Acodado en su buró, el joven reclina la cabeza atribulada y dirige el gesto hacia un horizonte que rebasa las barreras de su cuarto cerrado. La máquina de escribir, probablemente Underwood, aún alberga la hoja en blanco, mientras afuera la vida corre en vértigo y ensombrecida, activa, en constante evolución. Pero también en el diminuto habitáculo donde el hombre se esfuerza por hallar la justa frase que condense la idea, el mundo se transforma. La creación, el arte, pueden tener sus efectos perturbadores, impulsar el futuro, marcar la vanguardia.
Del lienzo sale la historia tejida según la voluntad que despierta la imagen de un rostro sin ojos, profundamente pensante. Ante el personaje inmóvil trazado en el cuadro “El intelectual” (1936), del pintor cubano Marcelo Pogolotti, crece la metáfora que lo ha convertido en una de las principales obras de la pintura cubana. Desde el color, la forma, las líneas sobre las que se dispone la figuración, aparece con fuerza también el sustento ideológico que acompaña cada una de las piezas del artista.
Pogolotti fue sobre todo un intelectual andando con su tiempo. Precursor del futurismo en la Isla, de la lucha contra el academicismo y a favor del fomento de una pintura nacional, sus cuadros guardan un espíritu de justicia social, de una época en trance, de ideas revolucionarias preocupadas por los grandes dilemas que le tocó vivir.
Por estas fechas estaría cumpliendo 110 años, pero ni aun así hemos logrado abarcarlo. Además de una obra fecunda con el pincel, del que debió separarse a los 36 años producto de una enfermedad que le nubló la visión, quedan por recuperar sus textos literarios y su correspondencia. Desde allí, encontraremos nuevas pistas de su pensamiento.
Nacido en La Habana en 1902, vivió además en varias ciudades de Europa, EE.UU. y México, si bien muere en la tierra natal en 1988. Su carrera como pintor no es muy larga, mas logró encumbrarlo entre los grandes de la primera generación de pintores cubanos, con óleos como “Paisaje cubano”, “Alba”, “El Muelle” y “La Zafra”. Es uno de los integrantes de la Exposición Arte Nuevo, de 1927, donde se afianza un modo nacional de colocar el pincel con la entrada de las vanguardias en Cuba. También formó parte del Movimiento Futurista, al cual se incorpora en 1929 durante su estancia en Italia. Experimentó con la pintura abstracta y el dibujo, y cuando su vista no permitió continuar con el óleo, siguió una significativa carrera como crítico de arte, ensayista y narrador.
En esta última faceta es donde, a criterio de su hija Graziella, se encuentran sus mayores contribuciones, pues se interesó por búsquedas de tipo experimental. “Fue una continuidad de la experimentación a través de ese segundo oficio literario. Su novela Estrella Molina es muy experimental y en sus cuentos también se ve esa exploración de distintos caminos y perspectivas en busca de un acercamiento al comportamiento de los seres humanos”, reveló la también escritora en una entrevista con el diario Juventud Rebelde.
El presente dossier de La Jiribilla rinde homenaje al artista, con la intención de revelarlo además en sus facetas menos estudiadas. Cartas, valoraciones y textos literarios vienen a afianzar el testimonio de una existencia preocupada por advertir el mañana. En la citada entrevista, Graziella Pogolotti aspira a que su padre sea recordado “como un paradigma de creador siempre insatisfecho, un hombre interesado en los grandes problemas que afectan a la condición humana, un hombre de principios muy firmes, no solo como ciudadano, como intelectual, sino también en lo que se refiere a un sentido de honestidad, de amor a la verdad y de respeto por los demás seres humanos. Y como una persona de muchas lealtades, lealtad a su país y a sus amigos”. Desde ese afán, retorna Marcelo Pogolotti a nuestras páginas.
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