James Lipton me era cercano, como lo fue para muchos. Hay gente que se nos hacen familiares, aunque nunca los hayamos conocido. Esa es la magia del cine, de la televisión, la música... el arte. Tener a alguien presente por tantos años en la pantalla tiene ese efecto. Por eso la noticia de su muerte se me hizo extraña. No me dolió, no lloré… pero una sensación de nostalgia vino tras la sorpresa. Y es que la gente de la televisión es inmortal, envejece lento y nos habla solo a nosotros, a cada uno, al menos cuando lo hacen bien. Eso fue James Lipton para mí: alguien que me habló mucho, solo a mí, al Daniel de distintas edades que lo escuchó atentamente.
Desde los años ´40 trabajó como actor tanto en radio, televisión, cine y teatro, aunque nunca alcanzó el estrellato. Escribió guiones y un par de libros, produjo espectáculos y especiales para televisión. Incluso fue un piloto con más de mil horas de vuelo, coreografió un ballet y escribió para Broadway. Pero pasará a la historia en la memoria colectiva de tantos como el señor de traje y aspecto distinguido que les sacaba las lágrimas y las sonrisas a las estrellas de nuestras películas y series favoritas, siempre con sus tarjetas en mano, con las que sorprendió a tantos de sus invitados.
En 1994 comenzaría el proyecto que lo inmortaliza. Primero en la New School University y luego en Pace, ambas en Nueva York, creó la Escuela de Drama del Actors Studio, un postgrado para actores, guionistas y directores del cual fue decano. El Actors Studio original fue creado por míticos artistas como Elia Kazán y Lee Strasberg, y es la organización insigne de la actuación de método en los Estados Unidos.
En el mismo año crea Inside the Actors Studio, del cual fue productor ejecutivo, escritor y por supuesto, anfitrión. El concepto minimalista e íntimo del programa es lo que lo caracteriza. Dos sillas, Lipton y su invitado, un aula llena de estudiantes, una clase magistral de cine, de actores, directores, artistas… y también un estandarte de comunicador y entrevistador.
Tal vez sea ese ambiente intimista el que hacía a tantos grandes hombres y mujeres del arte sinceraranse de tal forma. De seguro hay varias causas. Pero sin dudas la principal es la habilidad de James Lipton para crear empatía y confianza, la dedicación que ponía en la preparación y la seriedad y respeto con que se aproximaba a cada obra y tema. Todos sabían que iban al programa a hablar de arte y no del cotilleo que a tantos interesa.
Inside… es una clase a la que nos da gusto asistir. De niño me enamoré del cine, del teatro, de la actuación… y mirando atrás me doy cuenta que James y sus entrevistas fueron uno de los primeros catalizadores. Sé que igual que a mi les pasó a muchos que se sentaban frente a la televisión y veían a este hombre, con su carisma reposado, con sus intervenciones perspicaces y jocosas, con su sensibilidad real, mostrarnos a los seres humanos que existen entre el Acción y el Corten, más allá de la fama, de los millones, del amarillismo, de lo comercial. Hombres y mujeres de carne y hueso que encontraron frente a él, los estudiantes y nosotros, una oportunidad única de compartir sus experiencias en confianza, de regalarnos un atisbo de cómo se hace arte.
Por 22 temporadas, cientos de artistas desfilaron por la silla del entrevistado. Recuerdo a Tom Hanks llorando al hablar de las personas que conoció en su preparación para Filadelfia, todos fallecidos a causa del SIDA; Robert Redford filosofando sobre el cine y los inicios de Sundance; Mickey Rourke confesar cuánto de su vida hay en The Wrestler, arrepentido por malgastar su suerte. También recuerdo cuántas veces algún invitado terminaba cantando, bailando, haciendo imitaciones… porque nunca sabes qué esperar de un programa en apariencia tan convencional.
Mientras escribo en la televisión sale el Actors Studio, como todos los lunes. James Lipton está vivo, Brad Pitt le cuenta de alguna de sus películas y él lo escucha, lo interpela luego, mira sus tarjetas, hace su cuestionario y lo deja en manos de sus estudiantes. Y es que su legado lo sobrevive. Sus entrevistas quedarán como un producto entretenido y educativo por igual, donde la verdad predomina y el anfitrión brilla, aunque tenga al lado a las mayores estrellas.
La última pregunta del histórico cuestionario que usara por años en Francia Bernard Pivot, su héroe; el mismo que Lipton se encargó de inmortalizar en su programa, decía: Si existe el paraíso, ¿Qué te gustaría que te dijera dios al llegar a las puertas del cielo? No sé qué hubiera respondido Lipton a esta pregunta. Tampoco sé si existe Dios, pero la respuesta que me viene a la mente es: ¡Gracias James!
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