“Cada vez que lo recuerdo me emociono. En el recibimiento entraron en la galería. Recuerdo que todos estaban apurados. Cuando íbamos a montar en la guagua que nos trasladaría de regreso a La Habana me alejé un poco y les pedí esperar un momento. Déjenme respirar Matanzas, les dije.
“Me quedé cerca de diez minutos mirando el puente Calixto García, el parque de Los chivos, que no sé si todavía se llamará así, para mí siempre tendrá ese nombre, la Plaza de la Vigía…”
Así recordaba con cariño y nostalgia el poeta y traductor matancero Juan Luis Hernández Milián una de sus visitas a su adorada Matanzas. Desde hace algún tiempo residía en La Habana, pero cada regreso a la ciudad para él significaba un reencuentro con sus orígenes, con sus memorias, con la persona que era él.
“Estoy lejos y creo ver a Matanzas en todas partes de La Habana. Extraño sobre todo esta bahía, este mar. Yo vivo en Centro Habana, allí hay mar pero bastante lejos.Mi costumbre matancera después que me retiré era levantarme, hacer café, encender un cigarro y sentarme en mi balcón a observar el San Juan desembocar en la bahía. Esa imagen la llevo conmigo todavía”.
En otra oportunidad, durante la celebración de la jornada del Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas (2018), nos confesaba sentirse nervioso “por la emoción de estar aquí y de escuchar tantos elogios motivados, seguramente, por los afectos, la amistad y el cariño.“No creo merecer tantos reconocimientos. Quienes me conocen saben que no me gustan las entrevistas”.
Pero, gracias a la bondad infinita de la que me habían hablado, allí estaba él, respondiendo las preguntas que una inexperta periodista lanzaba. Así era Juan Luis Hernández Milián.
- Su admiración por el idioma y la poesía rusa han sido evidentes desde hace muchos años. ¿Ha valido la pena el tiempo y la entrega con que los ha asumido?
- Creo que sí ha valido la pena porque cuando conocí a los poetas rusos comencé a descubrir un mundo maravilloso. Yo nunca pensé traducir a Vysotski, por ejemplo, porque es muy difícil; pero luego de la insistencia de varios poetas, fundamentalemnte Marilyn Roque, me convencí de que debía asumirlo, que era mi deber. Si yo conozco a Pushkin y ellos no, entonces tengo que ayudarlos.
- ¿Cómo llega a estudiar Lengua y Literatura Rusa?
- Eso fue un hecho muy casual. Yo estudiaba Arquitectura que era la carrera que me gustaba, pero cuando termino el primer año me doy cuenta de que cómo yo iba a ser arquitecto si a mí no se me dan las matemáticas y no sé dibujar. Entonces la suerte me iluminó.
Vine a Matanzas de vacaciones y me proponen ir para Moscú a pasar un curso de traducción durante un año por una necesidad del país, ya que estaban llegando muchos técnicos rusos y no había traductores.
Eso, unido a la posibilidad de conocer el mundo, me convenció. Hubo cierta oposición familiar, pero mi madre que era de izquierda, me apoyó.
- ¿Había tenido alguna relación con los idiomas antes de eso?
- Me gustaba el inglés. Lo había estudiado en una escuela que existía. En el Instituto una de las Guiteras que era a iga de mamá le dijo que yo tenía facilidad para los idiomas.
- Fue la primera ciudad que usted visitaba en el extranjero, ¿qué le pareció esta experiencia?
- Para mí representó un choque muy grande porque, por ejemplo, en Matanzas había un tranvía, pero aquella era una ciudad muy desarrollada en el transporte con el metro, en la alimentación, en lo maravillosos de su gente.
Nuestro grupo era de quince; cuando llegamos nos recibió el pueblo en Odesa. Vivíamos el año 1961, recién había triunfado la Revolución cubana. Cuando bajamos del barco todos nos esperaban y un cordón de milicianos alrededor nuestro. El pueblo rompió el cordón y nos sacó en hombros por toda la ciudad.
Nos dieron muchas muestras de afecto. Cuando nos enfermábamos la profesora buscaba un tiempo para darnos la clase en al casa.
Después, como empecé a trabajar como profesor de ruso, tuve la suerte de que me seleccionaran junto a varios colegas para cursos de superación. Con ese fin visité como tres ocasiones más el Instituto Pushkin, en Moscú, un centro especializado en la enseñanza del ruso a extranjeros donde las condiciones de vida eran muy buenas y los profesores excelentes.
Visitar Moscú fue muy valioso. Allí conocí poco a poco el alma rusa, todas sus contradicciones, cómo es su carácter.
- En Matanzas desarrolló una meritoria labor como profesor…
- Aquí di clases en los Camilitos por un profesor que había salido; cuando retornó a su puesto me proponen trabajar en la Escuela de educadoras de círculos infantiles. También tengo gratos recuerdos de mi labor en la Vocacional. Te digo una cosa: si no hubieran quitado el ruso del sistema de enseñanza, yo me muero con el borrador en la mano.
Cuando desaparece nos dan un curso emergente de inglés. Yo conocía más o menos ese idioma, pero saberlo para enseñarlo es otro asunto. Realmente me sentía muy inseguro. Cuando llegó la práctica escribí en la pizarra la fecha en ruso.Un día que salí de la escuela desanimado pues me parecía que estaba engañando a todos porque yo no sabía dar clases de inglés, me encontré con Raúl Ruiz, el historiador, y le conté mis penas. Me dijo “tranquilo, a mí me hace falta un ayudante”.
- ¿Cuánto le aportó la etapa en que trabajó en la Oficina del Historiador?
- Comenzamos en el museo porque todavía no tenía sede la Oficina del Historiador. ¡Cómo aprendí en esa etapa! Felizmente trabajé muy bien allí en el sentido de que me desarrollé intelectualmente.
Además Raúl era muy exigente. Recuerdo que un día me sorprendió escribiendo una poesía y me preguntó qué estaba haciendo. Cuando le dije que estaba escribiendo un poema me pidió verlo. Se lo entregué y me dijo “no es de las mejores cosas tuyas, supérate”. Me alentaba mucho a mejorar.
Cuando llegaba alguna visita a la Oficina él me presentaba como su “ayudante, el poeta Juan Luis Hernández”. Le sugerí que eliminara lo de poeta y me contestó que era un prestigio que un poeta fuera el ayudante del Historiador de la Ciudad.
Después trabajé con Juan Francisco, también muy querido y luego Arnaldo Jiménez de la Cal.
- ¿Quién escribe el poema: el autor o el traductor? ¿De quién es el resultado?
- Los dos. Si a ti no te gusta el poema o no te gusta un poema del poeta o no te dice nada, déjalo aparte. Por lo menos en mi caso, me tiene que gustar el poeta y su obra. Sobre todo hay que releerlo varias veces, volver al original. Leerlo en ruso, leerlo en español, buscar muchas variantes. Es un trabajo muy bonito.
Yo recuerdo cuando traduje Ruslán y Liudmila, fue en el periodo en que trabajé en la Vocacional, yo se lo daba a mis alumnos para que ella lo leyeran y me decían “profe eso no suena”.
Me cerraba en mi cuarto a traducir y una mañana le digo a mi mamá que iba a dormir un ratico para desayunar y salir para el trabajo. Mi mamá me alerta que eran las 9 de la mañana. Yo había pasado la noche despierto.
Eternamente enamorado de Matanzas, ferviente defensor del idioma y, por consiguiente de la poesía rusa, el poeta y traductor matancero Juan Luis Hernández Milián partió a otra dimensión. Nos deja a todos un legado de bondad y a mí esta entrevista (compartida con otros colegas) que siempre pospuse publicar…hasta hoy.
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