuatro mil estudiantes.
Tal era ya la trascendencia que en el incipiente proceso de transformaciones sociales se le daba a la cultura, así como a la necesidad de hacerla patrimonio del pueblo y de liberar al arte del carácter elitista que había ostentado hasta entonces.
Apenas unos meses después, en el discurso que pronunciara en la Biblioteca Nacional, documento rector de la política cultural de la nación conocido como “Palabras a los intelectuales”, el Comandante en Jefe expresaba:
“Hay que esforzarse en todas las manifestaciones para llegar al pueblo, pero a su vez hay que hacer todo lo que esté al alcance de nuestras manos para que el pueblo pueda comprender cada vez más y mejor”.
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De aquella vanguardia juvenil, encargada de llevar la cultura hasta el último rincón de nuestra patria, formó parte Olga Alonso González, muchacha habanera que con apenas 19 años perdió la vida el 4 de marzo de 1964, en un accidente en el hoy espirituano municipio de Fomento, donde se desempeñaba como instructora de teatro. Su fecha de nacimiento, el 18 de febrero, fue escogida para celebrar desde entonces el Día del Instructor de Arte.
En todos estos años, mucho ha evolucionado la formación académica de quienes también son conocidos como “médicos del alma”, al tiempo que se ha ampliado el espectro que abarca su accionar.
La creación en los comienzos de esta centuria de la carrera Licenciatura en Educación: Instructor de Arte, en todas las universidades pedagógicas del país; al igual que de la Brigada de Instructores de Arte José Martí, marcaron la mayoría de edad de uno de los más hermosos proyectos desarrollados en la Mayor de las Antillas.
En los diferentes foros hemos tenidos graduados que integraron el proyecto de los instructores, muchos hoy pertenecen a la vanguardia intelectual en las filas de la Asociación Hermanos Saíz e incluso la Unión de Escritores y Artistas. Si bien no todo el que cursó la escuela, se tornó artista e incluso muchos abandonaron la enseñanza para irse hacia otras vocaciones, el saldo al cabo resulta positivo. Los maestros conjugaban dos pasiones, la de enseñar y la de crear, y con ellas fueron hasta los confines del arte, y los vimos en casas de cultura, salas de teatro, bateyes del campo, fiestas populares, congresos académicos. En lo personal, conozco amigos muy sensibles, que sin ser graduados de universidades de las artes, sí ostentan el diploma de instructores a la vez que se sumergen en una constante superación, para ellos está claro el adagio de la historia de que la cultura no se encierra en capellanías ni aulas elitistas.
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Escuelas, Casas de Cultura y, principalmente las comunidades, no solo de Cuba, sino también de otros países hermanos, son beneficiarias de este peculiar ejército que batalla por una sociedad más plena, desbrozando el camino al desarrollo del arte y su mejor apreciación.
El Instructor de Arte hoy más que nunca como profesional debe capacitarse en temas que le den una salida también a lo que se realiza desde cada una de las comunidades. Algo que la dirección del país nos ha pedido es que, desde la comunidad, seamos cada vez más cultos y trabajemos sobre todo la espiritualidad del ser humano. Es ahí donde el instructor de arte juega un papel fundamental en conjunto con el promotor cultural, haciendo el trabajo comunitario como debe hacerse. (Diango González Guerra)
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