Por: Migue Angel Criado
Oler es una necesidad social para la mayoría de los animales. Ayuda a determinar quién es amigo o enemigo, a detectar la receptividad para la reproducción o permite a las madres localizar a sus crías. Pero, entre los humanos, el olfato es el menos valorado de los cinco sentidos. Sin embargo, ejerce funciones, algunas vitales, y casi siempre de forma inconsciente. El olor de las lágrimas, por ejemplo, aparece relacionado con una reducción de los niveles de testosterona en los hombres. Ahora, neurocientíficos israelíes han observado que los amigos comparten aroma y que las personas que huelen diferente tienen menos probabilidades de forjar una nueva amistad.
Si a una persona la obligaran a prescindir de uno de los cinco sentidos, probablemente elegiría el del olfato. Tras ejercer una función esencial de vínculo entre los recién nacidos y sus madres (y padres), oler parece arrinconado al mundo de los aromas conscientes (comida, perfume, basura...) Sin embargo, recientes estudios han mostrado que la alegría o la tristeza huelen diferente o, incluso, que los humanos pueden inferir o provocar estados emocionales de los otros al olerlos. Sobre esta base, investigadores del Instituto Weizmann de Ciencias (Israel) han investigado la relación entre olor y amistad. Su hipótesis de partida era que los amigos tienen un perfil odorífero similar.
La investigación, publicada en la revista científica Science Advances, se apoya en una serie de experimentos con parejas de amigos. Usaron una nariz electrónica equipada con sensores capaces de detectar y clasificar la composición química de los volátiles para elaborar un perfil de 40 personas que formaban díadas. Su aroma también lo tuvieron que oler olfateadores humanos. En ambos experimentos, observaron que los amigos tenían perfiles más similares entre sí que con los demás participantes.
“Reclutamos a una veintena de parejas de amigos a primera vista porque presentan algo distintivo: las personas enseguida saben si conectaron o no”
Pero oler igual podría deberse a que los amigos pasan más tiempo juntos, comen lo mismo o viven experiencias o en espacios comunes. Es decir, la amistad y el entorno provocarían que olieran de forma similar y no que sean los aromas los que forjan la relación. Para determinar qué fue primero, los autores del estudio ya tuvieron en cuenta este riesgo al diseñar su investigación: solo seleccionaron a amigos que habían tenido un flechazo, esas amistades que se forman casi desde el primer momento. Lo explica Inbal Ravreby, principal autora del estudio: “Reclutamos a una veintena de parejas de amigos a primera vista porque presentan algo distintivo: las personas enseguida saben si conectaron o no, a diferencia de la amistad en general, donde los límites entre un amigo y un conocido, por ejemplo, pueden ser ambiguos”. Pero, aún más importante para Ravreby era “entender si había realmente esa química”. Y el olor no es otra cosa que volátiles químicos. “Por esta razón, la amistad a primera vista parecía ser una gran candidata, ya que las personas inmediatamente sienten química con alguien, de una manera que a veces sentimos casi mágica e inexplicable”, concluye.
Así que le dieron la vuelta en el último experimento. Esta vez seleccionaron a decenas de personas que no se conocían entre sí. Tuvieron que jugar a una versión del juego del espejo, en el que uno tiene que repetir lo que hace el otro. Usado en psicología, es una forma de medir la mejor o peor conexión en las interacciones sociales. Vieron que aquellas personas que mejor puntuaron en el juego compartían también perfil odorífero. De hecho, la nariz electrónica pudo adivinar en un 71% qué parejas funcionaron mejor. Esto mostraría que el olor corporal contiene información que permite predecir la calidad de las interacciones sociales entre extraños.
¿Significa esto que las personas con olores más diferentes no pueden ser amigos? “Nuestros resultados sugieren que es menos probable que conecten entre ellos, que surja una amistad instantánea. Sin embargo, desconocemos que sucede con las amistades en general. Dicho esto, hemos descubierto que la similitud del olor corporal predice muchos aspectos de la calidad de la interacción social, como gustar, la comprensión mutua, la sensación de que hay química o la voluntad de convertirse en amigos. Siguiendo estos resultados, yo sostengo la hipótesis de que, en efecto, las personas que huelen muy diferente tienen menos probabilidades de ser amigos. Pero hacen falta más estudios para responder empíricamente a la pregunta”, opina Ravreby.
El olor juega un papel relevante en las sociedades agrícolas y de cazadores y recolectores, donde han desarrollado vocabularios para lo que se llama olores comunes”
El profesor Noam Sobel, responsable del Grupo de investigación del Olfato en Weizmann y autor senior de la investigación, advierte enseguida de que “esto no quiere decir que seamos como las cabras o las musarañas, los humanos dependen de otras señales, probablemente mucho más dominantes en su toma de decisiones sociales”. En una nota concluye: “Sin embargo, estos resultados implican que nuestra nariz está jugando un papel más importante del que habíamos supuesto en decisiones como de quién hacerse amigo”.
Estos mecanismos funcionan siempre en el plano subconsciente. Gün R. Semin, director del Centro William James para la Investigación de ISPA – Instituto Universitario (Lisboa), lleva años estudiando la comunicación de las emociones humanas mediante señales químicas, como las que componen cualquier aroma. Semin, que no ha intervenido en esta investigación, reconoce que el olfato es un sentido menospreciado, pero no en todas partes. “Es así en varias de las culturas industrializadas. Se debe en gran parte al predominio de la visión y la insignificancia cultural de los olores en la adaptación a nuestras sociedades industrializadas. Sin embargo, el olor juega un papel relevante en las sociedades agrícolas y de cazadores y recolectores, donde han desarrollado vocabularios para lo que se llama olores comunes”, comenta. Pero, añade: “Hasta donde yo sé, no existe un vocabulario para los olores humanos. De hecho, en todos los estudios que hemos realizado con estos olores, la mayoría de los participantes ni siquiera perciben el olor humano, aunque existe evidencia psicofisiológica y conductual de que afectan sistemáticamente a las personas”.
Es cofundador de Materia y escribe de tecnología, inteligencia artificial, cambio climático, antropología… desde 2014. Antes pasó por Público, Cuarto Poder y El Mundo. Es licenciado en CC. Políticas y Sociología.
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