Los buenos demonios

Prefiero tener una medalla de segundo y pellejo de primera. Pensé que eras cobardón de primera pero al final tenías razón. La medalla no es importante. Nunca lo fue. (Parlamento de Los buenos demonios)

Lo que pasa con Los buenos demonios (2018) es que ningún periodista que ha escrito sobre la película se ha atrevido a decir la verdad que encierra. Y no estoy para ser yo la primera. Ya pasaron los años en que quería ser pececito de contracorriente. Ya no soy rebelde sin causa ni me pelo a rape como modo de protesta por el hambre que pasan los niños de África.

Así que permítanme tan solo darle las imágenes, para que ustedes piensen por sí mismos. Que sé que lo hacen.

Carlos Enrique Molina está sentado en el borde de su cama. En una habitación ordinaria. Con las paredes despintadas y una caja de cartón deshecha en menudos pedazos en sus manos. De ella saca un pasaporte. No es su pasaporte. Es de un turista que él asesinó para robarle el dinero. Pero la escena no va de su robo o de su asesinato.

La escena es profundamente existencialista: Un hombre revolcándose en la pirámide de sí mismo. Un muchacho sobre los treinta años que huele un pasaporte. Lo huele y lo saborea y sus ojos casi se ponen en blanco. Un muchacho cubano sepultado en una Isla cuya terrible circunstancia es estar rodeada de agua por todas partes. Y sin embargo...

La Tierra se mueve. Hay otros personajes. Tienen en común con el Tito que interpreta Carlos Enrique Molina que son siempre buenos… demonios. Son actuados por actores de la talla de Isabel Santos, Yailén Sierra, Enrique Molina y Aramis Delgado. Cada cual representa una corriente de pensamiento distinta. Pero no una corriente ajena a lo que somos. Más bien cada uno de ellos es una definición de lo que hemos llegado a ser… como nación y como individuos. De lo particular a lo general y viceversa, Platón y Aristóteles incluidos.

Los buenos demonios (2018) es una película auténticamente cubana. Contrariamente a lo que pasa con los guiones de nuestra filmografía, que responden demasiado a intereses comerciales —al ser coproducciones, muchas veces satisfacen necesidades de los países que ayudan al financiamiento, que ya sabemos que el ICAIC no tiene presupuesto para asumir todo lo que debería en cuestión de cine cubano— este filme con guión de Díaz Torres y Alejandro Hernández, autor de la novela Algún demonio, en la cual se basa, no hace concesiones: Describe una realidad de la Cuba de hoy que no aparece en los diarios y que tampoco es comercial ni forma parte de pose o postal alguna.

Por tanto. Los buenos demonios es una película desgarradora… por una razón muy simple, como si de libro de Antoine de Saint Exupéry se tratara: es sincera.

Y es una película que tiene dos caras. Como mismo Memorias del subdesarrollo. Por cierto. Que la de Titón también era basada en una  obra literaria. Memorias del subdesarrollo (1968) estuvo basada en un libro de Edmundo Desnoes. No me puedo resistir a la tentación de decirlo: ¡quién te ha visto y quién te ve, Edmundo Desnoes! Y qué jodida tu vigencia.

Y Los buenos demonios está basada en una obra de Alejandro Hernández, pero lleva el espíritu de Daniel Díaz Torres.

Hablemos un segundo de Daniel Díaz Torres. Yo lo conocí. Yo le pregunté cómo se sintió sufrir la censura que sufrió con su película Alicia en el pueblo de maravillas (1991). Y no. No quiero escribir aquí lo que me respondió. No porque esté prohibido decirlo. Es por respeto a la persona que fue. Por lo que perdió el cine cubano con su muerte.

Ya deben saber que Los buenos demonios es también homenaje póstumo a Daniel Díaz Torres. También deben saber que su director fue Eduardo Chijona, el mismo de Adorables mentiras (1991) y Boleto al Paraíso (2010)… y que se cuida mucho como director de estar dando a los periodistas interpretaciones de esta su nueva obra.

Pero sí ha dicho —Chijona— que Los buenos demonios es una reflexión sobre la moral y sobre la pérdida de valores de la sociedad cubana más actual… de esa que roza lo que lleva de Nuevo Año.

Decir esto es como amarrarle las patas a una vaca. Pero no voy a explicar por qué. Vean ustedes el filme, mis queridos (así le dice mi jefe Eduardo Heras León a sus discípulos en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso) y piensen por ustedes mismos. Vamos, sé que saben hacerlo.