Por: Ana Bulnes
¡Ping! El teléfono emite un sonido que hemos aprendido a identificar como una notificación. O quizá solo vibre o puede incluso que lo único que veamos es que se enciende la pantalla. Pero sabemos lo que significa: alguien o algo al otro lado requiere nuestra atención.
Dependiendo de la situación en la que nos encontremos, tomaremos el dispositivo y veremos qué es lo que pasa. Puede que nos limitemos a descartar la notificación, que simplemente veamos qué es en la pantalla de bloqueo y no hagamos nada o puede que acabemos abriendo la aplicación que la envía. Incluso cuando decidimos ignorar la alerta y ni nos molestamos en mirar el teléfono, la interrupción ya está hecha. Toca volver a eso que estábamos haciendo. Por supuesto, culparemos al móvil de nuestros problemas de concentración.
Tenemos muy interiorizado que el teléfono nos llame cuando no le estamos haciendo caso (o cuando sí lo estamos haciendo: un estudio cuyos datos se recogieron en 2016 en España descubrió que entre el 20 y el 35% de las notificaciones llegaban con el teléfono ya desbloqueado, es decir, probablemente en uso). Ese mismo estudio concluyó que los usuarios recibíamos una media de 56 notificaciones diarias, algo menos de lo registrado por los mismos autores en un análisis de 2014. Es decir, de media, el smartphone hace ping más de dos veces cada hora. Aunque en un principio las notificaciones estaban pensadas como algo útil, para evitar tener que entrar en las diferentes aplicaciones para ver si había algo pendiente, hace ya tiempo que no es así. Lo poco relevantes que son muchas de ellas explica que un exceso de notificaciones sea una de las razones que pueden llevar a un usuario a desinstalarse una aplicación.
“Las notificaciones, para las empresas, son una herramienta muy potente porque llegan a la pantalla principal del móvil. Es una comunicación muy inmediata que se puede enviar de manera muy segmentada”, explica Diana Gavilán, profesora e investigadora en el área de Marketing Experiencial-Sensorial y Comportamiento del Consumidor en la Universidad Complutense de Madrid. La experta explica que todas las notificaciones buscan lo mismo, que el usuario interactúe, pero que hay que tener cuidado para no resultar molestos. “Llega un momento en el que el usuario o recibe valor o lo que dice es ‘esto no me interesa, me molesta, me interrumpe’”, señala.
Ese dar valor consiste en aportar algún tipo de beneficio como un descuento o información útil para el usuario en ese momento preciso, algo que se puede lograr a través de todos los datos que recoge el teléfono, como la geolocalización. Sin embargo, el equilibrio es delicado. “No está del todo resuelto cuándo molestas y cuándo no. Ni cuánta información tienes que tener de un usuario para lograrlo. No sé si prefiero que me molestes e interrumpas a tenerme vigilada”, apunta.
La psicóloga experta en salud digital y adicciones tecnológica Gabriela Paoli cree que lo más importante no es tanto la interrupción en sí que provocan las notificaciones, sino el estar permanentemente expuestos y disponibles para que entren esas interrupciones. “Está comprobado que para recuperar ese nivel de concentración que tenías previo a la notificación y a la interrupción necesitamos entre cinco y ocho minutos. Con cada interrupción estamos perdiendo calidad y productividad. Y salud mental, porque depende el mensaje que nos entre, nos puede desestabilizar”, apunta.
Además, la experta habla de la empatía digital, el efecto que puede tener en nuestras relaciones sociales que estemos pendientes de todos los pings que hace el móvil. “Yo creo que es tan simple como no perder nuestra escala de valores, nuestras prioridades. Si toca visitar a papá y a mamá, se pone el teléfono en modo avión. ¿Por qué? Porque le estoy dando máxima prioridad a esa cena o a ese cumpleaños o a ese evento”, señala.
EL SILENCIO NOS PONE NERVIOSOS
Conscientes de este poder disruptivo de las alertas del móvil, cada vez se intenta dar a los usuarios más poder sobre ellas: además de tener que dar permiso a las apps para que nos las envíen, podemos escoger distintos sonidos para distintos tipos de notificaciones, hacer que el móvil simplemente vibre o directamente silenciarlas.
Hay bastantes estudios que han intentado arrojar luz sobre cómo gestionamos los usuarios las notificaciones, algunos con resultados bastante sorprendentes. Por ejemplo, es fácil asumir que si no interactuamos con una de estas alertas es porque no la consideramos importante, pero un experimento realizado en 2019 descubrió que entraban en juego muchos más factores y que muchos usuarios ignoran o descartan la mayoría de las notificaciones que reciben, las consideren o no importantes. En cuanto a las razones por las que podemos silenciar el teléfono, además de para evitar que nos interrumpa, un estudio de 2021 probó otra motivación: la preocupación por el bienestar de las personas que nos rodean, la empatía digital de la que hablaba Paoli. Es decir, no queremos molestarnos a nosotros mismos, pero tampoco a quien está en nuestro entorno. Además, las notificaciones nos interrumpen aunque no les hagamos caso: según otro estudio, este de 2022, que monitorizó los movimientos de las muñecas de los participantes mientras realizaban una actividad de intensidad alta, ese movimiento disminuía al recibir una notificación, la atendieran o no.
Uno de los consejos más habituales para evitar que las notificaciones desbarajusten nuestra concentración es simplemente deshacerse de ellas: si el teléfono no suena, pensamos, no lo miraremos. Sin embargo, varias investigaciones han concluido que esto no es así. Una de las más citadas es la realizada por Martin Pielot y Luz Rello en 2017, que descubrió que estar 24 horas sin notificaciones sí hacía que los participantes se sintieran más productivos y menos distraídos, pero también más ansiosos y menos conectados con su grupo social. De hecho, casi la mitad de los participantes admitió que el miedo a perderse notificaciones importantes lo llevó a comprobar si había algo nuevo en el teléfono más a menudo.
El truco, según un estudio de 2019, es agrupar las notificaciones: los participantes que las recibían todas juntas tres veces al día fueron los que pasaron mejor la jornada; el grupo sin notificaciones se sintió más ansioso y el que las recibía cada hora tan estresado y distraído como cuando se reciben de forma orgánica.
Aunque todas estas investigaciones muestran algunas tendencias claras, ninguna da una respuesta definitiva a cómo nos afectan las notificaciones y qué deberíamos hacer para vivir más tranquilos. Esto podría deberse, según un estudio publicado recientemente en Computers in Human Behavior, a nuestros distintos rasgos psicológicos. Así, los usuarios con más tendencia al FOMO (fear of missing out, o miedo a perderse cosas) o los que muestran mayor necesidad de pertenencia a un grupo miran más el teléfono cuando está en silencio.
S. Shyam Sundar, uno de los autores del estudio, explica a EL PAÍS que la conclusión no es que silenciar el teléfono sea malo. “Los individuos bajos en FOMO probablemente se beneficien de silenciar las notificaciones en sus teléfonos. Para estas personas, las notificaciones suponían una distracción cuando las tenían activadas, pero silenciarlas hará que no les moleste algo que en realidad no echarán de menos”, asegura. En cuanto al resto de usuarios, el investigador cree que esa necesidad de mirar el teléfono cada poco desaparecería en situaciones que nos distraigan de pensar en nuestros móviles y contactos sociales. “Es decir, deberían estar ocupados de otro modo, de forma que no tengan la banda ancha mental para sentarse y preguntarse qué se estarán perdiendo en sus teléfonos”, concluye.
AUTOCONCIENCIA Y AUTOCONTROL
Si deshacerse por completo de las notificaciones puede ser contraproducente, pero dejarlas activadas estropeará nuestra concentración, ¿cuál es la solución? Sundar considera que hay aplicaciones como Screen Time —app de iOS que te dice cuánto tiempo pasas en el móvil— que podrían ayudar. “Si esas aplicaciones pueden llevar a los usuarios a profundizar en los tipos de aplicaciones que los molestan o distraen, pueden tomar medidas para desactivarlas. Además, si estas aplicaciones permitieran a los usuarios distinguir entre tipos o fuentes de notificaciones más y menos importantes, igual que ya hacen con los distintos sonidos, incluso aquellas personas con más FOMO podrían reducir su dependencia”, explica.
Para Gabriela Paoli, esa autoconciencia a través de aplicaciones que te ayudan a reducir la dependencia del teléfono es también el primer paso: saber cuánto tiempo pasamos en el móvil, en qué aplicaciones y cómo nos afecta en nuestra vida personal o profesional. A partir de ahí, propone elaborar un plan de acción y plantearnos cómo queremos que sea nuestro yo digital: ¿somos alguien que contesta siempre al momento o nuestro entorno sabe que esa disponibilidad no es total y, por lo tanto, podemos estar menos pendientes de las notificaciones? En algunos casos, añade, puede ser también útil volver al “teléfono tonto” para la vida personal. “Que ese teléfono solamente lo tengan la familia y los amigos y que sepan que para localizarte te tienen que llamar. Y tú también saber que estás con esa posibilidad de conectarte con los demás a través de una llamada”, apunta.
Por último, lo más importante es cambiar la relación que tenemos con el teléfono y sus notificaciones, reeducarnos digitalmente. “Somos conscientes de lo que estamos haciendo mal. Deberíamos parar para reparar, practicar el autocontrol y la autorregulación. Es decir, intentar no dejarse vencer por ese impulso inmediato”, asegura.
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