La chica del tren (2016) me hizo acordarme de Edward Hopper.
Edward Hopper fue un pintor norteamericano que más que nada recreaba casas estadounidenses habitadas por mujeres. Se hizo famoso porque, decían los críticos, mostraba la soledad de la vida norteamericana de la época (principios del siglo XX).
En La chica del tren todo es soledad. Hay una muchacha sola (Emily Blunt) que viaja en un tren. Se dedica a observar la vida de los demás. Aunque todos parecen tener existencias idílicas, con el transcurso de la película resulta que todos están tan o más solos que ella.
Como en las pinturas de Hopper, la mirada que predomina es la femenina. Una mujer que está sola, que mira a otras mujeres, también solas. Casas grandes, medio deshabitadas. Casas grandes, que esconden secretos, por cuyas rendijas la luz entra… para descubrir lo que se oculta.
El filme es la adaptación del bestseller y fenómeno literario del año 2015 de Paula Hawkins y fue una de las favoritas del recién terminado Festival de Sitges. (La ganadora del Festival fue Swiss Army Man; escribí sobre ella hace algunas semanas).
La chica del tren presenta a tres mujeres bien diferentes: una Emily Blunt alcohólica y desequilibrada, una Haley Bennett con un matrimonio aparentemente perfecto y una madre cansada e infeliz, Rebecca Ferguson. Las tres tienen un hecho en común: son infelices por causa de los hombres que las rodean.
Por cierto, que los hombres en este filme ni pintan ni dan color. Son Edgar Ramírez, Justin Theroux, y Luke Evans, a quien quizás recuerden de El señor de los Anillos. (En esta cinta vuelve a encarnar a un personaje viril, en este caso algo agresivo).
Esta es, más allá de la intriga y del suspense, una película feminista con una denuncia bien explícita: las mujeres están supeditadas al dominio masculino. La liberación femenina no ha llegado aún. Los hombres mandan, gritan, golpean… si tienes suerte. Si no, se meten dentro de las cabezas femeninas, les bajan la autoestima, les hacen dudar de sí mismas, les hacen perder el camino de su liberación. Un tipo de violencia mucho más fuerte y peligrosa.
Al contrario de la novela, en el que el recurso del tren que pasa y desde cuya ventana una muchacha adivina las vidas de las personas que viven cerca del raíl es utilizado hasta el cansancio, la película sabe cuándo dejar de reiterar los viajes de la protagonista en este medio de transporte. Lo mismo pasa con su condición de alcohólica.
Tate Taylor (The help, también conocida por Criadas y señoras) se las arregla para introducir con inteligencia los flashback, de manera que apenas se siente y no entorpecen para nada la historia. Pero los aplausos de esta cinta, se mire por donde se mire, se los lleva Emily Blunt, quien eclipsa todo lo demás con su encarnación de esta mujer eternamente borracha, con una pesada realidad sobre sus hombros.
La chica del tren, un thriller sin demasiado misterio cuya principal fuerza cae en la relación entre los personajes femeninos y en la buena interpretación que las actrices hacen de los mismos.
Aram Joao Mestre León
25/1/17 11:23
La película me gustó mucho, al final el personaje de Emily Blunt era una borracha tranquila, no hacía nada de lo que su abusivo esposo le hacía creer.
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