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lunes, 12 de mayo de 2025

Un título para mamá

Una madre tiene que hacerse tantas veces como pruebas implique, junto a su propia vida, la de sus hijos...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 11/05/2025
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Madre cubana
Madre cubana (Tony Hernández Mena/Cubahora) (Antonio Rolando Hernández Mena / Cubahora)

¿Cuándo nos convertimos en madres? ¿Acaso en la primera mirada al nuevo ser de ojos profundos? ¿Será antes, cuando sentimos en el vientre el movimiento que delata la vida, o cuando un examen nos confirma que sí, que dentro nuestro se ha producido esa confluencia que no importa lo bien que la ciencia la explique, siempre se nos antoja milagrosa?

¿Vendrá de antes la maternidad, del momento en que nos dijimos “sí, algún día quiero”, o de aquellos días de infancia cuando arropábamos muñecos en el pañal viejo que nos regalaba, para jugar, nuestra propia madre?

¿Habrá algún momento en que nos podemos declarar rotundamente madres, listas para todo, dueñas del rol? Porque no basta el certificado de nacimiento, la maternidad se aprende y se construye, más allá de los condicionamientos biológicos que muchas veces sobreestimamos nosotras, y los demás; hasta que entendemos, casi siempre por las malas, que criar es también un acto social y que nadie puede sola.

Aprendemos a ser madres en ese momento en que algo nos hace “clic” y comprendemos que, por ese bebé llorón, de poco dormir, desvalido, seríamos capaces de todo, absolutamente; y también en el primer llanto, el nuestro, de cansancio, de impotencia, de soledad…

Vamos siendo madres cuando sin querer lo pinchamos con el alfiler, y cuando nos quedamos dormidas mientras amamantamos en un sillón; y también cuando le hacemos fotos sin cesar al rostro más hermoso del mundo, y estamos seguras de que nadie ha amado tanto, jamás, en la historia de la humanidad.

Nos reconocemos como madres cuando temblamos ante la primera fiebre, y no queremos separarnos ni un segundo; y también cuando extrañamos a la mujer que no tenía ese trabajo de 24 horas, y disfrutamos un tiempito de no cuidar.

La madre se va haciendo cuando siente la sacrosanta culpa y debe lidiar con ella, cuando renuncia a muchas cosas, y también empieza a disfrutar los nuevos tiempos y las nuevas sensaciones: que alguien te prefiera sobre el resto de las personas, despertar contracturada y babeada, pero con la mejor compañía posible; sentir el orgullo de que te griten: “mamá”, “mami”, “mamita”; reír ante las ocurrencias insólitas y los aprendizajes.

La madre se arma y se desarma, porque a veces, muchas, se equivoca; porque se descubre irritable con el grito, y la falta de paciencia; porque se arrepiente y se disculpa, y entiende que debe ser buena para merecer ese pozo de generosidad infinita con que sus hijos siempre la perdonan.

No hay diploma que declare: “ya, estás lista”, maternar es un acto de amor, y el amor hay que construirlo todos los días, así como merecerlo. Y los desafíos se suceden: los amigos, la escuela, la vocación, el enamoramiento, el trabajo, los viajes, las decepciones, los nietos…

Una madre tiene que hacerse tantas veces como pruebas implique, junto a su propia vida, la de sus hijos; y estas pueden ser diversas, duras, emocionantes o retadoras.

¿No deberá aprender una nueva formar de saberse y ser madre aquella cuyo hijo emigró? ¿O la que ve a su hija cometer un grave error? ¿O la que acompaña una enfermedad o sufre una pérdida?

Si no se aprende a ser madre de una vez y para siempre, tampoco se deja nunca de serlo. Estén a nuestro lado o no, sean pequeños o mayores, la maternidad define una parte importante de lo que somos, aunque seamos mucho más.

Hay en toda mujer que ha asumido el rol materno una forma distinta de concebir la realidad y de empatizar con los otros, tal vez porque puede entender que todo ser humano fue una vez para una madre, fruto y promesa.

¿Cuándo nos convertimos en madres? Quizá nadie tenga la respuesta exacta. No basta con gestar. No basta con parir. Pero toda aquella que haya decidido estar y amar, sin importar lo difícil; la que haya puesto el cuerpo y el alma, merece la enorme medalla en el pecho y el título. Será madre, incluso cuando no sepa siquiera cómo lo logra.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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