Por: Juan Carlos López
Todos hemos ofrecido este consejo en alguna ocasión. O lo hemos recibido. De hecho, es una frase tan manida que poco a poco ha ido perdiendo su razón de ser hasta quedar relegada para muchos usuarios a un simple mito. Pero no lo es. No lo es en absoluto. En ocasiones reiniciar un ordenador, un smartphone o una tablet basta para resolver algunos problemas.
Por supuesto, aquí no hay magia. Puede parecérselo a las personas que no conocen cómo funciona un sistema operativo (un usuario común no tiene por qué saberlo), pero, en realidad, hay fundamentos técnicos que explican por qué apagar y volver a encender cualquier equipo electrónico cuya arquitectura sea similar a la de un ordenador puede resolver con eficacia algunos problemas.
UN REINICIO TEMPRANERO PUEDE AHORRARNOS QUEBRADEROS DE CABEZA
Antes de seguir adelante es importante que moderemos nuestro entusiasmo. Y es que un reinicio no es infalible. Los equipos informáticos pueden sufrir muchos problemas que no se van a resolver simplemente apagándolos y volviéndolos a encender. Los fallos que están provocados por un malfuncionamiento de algún componente del hardware no desaparecerán por arte de magia reiniciando nuestro dispositivo, como es natural.
Sin embargo, hay un amplio abanico de errores que tienen su origen en el software, y, a diferencia de los que afectan al hardware, sí pueden corregirse gracias al impacto que tiene un reinicio en el comportamiento del equipo. De hecho, estos son los fallos a los que, muchas veces sin ser realmente conscientes de ello, nos enfrentamos los usuarios con más frecuencia. Afortunadamente. Y buena parte de ellos tienen su origen en el sistema operativo, un componente del software que actúa como intermediario entre nosotros y el hardware de nuestro dispositivo.
"El sistema operativo no realiza por sí mismo una función útil; simplemente crea el entorno en el que otros programas pueden hacer un trabajo útil"
Esta es una de las definiciones formales de sistema operativo que nos proponen James L. Peterson y Abraham Silberschatz, los autores de 'Sistemas operativos. Conceptos fundamentales', uno de los libros clásicos utilizados en muchas facultades y escuelas de informática para instruir a sus alumnos en los principios básicos de diseño de este fundamental componente de nuestros ordenadores:
"Un sistema operativo es similar a un Gobierno. Los recursos básicos de un sistema informático son el hardware, el software y los datos. El sistema operativo facilita los medios para el uso adecuado de estos recursos durante la operación del sistema informático. Al igual que un Gobierno, el sistema operativo no realiza por sí mismo una función útil; simplemente crea el entorno en el que otros programas pueden hacer un trabajo útil".
Esta definición de Peterson y Silberschatz pone encima de la mesa varias claves que nos interesa no pasar por alto, pero antes de seguir adelante es necesario que hagamos un inciso más: cuando encendemos un PC, un smartphone o cualquier otro dispositivo con una arquitectura similar a la de un ordenador, los componentes fundamentales del sistema operativo que son necesarios para que el equipo funcione correctamente se cargan en la memoria principal desde el subsistema de almacenamiento secundario.
La memoria principal es volátil, por lo que al apagar el equipo su contenido se pierde. Y al encenderlo, como acabamos de ver, se almacenan en ella los componentes esenciales del sistema operativo y las aplicaciones que estamos ejecutando. Los sistemas operativos primigenios nacieron en la década de los 50 de la mano de los primeros ordenadores, y todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces ha permitido que cada vez sean más sofisticados, pero también más complejos.
Como explican Peterson y Silberschatz, una de sus funciones más importantes consiste en administrar los recursos del hardware para que puedan ser utilizados por las aplicaciones y compartidos entre todas las que se están ejecutando de forma concurrente. El problema es que con frecuencia se producen escenarios que impiden a los algoritmos utilizados por el sistema operativo para administrar la memoria principal, el uso de la CPU, la entrada/salida o el sistema de ficheros, entre otros componentes, rendir correctamente.
Habitualmente el sistema operativo es capaz de identificar estos errores y subsanarlos sin que nos demos cuenta, pero a veces se desencadena una tormenta perfecta constituida por una serie de pequeños fallos que se precipitan en cascada e impiden que todo funcione correctamente. Este es el escenario que los usuarios solemos percibir como una ralentización excesiva de nuestro equipo, o, incluso, bajo la forma de mensajes de error o bloqueos inesperados.
La buena noticia es que hacer borrón y cuenta nueva en estas circunstancias es pan comido. Lo único que tenemos que hacer es, simplemente, reiniciar nuestro dispositivo. De esta forma, como hemos visto, la memoria principal perderá su contenido y durante el arranque los componentes fundamentales del sistema operativo volverán a cargarse en la memoria principal como si no hubiese pasado nada.
Un pequeño consejo para concluir y llevar a la práctica las ideas en las que acabamos de indagar: es recomendable reiniciar de cuando en cuando nuestros dispositivos, y con frecuencia los que más nos lo agradecen son nuestros teléfonos móviles debido a que algunos usuarios los mantienen encendidos durante periodos de tiempo muy prolongados. Y en estas circunstancias es probable que poco a poco el contenido de la memoria principal se vaya degradando. Afortunadamente, la solución es muy sencilla.
A veces se desencadena una tormenta perfecta constituida por una serie de pequeños fallos que se precipitan en cascada e impiden que todo funcione correctamente.
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